lunes, 18 de marzo de 2013

El pecado del Eden

¿Por qué se le reclama al hombre el pecado que cometió la mujer?
Esta respuesta la descubrimos analizando muy bien el texto bíblico:

Gen 2:7- Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
El hombre es creado conforme al propósito de Dios.

Gen 2:8- Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado.
Le prepara un lugar para que viva.

Gen 2:15- Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.
Y en Gen 1:26- y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Aquí empieza el problema: El hombre al ser puesto como señor de la creación,
a)- Recibe autoridad sobre toda la creación.
b)- Recibe la responsabilidad de labrar y cuidar el huerto.

Gen 2:16- Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; 
Gen 2:17- más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.
Le da libre albedrío, o sea libertad de elegir y decidir. 
Pero esta libertad tiene una sola restricción o regla, que de no acatarla, le traería consecuencias funestas. Dios le advierte con toda claridad a Adán sobre los riesgos y el peligro que corre de no saber manejar su libertad. Dios no le oculta el peligro, ni se lo minimiza cuando le dice: “de cierto morirás.”
Queda pues, totalmente en las manos del hombre la responsabilidad de decidir y escoger libre y consciente, la vida o la muerte.

Gen 2:18- Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.
Después de haber creado al hombre, Dios entiende la soledad de Adán y le da compañera, esposa.

Vistos los versículos anteriores, Eva es creada después; al ser creada después, desconocía las instrucciones dadas por Dios, y debió ser informada por el mismo Adán, su marido, quien debía además de amarla, cuidarla y protegerla; cosa que al parecer no estaba haciendo muy bien en el momento que Eva se acerca a la zona del peligro, de la tentación.
Y aquí cabe muy bien un adagio popular que dice: “El que busca el peligro, en él perece.” Eva se acercó a la zona de peligro y entabló conversación con el enemigo.
Gen 3:1 Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?
En las guerras nunca debemos subestimar al enemigo. No hay motivos para creer que el enemigo de un momento a otro, va actuar con buenas intenciones hacia nosotros. Un ejemplo claro es “El caballo de Troya” para los que han leido la historia.
Gen 3:2 Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; Gen 3:3 pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.
Ni siquiera era necesario comer el fruto, con solo tocarlo era suficiente para morir. Pero la serpiente sigue insistiendo: Gen 3:4, No moriréis; Gen 3:5 sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.
Eva no solo se acercó a la zona de peligro, sino que prestó oídos a escuchar los argumentos mentirosos de Satanás, y le permitió que tratara a Dios de mentiroso, diciéndole que Dios los quería tener engañados.
Le sembró la duda y la codicia en su corazón, contempló la tentación y cayó en el pecado de desobediencia a Dios: Gen 3:6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos,  y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.
Aquí aparece entonces, Adán en la escena, y en vez de actuar con responsabilidad y ejercer la autoridad que Dios le había dado sobre la creación y como cabeza de su mujer, toma una actitud pasiva y cobarde ante lo que está a punto de suceder, y a sabiendas de las consecuencias, no solo no alerta a su mujer, sino que le obedece y juntos caen en la tentación y lazo de Satanás.

Por tanto, Adán, es muy responsable por varias razones:

1.      Descuidó su responsabilidad de guardar “cuidar” el huerto, incluyendo a su esposa.
2.      No ejerció la autoridad que Dios le dio sobre la creación. Le entregó la autoridad a Satanás.
3.      Como cabeza de la mujer y protector de ella, no tuvo el carácter y la voluntad firme para rechazar el fruto conociendo el peligro y aconsejarla a ella que no lo comiera.
4.      Obedeció a la voz de su mujer, (que no era la de ella, sino la voz de Satanás), a sabiendas de la prohibición de Dios.

En todo lo anterior, lo que vemos es la astucia que Satanás usa para engañarnos si no estamos vigilantes. No trató de engañar a Adán directamente, sino que usó la ingenuidad de Eva para hacer caer también a Adán en el terrible pecado de desobediencia a Dios. Y vale la pena repetir, que la serpiente era astuta; y lo peor que podemos hacer es prestar oídos a la tentación, Gen.3:2-5. Detenernos a considerar la tentación, contemplarla y/o codiciarla es fatal siempre.
Gen 3:6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría. Las consecuencias son amargas:
Gen 3:7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; acababan de perder la vestidura blanca de la gracia y la santidad con que Dios los había creado.

