En
el mensaje anterior hablamos sobre “El control del enojo” como una emoción
inherente al ser humano, y que en sí no es ni buena ni mala, pero que puede
volverse muy destructiva si la dejamos salir de control.
Hoy
hablemos de otra emoción: la TRISTEZA.
Contrario
al enojo, que si no es controlado puede llevar a una persona hasta cometer un
asesinato, el efecto negativo y destructivo de la tristeza se enfoca es hacia
la persona misma, cuando deja de ser una tristeza normal y por una causa
razonable.
La
tristeza cuando se convierte en depresión
crónica, puede terminar en suicidio y ya estaríamos hablando de un problema
de salud, así como la melancolía,
que es un sentimiento de tristeza sin causa definida. En estos casos
necesitamos de la ayuda profesional. Pero vamos a hablar es de los estados de tristeza normales por causas definidas y justificadas.
La
tristeza entonces, es una reacción normal a ciertas circunstancias muy particulares,
como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.; aunque es fuerte, si es
bien manejada, con ayuda o sin ayuda es superada. De esa tristeza es de la que
vamos a hablar.
¿Puede un
creyente estar triste?
Ha
habido mucha controversia y cuestionamientos entre muchos creyentes sobre este
asunto.
Algunos
dicen que una persona que esté llena del Espíritu Santo y que genuinamente esté
viviendo la plenitud de Cristo, es imposible que pueda sentirse triste; que en
ese corazón no puede haber espacio para la tristeza. Pero déjeme decirle, que
este es un concepto totalmente equivocado, porque la plenitud en Cristo y la
llenura del Espíritu Santo no anulan los sentimientos ni las emociones humanas.
Más bien Dios cambia nuestro corazón de piedra por corazón de carne, dice la
Palabra en Ez. 36:26:
“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu
nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os
daré un corazón de carne.”
Así
que, la tristeza ante el dolor, la decepción o el fracaso, es completamente
natural y no hay nada de malo en ella ni es pecado. Más bien, la dureza de
corazón, la insensibilidad humana y la indiferencia ante el sufrimiento del
prójimo sí es repudiable. Por eso Dios quita el corazón de piedra y lo cambia
por uno de carne si se lo permitimos.
Una mujer me dio este testimonio: “Durante muchos años, viví en situaciones muy
difíciles de sufrimiento emocional y físico. Con el tiempo, la persona humillada
que todo mundo le daba la vuelta como quería, fue cambiando: de tanto llorar,
se me fue endureciendo el corazón, por lo menos eso era lo que aparentaba, me escondí
en la dureza para ocultar un poco el sufrimiento y hacer que me doliera menos;
me volví tan dura e insensible que podía ver que se estaba cayendo el mundo y
no me importaba; no volví a llorar, no tenía lágrimas. Pero cuando Cristo vino
a mí, el día que le entregué mi vida tuve un quebrantamiento tan fuerte, que
sentía como si todo se hacía pedazos dentro de mí, sentí un dolor físico en el
pecho y rompí a llorar después de varios años que no me salía una lágrima, y
seguí llorando cuando oraba, cuando cantaba y cada que contaba mi testimonio.
El señor cambió mi corazón de piedra por uno nuevo con nuevos sentimientos. Cambió
mi tristeza en alegría. Y aunque he tenido que despedir a varios seres queridos
y me he sentido muy triste, he tenido paz y esperanza. Para Dios sea la gloria.”
La
tristeza se define como un estado de
ánimo normal, que forma parte del espectro emocional de las personas. Estar
triste es una reacción normal a circunstancias claras y definidas, como ya lo dijimos.
Como
creyente, mi espíritu experimenta el gozo que viene del Señor, pero nuestra
alma también en ocasiones puede experimentar la tristeza y el desánimo, propios
de nuestra naturaleza humana, pero muy distinto a la desesperación, y que como la palabra misma lo dice, es de los que
no tienen esperanza; este sentimiento sí corresponde a personas sin Cristo, o a
creyentes todavía carnales que no han crecido en la fe y no han entendido la
eternidad.
Personas
que se quieren enterrar con el muerto, que se enojan con Dios y hasta blasfeman
por la muerte de un ser amado, esta sí no es una actitud sana ni de una persona
creyente que vive con la esperanza de la salvación y la vida eterna.
