miércoles, 9 de julio de 2014

EL CONTROL DEL ENOJO



Las emociones son parte de nuestra compleja personalidad, nacen con nosotros y mueren con nosotros. Las emociones en sí mismas, no las podemos calificar como buenas o malas, ni las podemos suprimir. Lo que nos toca a nosotros es vigilar qué control tenemos sobre ellas.
El enojo, del que vamos a hablar hoy, así como la alegría, el gozo o la tristeza, es una reacción anímica que muy pocos saben controlar, aún siendo creyentes.

La Palabra de Dios no nos reprocha por que nos enojemos, pero sí nos da un consejo que debemos tomar muy en serio para no meternos en graves problemas:
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,” Efesios 4; 26
Podríamos traducirlo así: si tienen algún motivo que los enoja, no reaccionen mal, no hieran ni ofendan a nadie y no dejen pasar el día sin reconciliarse. No guarden el enojo, este tiene una capacidad enorme de almacenarse dentro de nosotros, convirtiéndose en rencor, dando lugar al odio y a la venganza. Hay muchos corazones con montañas de rencor dañándose a sí mismos y dañando a los demás.

El enojo como cualquiera otra emoción, en sí, no es ni bueno ni malo.
Airaos, pero no pequéis…” La actitud que tomemos, o lo que hagamos cuando estemos enojados(as) es lo que hace la diferencia.
Podemos mantener la serenidad mientras estemos enojados, o podemos perder el control y reaccionar de manera violenta y cometer actos de los que nos tendremos que arrepentir cuando ya sea demasiado tarde.

En la palabra de Dios, encontramos varios casos de enojo incontrolado y vengativo con terribles consecuencias. Vamos a ver sólo tres de ellos:

*Caín, Gn.4:3-8: Caín se llenó de enojo incontrolado contra su hermano Abel, al saber que su ofrenda no fue aceptada por Dios y la de su hermano sí. V. 5, “…pero no miró (Dios) con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.”
Vemos que Caín guardó por varios días el enojo en su corazón hasta convertirse en rencor.
Decayó su semblante, se volvió amargado y resentido contra su hermano Abel y en su corazón sólo había un pensamiento que alimentaba su deseo de venganza, hasta maquinar la muerte de su hermano. Se ensañó, no pensaba en otra cosa sino en la venganza y la IRA lo cegó.

*Esaú, Gn. 27:41-45Y aborreció Esaú a Jacob…y dijo en su corazón: yo mataré a mi hermano JacobAhora pues, hijo mío, levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán…hasta que el enojo de tu hermano se mitigue; hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti, y olvide lo que le has hecho.” (Leer la historia completa).
El rencor era tan fuerte, que Esaú sólo esperaba que su padre muriera para matar a su hermano y vengarse por haberle quitado la bendición de su primogenitura. Y no lo llevó a cabo por la intervención oportuna de su madre.

*Absalón, el hijo de David, 2ª de Reyes cap. 13.
Esta es otra historia de dolor y muerte, fruto de la ira y el deseo de venganza alimentada. Entendemos que lo que hizo Amnón, violar a su propia hermana, es totalmente condenable y repudiable, pero Absalón albergó tanto enojo e ira en su corazón, que terminó tomando la justicia en sus manos para vengar la deshonra de su hermana Tamar, agravando así más las cosas. Leemos en el verso 22: “…Mas Absalón no habló con Amnón ni malo ni bueno; aunque Absalón aborrecía a Amnón, porque había forzado a Tamar su hermana.
Absalón no habló del problema con Amnón, no le reprochó ni lo amenazó, se guardó todo su enojo en el corazón. Se envenenó con tanto rencor, hasta llevarlo a maquinar y a planear fríamente la forma de venganza contra su hermano Amnón.

Tristemente, estos tres casos de enojo incontrolado, de ira y venganza alimentada, se dan justamente en el seno de la familia; no eran particulares, no eran enemigos antes.
Tres familias destruidas y divididas a causa del enojo irracional. El enojo les hizo perder la cordura y la razón y no les permitió ver las futuras consecuencias personales, familiares y sociales.

David, padre de Absalón, no sólo tuvo que pasar por el dolor de su hija violada, sino también por el dolor de un hijo muerto y otro convertido en asesino y fugitivo.

