sábado, 11 de mayo de 2013

HACEDORES DE MALDAD



Pecado, justicia y juicio de Dios.
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.” Gen 1:26. 
 Como bien lo relata la Palabra de Dios, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y lo puso en el huerto como señor, con autoridad sobre toda la creación.
El hombre junto con su mujer, eran felices, no conocían el sufrimiento, ni la tristeza, ni el dolor, ni la enfermedad ni la muerte. Esto no estaba en el plan divino de Dios para el ser humano. Estas son las consecuencias de la desobediencia a Dios, o del “pecado” como también se le llama.
El hombre cayó en la mentira y la trampa del “malo,” que lleno de envidia, buscó el momento propicio para tentarle y ponerle en enemistad contra el Creador, “porque el diablo peca desde el principio.” 1Juan 3:8.

El hombre se apartó del consejo de Dios y voluntariamente aceptó el consejo del diablo permitiendo que le fuera sembrada la semilla de la iniquidad en su corazón; y por más que intente revertir esta situación, nunca podrá lograrlo por sí mismo; quedó atado al pecado y a sus consecuencias eternas. El Profeta Isaías 5:18 dice: “!Ay de los que traen la iniquidad con cuerdas de vanidad, y el pecado como con coyundas de carreta!”

Y vemos que a lo largo del tiempo, en el transcurrir de los siglos, esta historia de desobediencia y rebeldía contra Dios, se sigue repitiendo de generación en generación. La naturaleza caída del hombre es heredada de nuestros primeros padres, Adán y Eva; es una inclinación o tendencia al mal que viene en nuestros genes, y hace que el hombre practique fácil el pecado y no el bien. Salmo 51:5, “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.”
El pecado trae consigo enfermedades, dolor y muerte; el pecado afea el alma, y el rostro pierde las facciones de paz, dulzura y amabilidad; el pecado produce tristeza, falsa alegría, amargura, odio, rencor y desesperación. Isaías 3:9: “La apariencia de sus rostros testifica contra ellos; porque como Sodoma publican su pecado, no lo disimulan.”

El hombre en pecado, cada día quiere estar más lejos de Dios; desprecia su consejo y sus mandamientos haciendo que su corazón se endurezca y se aparte cada vez más de él. Isaías 30:1. !!Ay de los hijos que se apartan, dice Jehová, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con cubierta, y no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado!

En medio de tanta perversidad, Dios escogió a un hombre, Abraham, con el cual hizo pacto y le dio descendencia, y formó un pueblo escogido para sí, que le sirviera y le fuera fiel; pero con el tiempo, siendo ya un pueblo numeroso y habiendo visto las maravillas y prodigios de Dios, también se rebelaron contra él y se descarriaron. Isaías 53:6 “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino;…” El hombre sigue sin reconocer su pecado delante de Dios su Creador, persistiendo cada vez más en su maldad; Dios se queja de ellos y les advierte por boca del Profeta que va a entrar en juicio contra ellos. Jeremías 2:35, “… He aquí yo entraré en juicio contigo, porque dijiste: No he pecado.” Dice el Señor, contristado con un pueblo que le ofende y no da muestras de arrepentimiento.

Dios nos llama pues, a reconocer nuestro pecado delante de él, porque “todos” somos pecadores, Romanos 3:10, “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;” y Romanos 3:23: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” Significa que, el hombre necesita volverse a Dios y aceptar la salvación que él le viene ofreciendo para recuperar su estado de gracia.

Cumplido el tiempo, Jesucristo viene a reconciliarnos con el Padre:

 Cumplido el tiempo de la redención, Dios manifiesta una vez más su amor por los hombres y envía a su propio Hijo a rescatarnos, con el sacrificio de la CRUZ; Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Dios ya no está pensando en castigar y condenar al hombre, sino en salvarlo. Juan 3:17, “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” Si bien es cierto, la salvación viene de Jesús, la condenación no, Jesús no condena a ninguna persona: Juan 3:18  “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.”
Usted y yo tenemos la opción de recibirle o rechazarle; de creer en él o no creer; tenemos libertad de escoger la salvación o la condenación eterna.

Jesucristo, es pues, la provisión del cielo para los hombres; su misión sublime es SALVAR al hombre y reconciliarlo con el Padre. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Con su sacrificio y muerte en la cruz, su sangre es derramada en expiación por todos los pecados del mundo.  
Pero la misión de Jesús no era nada fácil, debía enfrentarse con un pueblo religioso, muy estricto en la observancia de leyes y normas, pero muy duro de corazón e incrédulo: su mismo pueblo judío. Pese a los muchos milagros y prodigios que hizo entre su pueblo, fue cuestionado, criticado y hasta llamado hijo del diablo. Les molestaba que los confrontara con el pecado, que les enrostrara las injusticias que hacían con los pobres y desvalidos, y cada día oponían más resistencia hacia Jesús y a su doctrina y empezaron a planear cómo matarlo.
Jesús les dice: “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.” Juan 15:22.
 Juan 15:24, “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.”
Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, nos hacemos responsables de ella, ya no tenemos excusa en el día del juicio. La Palabra misma nos juzgará: Juan 12:48, “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.”