Una
persona sin Cristo, triste y angustiada, cae en la desesperación y si la situación
se prolonga, no ve otra salida y puede terminar suicidándose. No es el caso de
un verdadero creyente.
Venir
a los pies de Cristo y aceptar la salvación, este hecho no anula nuestros
sentimientos; más bien los agudiza, suscita en nosotros la bondad, el amor y la
misericordia.
Los
discípulos de Jesús se sintieron tristes cuando se enteraron de que su maestro
iba morir:
Jn.
16:6 “Antes, porque os he dicho estas
cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón.”
Los
últimos días que los discípulos pasaron con Jesús, antes de su muerte, fueron muy
sombríos y llenos de incertidumbre. Habían vivido tres años con él presenciando
sus prodigios y milagros: sanidades, multiplicación del pan, expulsión de
demonios y resurrección de muertos; se habían acostumbrado a vivir con él, lo
admiraban, habían puesto su confianza en él y lo amaban.
No
podían entender ni asimilar tan fácilmente que Jesús tuviera que morir; alguien
que conocía los pensamientos de los hombres y que más de una vez escapó de sus
enemigos. ¡Cómo es que ahora Jesús sale con que lo van matar! Para ellos, esto es
tan abrupto como venir corriendo por una planicie y de pronto verse frente a un
abismo y tener que parar en seco ante el vacío y la nada.
Cómo
es que su maestro, al que nada se le quedaba fuera de su poder y autoridad, ¿no
va a tener poder y autoridad para evitar su propia muerte? ¿Qué va a pasar
ahora con nosotros…?
¡Esto
no lo podían entender ni aceptar! La incertidumbre y la tristeza se apoderan de
ellos. Estaban tan tristes y desanimados, que se quedaron dormidos, orar era lo
que menos querían hacer esa noche después de la noticia que recibieron durante
la cena, horas antes.
Lc.
22:45 “Cuando (Jesús) se levantó de la oración, y vino a sus
discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza;”
Según
los relatos bíblicos, hombres y mujeres amigos de Jesús lloraban de
tristeza por su muerte.
Esa
tristeza que empezó mucho antes de la muerte de Jesús, sólo se disipa después cuando
le ven resucitado.
Jesús también siendo
Dios, como hombre experimentó la tristeza:
La
biblia no hace mucho énfasis en las emociones de Jesús, pero como hombre, éstas
también estaban presentes en él; el enojo, las lágrimas y la tristeza.
Reaccionó
enojado con los mercaderes del templo;
Se
indignó con los que estorbaban a los niños acercarse a él;
Lloró
ante la tumba de Lázaro;
Y
estuvo muy triste hasta la muerte en la cruz.
Seguramente,
que muchas otras veces Jesús se sintió triste, pero la tristeza más profunda
que él pudo experimentar, fue en la noche del jueves en el Huerto de los olivos
hasta su muerte en la cruz:
Mat. 26:38, “Mi
alma está triste hasta la muerte.” Lo expresó él mismo. Y en Mat 26:37 dice:
“Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de
Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.”
Aunque
la tristeza no le impidió llevar a cabo su misión de salvación, como hombre, la
experimentó en toda su crudeza porque las emociones son inherentes a todos los
humanos.
Jesús,
siendo el Hijo de Dios, era también verdadero hombre; y en su naturaleza humana
con todos los sentimientos y emociones muy propias del hombre, sintió la
angustia y la tristeza tan profundamente allí en el Huerto de los Olivos, que su
sudor salía con sangre y fue necesario que un Ángel del cielo viniera a fortalecerle;
Lc. 22:43 “Y se le apareció un ángel del
cielo para fortalecerle.”
Mar.
15:34, registra el punto más alto de la tristeza de Cristo en la cruz, cuando a
la hora novena o 3 de la tarde, clamó a gran voz: “…Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?
En
esta exclamación de Jesús, se deja sentir su profunda tristeza y su sentimiento
de abandono por parte del Padre. Nadie ha experimentado un mínimo de lo que
sintió Jesús en la cruz; dicen los médicos que Jesús murió por anemia aguda
(pérdida de sangre), y yo me atrevo a decir que murió también de tristeza, de
dolor moral por nuestra ingratitud, por nuestra maldad y nuestra dureza de
corazón. Él sabía que muchos iban a rechazar la salvación que él nos estaba
ofreciendo. Él dijo: Mat 26:38 “…Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo.” En nuestra mente humana y en la carne jamás
alcanzaremos a entender y a percibir la tristeza de Nuestro Señor Jesucristo a
causa de nosotros.