Generalmente, cuando una persona se deja llevar por el enojo y comete una locura, inmediatamente reacciona pero ya es muy tarde. Ya no se puede deshacer lo hecho.

¿Qué hace usted cuando se enoja? ¿Deja que el enojo lo controle o controla usted su enojo? 
El enojo, o la ira, es una emoción muy fuerte y explosiva que destruye la vida de las personas, la familia y la sociedad, como ya lo dijimos.

Médicos, psiquiatras y psicólogos, aceptan hoy que muchas de las enfermedades emocionales y físicas que padece la gente, la mayoría de ellas tienen su origen en el enojo y el rencor.

El enojo permanente vuelve a las personas irritables y amargadas, y en muchas ocasiones estas son causa de enfermedades como: diabetes, hipertensión, infartos, artritis, colitis, úlcera gástrica y problemas de piel. 
Durante el enojo hay fuertes descargas de hormonas en el torrente sanguíneo que producen trastornos en la salud.
Por lo tanto, la explosión del enojo, destruye la felicidad, destruye los hogares, las amistades y las buenas relaciones con nuestros semejantes.
Dios no nos creó para ser controlados por el enojo, ni para ser víctimas de sus consecuencias.
El enojo es una fuerza que debemos controlar si no queremos que ella nos domine y nos destruya. Es como un río caudaloso cuando se desborda, se lleva todo a su paso.
Dice en Efesios 4:31-32,Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”
Así que, Nacer de nuevo en Cristo Jesús, es tener la naturaleza de Jesús que fluye de adentro hacia afuera. Y esta nueva naturaleza en Cristo, se demuestra en la forma como el creyente maneja el enojo.

Tres aspectos que debemos considerar y que nos ayudan a dominar el enojo: 

1-Reconocerlo como pecado: Cualquier enojo no justificado, y que nos lleve a alimentar rencor, es un serio pecado que nos expone al juicio de Dios, porque para Dios es inaceptable esa clase de reacción emocional. El enojo pues, no sólo daña nuestra relación con los demás, sino con Dios mismo, por cuanto nos arrastra al odio, a la venganza y hasta al asesinato. Un viejo corito dice:
“Cómo puedo yo orar,
Enojado con mí hermano;
Dios no escucha la oración,
Dios no escucha la oración
Si no me he reconciliado.”
Ciertamente, es difícil orar con el corazón lleno de resentimiento. 

2-El perdón: la biblia nos manda perdonar inmediatamente a quien nos haya ofendido. “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen.” Estas palabras de Jesús siguen siendo nuestro modelo a seguir. Esta dimensión del perdón hacia otros no debe ser de labios para afuera, sino de lo más profundo de nuestro corazón para que haya sanidad.

3-No dirigir el enojo hacia la persona que lo causa: si lo hacemos así, no podremos resolver inteligentemente el problema.

Como cristianos estamos llamados a vivir bajo la dirección del Espíritu Santo, para que fluya su sabiduría en nosotros y podamos tener dominio propio como hijos de Dios.

El enojo como cualquier otra emoción, se convierte en fuerza de maldad cuando pasamos los límites que Dios ha establecido para nuestra buena conducta.
Si pasamos estos límites, debemos arrepentirnos, confesar nuestro pecado, pedir perdón a Dios, sacando el enojo de nuestro corazón y de nuestra mente.
Sigamos el consejo de Pablo: si nos enojamos, que el enojo no permanezca dentro de nosotros mucho tiempo y no dejemos que termine el día sin reconciliarnos. Es decir, no permitir que el enojo se instale en nuestro corazón en forma de rencor; entreguemos este sentimiento  al Señor expresándole nuestro dolor, permitiéndole que sane nuestro corazón.
Si queremos quedar libres de toda atadura, debemos buscar la reconciliación con la otra persona mientras sea posible y esté de nuestra parte. Digo esto porque muchas veces buscamos a una persona para pedirle perdón y salimos más heridos y lastimados; en este caso lo recomendable es orar por esa persona sin maldecirla y dejar que Dios actúe.

                         ¡Soy yo quien decide no ser esclavo del enojo, la ira y el rencor!
                         ¡Liberémonos, tenemos el poder del Espíritu Santo para lograrlo!

 No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios.” Eclesiastés 7:9                   
                                           Dios le bendiga.

                                            Orfilia Miranda Londoño

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