No sabemos cuánto tiempo habría pasado entre la creación del hombre y el pecado, la biblia no lo dice, pero cabe suponer que Satanás desde hacía tiempo estaba urdiendo el plan y esperando el momento propicio. Y qué mejor momento que encontrarse a la mujer sola sin la protección y el respaldo del varón.
Este descuido de la responsabilidad de Adán, de no haber ejercido su autoridad como “señor” sobre la creación le costó, no sólo la muerte espiritual y la destitución del Paraíso, sino que toda la tierra quedó “maldita” por su causa: Gen 3:17 Y al hombre dijo: (Dios) Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 
En este versículo de la maldición de Adán, nótese que Dios dice en singular: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; no dice “les mandé;” como quien dice: esa era tu responsabilidad, cuidar de tu esposa y del huerto que te encargué guardar y no lo hiciste.
Los varones, pues, tienen una gran responsabilidad delante de Dios como cabeza y sacerdotes en sus hogares, con sus esposas, sus hijos, en la sociedad y en la iglesia.
El varón no puede delegar o dejar las responsabilidades a la mujer, que le han sido confiadas a él por Dios desde la creación. La mujer tiene las suyas propias de su género.
No olviden los varones que la mujer fue creada como compañera y ayuda idónea, no la responsable de lo que le ha sido confiado al varón.
En conclusión, los dos pecaron, pero la responsabilidad principal es de Adán.
“Al que más se le confía, más se le exige.”
¡Bendiciones!

Orfilia Miranda L.


jueves, 14 de marzo de 2013

Padre, si es posible, pasa de mí esta copa



Padre, si es posible, pasa de mí esta copa
Texto: Lucas 22:41-44
 Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.”

Por este tiempo en que la iglesia grande celebra en todo el mundo la semana santa, (que tiene muy poco de santa), nos inundan de películas, teatro y dramatizados sobre la pasión y muerte de Jesús.
Nos muestran a un Jesús llagado, escupido, flagelado y ensangrentado, tratando con esto de mover nuestras emociones para despertar en nosotros compasión y lástima por él.
Al revés: esto no es lo que nos debe producir la reflexión en la pasión y muerte de Jesús, como tampoco era lo que Jesús buscaba con su sacrificio y muerte en la cruz. Más bien, a las mujeres que lloraban por él, y le seguían en el camino al Gólgota, Jesús les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.” Lc.23:28. Jesús no necesita nuestra lástima.

El Maestro sabía lo que decía: si realmente comprendiéramos qué fue lo que hizo Jesús por nosotros, por la humanidad caída, no lloraríamos por él, sino por nosotros mismos, por nuestros pecados y caeríamos de rodillas en arrepentimiento y agradecimiento a Dios.

Nosotros no alcanzamos a entender lo que pasó en el Huerto de Los Olivos, y posteriormente en la cruz del calvario: Jesús no tenía miedo de la crueldad del ejército romano; no tenía miedo de ser azotado y maltratado; no tenía miedo de la cruz ni de los clavos, ni de la muerte misma: ¡Jesús sabía que todo el ardor de la copa de la ira de Dios por nuestros pecados, sería derramada sobre él! El castigo horrendo por el pecado de toda la humanidad iba a ser derramado sin medida sobre él. Jesús, el Hijo amado, iba a ser separado del Padre y él y el Padre son “uno” “así como nosotros somos uno.” Juan 17:22. La profundidad de este misterio no lo podemos discernir con el entendimiento humano. 
La copa es el símbolo de la ira divina contra el pecado. Todo el pecado y la maldición que había sobre nosotros, Jesús lo tomaría sobre sí en la cruz, haciéndose abominable y sufriría el desprecio y el abandono del Padre porque en su santidad y justicia, el pecado no puede estar delante de sus ojos.

Jesús es el Hijo de Dios, es Dios, revestido de naturaleza humana y por tanto, tenía alma humana; esto hacía que fuera comprensible y normal en él esa manifestación humana de angustia, de profunda tristeza y de querer evitar la copa. “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” V.42. La copa era abominable para él, pero la acepta por amor a nosotros, porque esa era la misión a la que él venía, y era la voluntad del Padre.