¿Qué
podemos decir de nosotros entonces, con nuestra naturaleza caída? Veamos que Jesús
mismo lo dijo en Lc. 23: “si esto se hace
con el leño verde, ¿qué no se hará con el seco?
Si
esto se hace con el Justo, con el que no tiene pecado, ¿qué no nos pasará a los
pecadores?
Cristo
vino a quitar el pecado del mundo, pero no a eliminar sus consecuencias. Es
decir, Cristo vino a salvarnos de la muerte eterna, a reconciliarnos con Dios
el Padre, pero las funestas consecuencias que el pecado trajo a la creación
entera, seguirán hasta el fin del tiempo cuando sean restauradas todas las cosas.
Entre tanto, tendremos que seguir sujetos a la tristeza, a la enfermedad, el
dolor y la muerte.
Pablo
experimentó muchas veces la tristeza y él mismo lo expresa en Filp. 2:27 “Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de
morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de
mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza.” Pablo ya venía
sufriendo tristeza por otros acontecimientos como lo deja expresado aquí.
Rom.
9:2 “…que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón.”
2Co
2:1 “Esto, pues, determiné para conmigo,
no ir otra vez a vosotros con tristeza.” Estos versículos nos están
indicando que por más cerca que estemos del Señor, no estamos exentos de sufrir
y de experimentar tristeza.
El ministerio también
trae a veces preocupación y tristezas:
La
segunda carta de Pablo a la iglesia de Corinto, cap. 2, registra cómo los
problemas entre los hermanos le causan tristezas. 2Co 2:3; y 2Co 2:5 “Pero
si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto
modo (por no exagerar) a todos vosotros.”
Tristeza por el
pecado:
Sal.
31:9 “Ten misericordia de mí, oh Jehová,
porque estoy en angustia; Se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma
también y mi cuerpo.”
La tristeza
puede venir como disciplina: Heb 12:11 “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo,
sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella
han sido ejercitados.”
Decir
entonces, que un creyente ya no tiene por qué estar triste, es un grave error y
un desconocimiento de la Palabra de Dios y de nuestra propia naturaleza. En ningún
momento debemos creer que por ser salvos, ya "estamos por encima del bien
y del mal.” Seguimos siendo mortales, con naturaleza caída, expuestos a todo, sólo
que enfrentamos las cosas con una actitud diferente porque Cristo está en nosotros
y es nuestra fortaleza.
CRISTO revierte
la tristeza:
Sea
cualquiera la causa de la tristeza del creyente, esta es reversible y es
pasajera. Estará un tiempo y después se irá de nosotros.
Jn.16:20
“De cierto, de cierto os digo, que
vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros
estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.”
Jn.16:22
“También vosotros ahora tenéis tristeza;
pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro
gozo.”
Como
dice un proverbio: “Después de la tempestad, viene la calma.” En esta vida
temporal, todo es también temporal; y para los que amamos a Dios, todas las
cosas nos ayudan a bien, dice la Palabra. Rom. 8:28.
Quedamos
claros en que los creyentes no estamos exentos de momentos de tristeza, tribulación
y angustia. Por lo tanto, no debemos juzgar mal ni condenar a nadie porque le
veamos derrumbado. Más bien, debemos rodearlo de amor y en oración ayudarnos
unos a otros hasta que lleguemos a disfrutar de la vida de plenitud y de gozo
eterno con Dios en el cielo. De ese Gozo
eterno del que habla: Isa 35:10,
“Y los redimidos de Jehová volverán, y
vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán
gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.”
Sólo
allí en la presencia del Señor, no sufriremos tristeza, no habrá llanto ni
dolor, todo será perfecto gozo y alegría por los siglos.
En
los momentos de tristeza cuando usted no quiere nada, ni orar siquiera, póngase
en la presencia del Señor, quieto y en silencio, háblele sólo con el corazón y alábelo;
dígale que tenga misericordia de usted, el Señor que conoce sus más íntimos
pensamientos, le dará fuerzas y le consolará.
Dios
les bendiga.
Orfilia
Miranda L.