“…Y de Jesucristo el testigo fiel, el
primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre,
-y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su
Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.” Apocalipsis 1:5-6
Solo
en la sangre de Jesús hay redención;
sin sangre no hay remisión de pecados.
Los
sacrificios que se hacían en el antiguo testamento, en el viejo pacto, sólo
eran una sombra o figura del sacrificio de Cristo en la cruz como cordero inmolado que
derramaría su SANGRE en rescate por todos.
La
última plaga sobre Egipto fue la muerte de los primogénitos, en una noche de
terror y espanto que los egipcios jamás olvidarían.
En
medio de las tinieblas de la noche fatídica, aparece la sangre de un cordero, como
señal de salvación: sólo los que tenían la puerta de su vivienda teñida con la
sangre del cordero se salvarían de la muerte al paso del Ángel exterminador, Éxodo
cap.12; quedando así establecida la celebración de la Pascua cada año entre el
pueblo hebreo, como un recordatorio de la liberación de la esclavitud y de los
hechos portentosos de Dios, así como para testimonio de las siguientes generaciones.
Más
adelante, Dios establece el Tabernáculo de reunión y los sacerdotes, el altar y
los sacrificios.
Los
animales para el sacrificio debían ser machos, sanos y sin defectos,
físicamente perfectos; y sólo los sacerdotes podían ofrecer los sacrificios,
por sí mismos, por su familia y por el pueblo.
Todo
el capítulo 16 del Levítico, o llamado también libro de la Ley, nos relata cómo
se debían hacer los sacrificios de expiación.
Era
todo un ritual muy largo y complicado: el sacerdote entraba primero con dos
animales, un becerro y un macho cabrío y con la sangre de estos debía
purificarse y expiar por él mismo y purificar el altar y el tabernáculo; una
vez terminado este ritual, hacía traer otro macho cabrío para cargarlo con los
pecados de todos. (Leamos todo el capítulo).
Como
ya dijimos, después de hacer la expiación por sus propios pecados, tomaba un
chivo o macho cabrío, le imponía las manos en la cabeza y confesaba sobre él
todos los pecados del pueblo de Israel y lo enviaba al desierto cargado con los
pecados de todos para que se los llevara bien lejos. Luego se bañaba y entonces
ofrecía el holocausto por todos.
Imaginemos
por un momento, el reguero de sangre por todos lados, pues, él debía rociar con
la sangre todo lo que quería purificar, incluyéndose a sí mismo y al pueblo.
Pero
el pueblo volvía a pecar, entonces era necesario volver a hacer el sacrificio
cada año; pues, este no era un sacrificio perfecto y definitivo. Sólo era la
sombra del que venía.
Y así se repetía cada
año hasta la venida de Cristo el Mesías, el Salvador, el Cordero Santo, Inmaculado,
que se ofrecería por todos en sacrificio santo, perfecto, suficiente y de una
vez para siempre.
La
SANGRE REDENTORA de Cristo tiene PODER sobre las tinieblas, la muerte eterna y
toda asechanza del enemigo. En ella tenemos victoria sobre el pecado; el acusador ya no tiene poder sobre
nosotros los que le hemos entregado la vida a Cristo, y nos hemos sometido a su
señorío.
Ap. 12:10-11:
“Entonces oí una gran voz en el cielo, que
decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la
autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros
hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
-Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero….”
La
SANGRE de Cristo nos limpia de todo pecado.
La
SANGRE de Cristo es vida eterna, es sanidad física y espiritual, santifica y
purifica.
La
SANGRE de Cristo rompe toda cadena de esclavitud diabólica, destruye toda
perversión sexual, masturbación, lesbianismo, homosexualidad, violaciones,
adulterios, pornografía y todo vicio y adicción a sustancias alucinógenas y de
alcohol.
¡¡No
hay absolutamente nada que pueda quedar fuera del poder transformador de la SANGRE
REDENTORA de Cristo!!
Sólo
hay que tomar la decisión de entregarse a Cristo, confesar todos nuestros
pecados y permitirle tomar el control de nuestra vida, creyendo que él ya lo
hizo, que él ya venció en la cruz y obtuvo la victoria por nosotros.
Cristo
ya exhibió a nuestros enemigos en la cruz y clavó en ella todos los decretos
que había contra nosotros, Col.2:14; Siendo ya justificados por su SANGRE
REDENTORA y constituidos hijos de Dios. Jn.1:12.
Cuando
Pilatos dijo: Soy Inocente de la sangre
de este Justo, allá vosotros. Todo
el pueblo sin saber lo que decía, gritó: “Su
sangre caiga sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” Mat. 27: 25.
¡Bendita
SANGRE! Cuando medito en este pasaje bíblico, se conmueve mi espíritu,… ¡el
amor de Dios hacia nosotros es muy grande…! ¡No escatimó ni a su propio Hijo por
nosotros, por usted y por mí!
El
pueblo tenía razón: era necesario que su SANGRE REDENTORA cayera sobre nosotros.
Sólo en su SANGRE REDENTORA, podemos ser salvos.
Que
el Señor les continúe bendiciendo.
Orfilia Miranda Londoño.
“…..Y él me dijo: Estos son los que han
salido de la gran tribulación, y han lavado
sus ropas, y las han emblanquecido en la
sangre del Cordero.”
Ap.
7:14
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