En la oración del huerto, Jesús se somete totalmente a la voluntad del Padre, libre y consciente, con todos sus sentimientos y sus deseos humanos y su voluntad. Por eso dice: no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Fue tan terrible ese momento que Cristo experimentó de dolor, de angustia, de tristeza y agonía en el huerto, que sus vasos capilares se reventaron y sudaba copiosamente, un sudor mezclado con sangre que caía hasta la tierra. Y dice la palabra que cada vez oró más intensamente y exclamó: “mi alma está triste hasta la muerte. Mt. 26:36. Aquí, él demuestra que es verdadero Dios y verdadero hombre; y se entristeció tanto, que vino un ángel del cielo a fortalecerlo, pues, de allí en adelante él estaría totalmente solo sin ningún auxilio enfrentando el castigo divino que era para nosotros.

El daño que el pecado causó en la creación fue tan horrible, que no había nada debajo del cielo que pudiera remediarlo. Y fue tan terrible lo que pasó entre el cielo y la tierra, entre Dios y su Hijo, que no lo podemos discernir en la carne.
Fue Dios mismo, en su Hijo, ofreciéndose y pagando por nosotros, por nuestra salvación, porque no había víctimas ni sacrificios suficientes, ni capaces de quitar el pecado del mundo.
Los sacrificios antiguos, solo apaciguaban por un tiempo la ira de Dios por el pecado, pero no lo quitaban. JESÚS fue, pues, el CORDERO de Dios, inmaculado para el sacrificio perfecto, para ser inmolado por nuestros pecados; sobre El en la cruz, fueron cargados todos los pecados del mundo; el suyo y el mío y el de todas las generaciones.
Él sufrió el desprecio y la humillación y se hizo maldito por nuestra maldición. Todo el peso del pecado estaba sobre él; sufrió la burla, el insulto, la soledad y el abandono; tuvo sed y le dieron a beber vinagre con hiel.
Desangrado y deshidratado totalmente, como a la hora sexta Jesús clama con gran voz al Padre:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mateo 27:46.
Pero el Padre no podía mirarle porque estaba hecho pecado sin ser él pecador. Perdió su belleza, coronado de espinas dolorosas, ensangrentado y llagado, estaba afeado por la inmundicia y Dios aborrece el pecado porque El es Santo y justo.

Todo está consumado, dice Jesús; es decir, todo está cumplido. Apuró toda la copa. Finalmente, con las pocas fuerzas que le quedan, grita a gran voz: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y expiró. Lucas 23:46.
En los versículos 43 y45, dice que hubo oscuridad y el velo del templo se rasgó por la mitad dándonos así entrada libre al Lugar Santísimo. Ya no eran necesarios más sacrificios de animales por nuestros pecados. ¡Jesucristo ya lo había hecho de una vez para siempre! ¡Gloria al Señor!

Solo en nuestro espíritu, y por la fe, podemos discernir el sacrificio de Jesús en la cruz por nosotros.
Estábamos perdidos y muertos en delitos y pecados. Ef.2:1. Al morir y resucitar, Cristo nos dio vida eterna.

Ahora, “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos esa salvación tan grande?” Heb.2:3.

Hay siete copas de ira listas para ser derramadas sobre el mundo, Ap. 16:1, sobre todos aquellos que rechacen esa salvación tan grande, y persistan en vivir impíamente. No habrá piedad de Dios para aquellos que hayan hecho derramar la sangre de su Hijo en vano, rechazando la salvación.

Amado lector: no descuide ni arriesgue su salvación porque ya no hay, ni habrá más sacrificio.
Meditemos en esto siempre: Cristo fue el único sacrificio de expiación perfecto, suficiente y para siempre.

ÉL ES EL ÚNICO Y SUFICIENTE SALVADOR, NO HAY OTRO.

Si usted todavía no le ha rendido su vida a Cristo de verdad, arrepiéntase y recíbale como su Señor y Salvador y viva en obediencia a su palabra si quiere ser salvo. Dios le bendiga.

Orfilia Miranda L.


























“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

  “EL TESTIMONIO DE VERDAD” 1ª de Juan 1 y 2 Si examinamos cuidadosamente la vida de Jesús, encontramos que mucha gente le seguía y escu...