sábado, 26 de julio de 2014

LA TRISTEZA EN LOS CREYENTES



En el mensaje anterior hablamos sobre “El control del enojo” como una emoción inherente al ser humano, y que en sí no es ni buena ni mala, pero que puede volverse muy destructiva si la dejamos salir de control.

Hoy hablemos de otra emoción: la TRISTEZA.
Contrario al enojo, que si no es controlado puede llevar a una persona hasta cometer un asesinato, el efecto negativo y destructivo de la tristeza se enfoca es hacia la persona misma, cuando deja de ser una tristeza normal y por una causa razonable.
La tristeza cuando se convierte en depresión crónica, puede terminar en suicidio y ya estaríamos hablando de un problema de salud, así como la melancolía, que es un sentimiento de tristeza sin causa definida. En estos casos necesitamos de la ayuda profesional. Pero vamos a hablar es de los estados de tristeza normales por causas definidas y justificadas.
La tristeza entonces, es una reacción normal a ciertas circunstancias muy particulares, como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.; aunque es fuerte, si es bien manejada, con ayuda o sin ayuda es superada. De esa tristeza es de la que vamos a hablar.
 
¿Puede un creyente estar triste?
Ha habido mucha controversia y cuestionamientos entre muchos creyentes sobre este asunto.
Algunos dicen que una persona que esté llena del Espíritu Santo y que genuinamente esté viviendo la plenitud de Cristo, es imposible que pueda sentirse triste; que en ese corazón no puede haber espacio para la tristeza. Pero déjeme decirle, que este es un concepto totalmente equivocado, porque la plenitud en Cristo y la llenura del Espíritu Santo no anulan los sentimientos ni las emociones humanas. Más bien Dios cambia nuestro corazón de piedra por corazón de carne, dice la Palabra en Ez. 36:26:
Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.”
Así que, la tristeza ante el dolor, la decepción o el fracaso, es completamente natural y no hay nada de malo en ella ni es pecado. Más bien, la dureza de corazón, la insensibilidad humana y la indiferencia ante el sufrimiento del prójimo sí es repudiable. Por eso Dios quita el corazón de piedra y lo cambia por uno de carne si se lo permitimos.

Una mujer me dio este testimonio: “Durante muchos años, viví en situaciones muy difíciles de sufrimiento emocional y físico. Con el tiempo, la persona humillada que todo mundo le daba la vuelta como quería, fue cambiando: de tanto llorar, se me fue endureciendo el corazón, por lo menos eso era lo que aparentaba, me escondí en la dureza para ocultar un poco el sufrimiento y hacer que me doliera menos; me volví tan dura e insensible que podía ver que se estaba cayendo el mundo y no me importaba; no volví a llorar, no tenía lágrimas. Pero cuando Cristo vino a mí, el día que le entregué mi vida tuve un quebrantamiento tan fuerte, que sentía como si todo se hacía pedazos dentro de mí, sentí un dolor físico en el pecho y rompí a llorar después de varios años que no me salía una lágrima, y seguí llorando cuando oraba, cuando cantaba y cada que contaba mi testimonio. El señor cambió mi corazón de piedra por uno nuevo con nuevos sentimientos. Cambió mi tristeza en alegría. Y aunque he tenido que despedir a varios seres queridos y me he sentido muy triste, he tenido paz y esperanza. Para Dios sea la gloria.”  

La tristeza se define como un estado de ánimo normal, que forma parte del espectro emocional de las personas. Estar triste es una reacción normal a circunstancias claras y definidas, como ya lo dijimos.

Como creyente, mi espíritu experimenta el gozo que viene del Señor, pero nuestra alma también en ocasiones puede experimentar la tristeza y el desánimo, propios de nuestra naturaleza humana, pero muy distinto a la desesperación, y que como la palabra misma lo dice, es de los que no tienen esperanza; este sentimiento sí corresponde a personas sin Cristo, o a creyentes todavía carnales que no han crecido en la fe y no han entendido la eternidad.
Personas que se quieren enterrar con el muerto, que se enojan con Dios y hasta blasfeman por la muerte de un ser amado, esta sí no es una actitud sana ni de una persona creyente que vive con la esperanza de la salvación y la vida eterna.
Una persona sin Cristo, triste y angustiada, cae en la desesperación y si la situación se prolonga, no ve otra salida y puede terminar suicidándose. No es el caso de un verdadero creyente.

Venir a los pies de Cristo y aceptar la salvación, este hecho no anula nuestros sentimientos; más bien los agudiza, suscita en nosotros la bondad, el amor y la misericordia.

Los discípulos de Jesús se sintieron tristes cuando se enteraron de que su maestro iba morir:
Jn. 16:6 “Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón.”
Los últimos días que los discípulos pasaron con Jesús, antes de su muerte, fueron muy sombríos y llenos de incertidumbre. Habían vivido tres años con él presenciando sus prodigios y milagros: sanidades, multiplicación del pan, expulsión de demonios y resurrección de muertos; se habían acostumbrado a vivir con él, lo admiraban, habían puesto su confianza en él y lo amaban.

No podían entender ni asimilar tan fácilmente que Jesús tuviera que morir; alguien que conocía los pensamientos de los hombres y que más de una vez escapó de sus enemigos. ¡Cómo es que ahora Jesús sale con que lo van matar! Para ellos, esto es tan abrupto como venir corriendo por una planicie y de pronto verse frente a un abismo y tener que parar en seco ante el vacío y la nada.
Cómo es que su maestro, al que nada se le quedaba fuera de su poder y autoridad, ¿no va a tener poder y autoridad para evitar su propia muerte? ¿Qué va a pasar ahora con nosotros…?

