“Y llamó Juan a dos de sus discípulos, y
los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o
esperaremos a otro? Cuando, pues, los hombres vinieron a él,
dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el
que había de venir, o esperaremos a otro? En esa misma hora sanó a
muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les
dio la vista.” Lucas
7:18-27
Jesús, hace
rato ha comenzado su ministerio y es seguido por mucha gente, que hace que su
fama se extienda rápidamente.
Después de una
vigilia de oración de toda la noche, escoge de entre sus seguidores a doce
hombres que serán los discípulos que le seguirán por el resto de su ministerio.
Baja luego a
un lugar en donde lo espera gran multitud de gente de Judea, de Jerusalén y de
toda la costa de Tiro y de Sidón, para escucharle y para ser sanados por él de
sus enfermedades. Allí hace varios milagros y les predica su mensaje.
Lc. 6:17.
Sigue su recorrido
enseñando normas de vida y sanando enfermos, expulsando demonios y resucitando
muertos como el caso del hijo de la viuda de Naín.
Como vemos, es muy difícil
mantener en secreto la obra de Jesús.
Mientras
tanto, Juan continúa bautizando y anunciando el reino de Dios y enterado por
sus discípulos de todos los acontecimientos con Jesús.
De pronto, su
vida da un giro inesperado a causa de su mensaje y es encarcelado, porque Juan
no es el tipo de hombre que vacila para decir las cosas que tiene que decir. Él
vino a denunciar el pecado y eso era exactamente lo que hacía.
Por lo tanto,
no pensemos entonces, que fue una crisis de fe de Juan en Cristo, sino que, en
medio de estas contrariedades inesperadas, como su encarcelamiento y la incredulidad
y hostilidad de los judíos hacia Jesús, Juan necesita asegurarse en su fe, por
Jesús mismo, y decide mandar a dos de sus
discípulos a preguntarle si él es el
Mesías prometido o si debemos esperar a otro.
Y mientras los
discípulos de Juan, hablan con Jesús, ellos mismos son testigos de todo
lo que está sucediendo allí: “En esa misma
hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos
ciegos les dio la vista.”
Aquí sobran
las explicaciones. Conociendo Jesús la fe que hay en el corazón de Juan, se
limita a decirles: “Vayan y hagan saber a
Juan lo que han visto y oído” es decir: se están cumpliendo las escrituras,
según Isaías 35:5-6 y 61:1. Los prodigios que ven, solo los
puede hacer alguien que haya recibido esa autoridad de lo alto. Solo Jesús tenía
esa autoridad para obrar milagros y él mismo había dicho antes: Por sus frutos los conoceréis. Mat. 7:16.
Como creyentes,
a veces hablamos mucho de nosotros mismos, decimos que hacemos esto y aquello
otro, pero no mostramos frutos maduros de fe, de arrepentimiento y de santidad.
Jesús, no tuvo
necesidad de hablar mucho de sí mismo a los discípulos de Juan, porque las
obras solas hablaban de él: “Vayan y
díganle a Juan lo que han visto y oído”.
“Cuando se fueron los mensajeros de Juan,
comenzó a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña
sacudida por el viento? Juan 7:24-26.
Juan no era
cualquier personaje: era un verdadero mensajero de Dios a los hombres.
Desposeído de todo, humilde, pero claro y firme en la entrega del mensaje. Su
fidelidad y centralidad en la palabra, le acarrean las críticas de los fariseos
y la muerte misma por denunciar el pecado por su nombre. Ese es un verdadero
profeta.
El verdadero profeta de Dios, no tiene muchos amigos
y hasta los mismos de la iglesia buscan la forma de callarlo porque se vuelve incómodo
con lo que dice.
Herodes usó el
poder para mandar a encarcelar a Juan y decapitarlo, por haberlo confrontado
con su pecado de adulterio. Pero debemos entender que callarle la boca al
profeta no nos cambia la realidad de pecado delante de Dios.
En la iglesia
de hoy, hay muchos textos bíblicos que ya no se pueden nombrar para no
incomodar a muchos y para no perder
popularidad.
Pero el
verdadero mensajero y profeta de Dios, no busca popularidad, ni su propia
gloria, fama, o lucro con el mensaje del evangelio.
No anda en
vanidades ni en deleites malsanos de la carne y no pone condiciones ni hace
exigencias extravagantes para aceptar ir a llevar el mensaje.
El profeta y
mensajero de Dios es sencillo, no vive en suntuosas mansiones, ni se hospeda en
hoteles cinco estrellas: “Mas ¿qué
salisteis a ver al desierto? ¿A un
hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura
preciosa y viven en deleites, están en los palacios de los reyes. Mas ¿qué
salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os
digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: He aquí, envío mi mensajero delante
de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti.” Juan 7:24-27
La vida de austeridad y humildad de Juan es sorprendente. Su vivienda, no debió ser muy
cómoda ni elegante, a juzgar por su vestido y su alimento; cosa bien distinta
al estilo de vida de los que hoy se hacen llamar profetas del Altísimo.
Cuando Juan se
ve acosado por las muchas preguntas de los sacerdotes y levitas: si tú no eres el Cristo ni Elías, entonces
dinos, ¿Tu quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? El sencillamente
responde: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto.” Como quien dice: “Soy uno común y corriente.”
En ningún momento se acreditó a sí mismo, sino que le trasladó todo el mérito a
Jesús.
Nótese bien, que
en todo momento, Juan se cuidó de robarle protagonismo a Jesús.
Deja muy claro
que el que sí es grande y es digno de gloria, es: el que viene detrás de mí, yo ni
siquiera soy digno de desatarle la correa de su sandalia, Jn. 1:27.
Desatar la sandalia era oficio de esclavo y
Juan ni siquiera se consideraba digno de hacer eso con relación a Jesús. Y más
adelante afirma: “Es necesario que él crezca, pero que yo
mengue.” Jn. 3:30.
Esta
es la grandeza de Juan, su profunda humildad como profeta.
Juan vino a
preparar el camino del Señor para su primera venida y murió por esa causa.
A nosotros nos
toca anunciar el evangelio para preparar el escenario del Señor para su segunda
venida. Examinémonos:
Como profetas
hoy, ¿Estamos anunciando y proclamando la Palabra del Señor con el mismo celo,
coraje y valentía de Juan, dispuestos a ser rechazados por ser fieles a ella?
¿Estamos
menguando y renunciando a nuestra propia gloria para que Jesús crezca, y la
gloria sea solo para Cristo el Señor? ¿O nos estamos anunciando a nosotros
mismos, presentándonos con nuestras credenciales de doctores, apóstoles y otros
pergaminos que nos hacen levantar pecho, quitándole la gloria y el protagonismo
al Señor?
Aprendamos de la humildad y sencillez de Juan, y él era más que un Profeta, dice Jesús.
Dios les bendiga. Ofilia Miranda L.