Arrepentimiento

No debemos confundir el arrepentimiento con el remordimiento:
Judas sintió remordimiento de haber vendido a su Maestro, cuando entendió las consecuencias de lo que había hecho, fue a devolver el dinero creyendo con esto atenuar un poco la culpa y dijo: “Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? !Allá tú!” Mateo 27:4; esta respuesta lo llevó a la desesperación y acosado por el remordimiento y la culpa, se ahorcó, se suicidó, porque la paga del pecado es muerte. Rom. 6:23. 
El arrepentimiento te lleva al cambio de actitud y a la fe en Cristo. Te lleva a dejar el camino equivocado en que andas para seguir el Camino del evangelio; el reconocer tu maldad, no te lleva a la desesperación, sino que te induce a humillarte a los pies del Señor y pedirle perdón por los pecados, como el caso del hijo pródigo que narra Lucas 15:18: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.” Hay arrepentimiento con esperanza y confianza en el amor del Padre.

El Perdón

El perdón hay que suplicarlo con humildad, reconociendo nuestro pecado delante de Dios, sabiendo que, sea cual sea el pecado, la misericordia de Dios es más grande que toda la inmundicia que haya en nosotros.
  
El pueblo de Israel había llegado a un nivel muy alto de pecado en el tiempo del Profeta Isaías, cuando les dice estas palabras tan fuertes: ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás.” Isaías 1:4. Y aunque el juicio de Dios se veía venir, todavía por boca del Profeta, los llama al arrepentimiento diciéndoles: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;” v 18 “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” Isaías 1:16,18.
¡Qué paciencia, qué amor y misericordia tan grande de Dios con los hombres!

Más adelante, Dios vuelve a estar airado con el pueblo y el castigo se venía por tanta abominación; el profeta Jeremías nos da un ejemplo de cómo suplicar el perdón de Dios:
Jer. 14:7, “Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado.”
Y más abajo, 14:20, “Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad, la iniquidad de nuestros padres; porque contra ti hemos pecado.”
El empieza reconociendo la maldad; y en ningún momento el Profeta justifica al pueblo diciendo: “pobrecitos, es que han sufrido mucho y están traumatizados, entiéndelos Dios;” como tampoco el Profeta se cree libre de pecado y se excluye, observemos que dice: “nuestras iniquidades”reconocemos nuestra impiedad.”
El arrepentimiento sincero nos alcanza el perdón; y el perdón produce en nosotros paz interior, alegría, gozo y libertad del pecado: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” Juan 8:34. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;” Rom. 6:12.
El hombre salvado que ya es libre del pecado, vive como siervo de Dios, produciendo y mostrando frutos de santidad y su meta es la vida eterna. Rom. 6:22  “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.”
Como ya dijimos antes, todos los seres humanos son pecadores, de naturaleza pecadora, “hacedores de maldad,” Lucas 13:27; pero todo el que ha nacido de Dios, ya no puede pecar voluntariamente porque es simiente de Dios; 1Jn 3:9  “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Es decir, el pecado ya no tiene dominio sobre nosotros.

Sólo Jesucristo el Hijo de Dios, Santo y puro, en quien no hay sombra de maldad, podía librarnos y limpiarnos del pecado. El Cordero Inmaculado, perfecto, para el sacrificio perfecto, que quitara el pecado del mundo definitivamente.
Jesús llevó a la cruz todos los pecados del mundo sin ser él pecador y sufrió la vergüenza por nosotros: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Juan 8:46. Sólo Jesús tiene autoridad sobre el pecado y victoria sobre la muerte.

Un verdadero creyente entonces, que ha sido salvado mediante el sacrificio de la cruz, ya no practica el pecado, así su naturaleza caida permanezca en él, porque el que practica el pecado es del diablo y el diablo peca desde el principio; y para esto vino Jesús a destruir las obras del diablo; 1Jn 3:8.

Jesús ya ha cumplido su misión redentora y debe volver a su trono, a la diestra del Padre.
Él sabe que Satanás no descansará y nos va a estar acechando, si lo tentó a él, qué hará contra nosotros. No nos deja solos en la batalla: Nos envía al Espíritu Santo, prometiendo que estará con nosotros hasta el fin del mundo.
Espíritu Santo, continuará la obra en la iglesia, “cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” Juan 16:8-11. 
 ¡Bendiciones!
                                                                               Orfilia Miranda L
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