¡Esto no lo podían entender ni aceptar! La incertidumbre y la tristeza se apoderan de ellos. Estaban tan tristes y desanimados, que se quedaron dormidos, orar era lo que menos querían hacer esa noche después de la noticia que recibieron durante la cena, horas antes.
Lc. 22:45 “Cuando (Jesús) se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza;”
Según los relatos bíblicos, hombres y mujeres amigos de Jesús lloraban de tristeza por su muerte.
Esa tristeza que empezó mucho antes de la muerte de Jesús, sólo se disipa después cuando le ven resucitado.

Jesús también siendo Dios, como hombre experimentó la tristeza:

La biblia no hace mucho énfasis en las emociones de Jesús, pero como hombre, éstas también estaban presentes en él; el enojo, las lágrimas y la tristeza.
Reaccionó enojado con los mercaderes del templo;
Se indignó con los que estorbaban a los niños acercarse a él;
Lloró ante la tumba de Lázaro;
Y estuvo muy triste hasta la muerte en la cruz.

Seguramente, que muchas otras veces Jesús se sintió triste, pero la tristeza más profunda que él pudo experimentar, fue en la noche del jueves en el Huerto de los olivos hasta su muerte en la cruz:
Mat. 26:38, “Mi alma está triste hasta la muerte.” Lo expresó él mismo. Y en Mat 26:37 dice: “Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.”
Aunque la tristeza no le impidió llevar a cabo su misión de salvación, como hombre, la experimentó en toda su crudeza porque las emociones son inherentes a todos los humanos.
Jesús, siendo el Hijo de Dios, era también verdadero hombre; y en su naturaleza humana con todos los sentimientos y emociones muy propias del hombre, sintió la angustia y la tristeza tan profundamente allí en el Huerto de los Olivos, que su sudor salía con sangre y fue necesario que un Ángel del cielo viniera a fortalecerle; Lc. 22:43 “Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.”

Mar. 15:34, registra el punto más alto de la tristeza de Cristo en la cruz, cuando a la hora novena o 3 de la tarde, clamó a gran voz: “…Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
En esta exclamación de Jesús, se deja sentir su profunda tristeza y su sentimiento de abandono por parte del Padre. Nadie ha experimentado un mínimo de lo que sintió Jesús en la cruz; dicen los médicos que Jesús murió por anemia aguda (pérdida de sangre), y yo me atrevo a decir que murió también de tristeza, de dolor moral por nuestra ingratitud, por nuestra maldad y nuestra dureza de corazón. Él sabía que muchos iban a rechazar la salvación que él nos estaba ofreciendo. Él dijo: Mat 26:38  “…Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.” En nuestra mente humana y en la carne jamás alcanzaremos a entender y a percibir la tristeza de Nuestro Señor Jesucristo a causa de nosotros.
¿Qué podemos decir de nosotros entonces, con nuestra naturaleza caída? Veamos que Jesús mismo lo dijo en Lc. 23: “si esto se hace con el leño verde, ¿qué no se hará con el seco?
Si esto se hace con el Justo, con el que no tiene pecado, ¿qué no nos pasará a los pecadores?

Cristo vino a quitar el pecado del mundo, pero no a eliminar sus consecuencias. Es decir, Cristo vino a salvarnos de la muerte eterna, a reconciliarnos con Dios el Padre, pero las funestas consecuencias que el pecado trajo a la creación entera, seguirán hasta el fin del tiempo cuando sean restauradas todas las cosas. Entre tanto, tendremos que seguir sujetos a la tristeza, a la enfermedad, el dolor y la muerte.

Pablo experimentó muchas veces la tristeza y él mismo lo expresa en Filp. 2:27 “Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza.” Pablo ya venía sufriendo tristeza por otros acontecimientos como lo deja expresado aquí.
Rom. 9:2  “…que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón.”
2Co 2:1 “Esto, pues, determiné para conmigo, no ir otra vez a vosotros con tristeza.” Estos versículos nos están indicando que por más cerca que estemos del Señor, no estamos exentos de sufrir y de experimentar tristeza.

El ministerio también trae a veces preocupación y tristezas:
La segunda carta de Pablo a la iglesia de Corinto, cap. 2, registra cómo los problemas entre los hermanos le causan tristezas. 2Co 2:3; y 2Co 2:5  Pero si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros.”

Tristeza por el pecado:
Sal. 31:9 “Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy en angustia; Se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo.”

La tristeza puede venir como disciplina: Heb 12:11 “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.”
Decir entonces, que un creyente ya no tiene por qué estar triste, es un grave error y un desconocimiento de la Palabra de Dios y de nuestra propia naturaleza. En ningún momento debemos creer que por ser salvos, ya "estamos por encima del bien y del mal.” Seguimos siendo mortales, con naturaleza caída, expuestos a todo, sólo que enfrentamos las cosas con una actitud diferente porque Cristo está en nosotros y es nuestra fortaleza.

CRISTO revierte la tristeza:
Sea cualquiera la causa de la tristeza del creyente, esta es reversible y es pasajera. Estará un tiempo y después se irá de nosotros.
Jn.16:20 “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.”

Jn.16:22 “También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.”
Como dice un proverbio: “Después de la tempestad, viene la calma.” En esta vida temporal, todo es también temporal; y para los que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien, dice la Palabra. Rom. 8:28.

Quedamos claros en que los creyentes no estamos exentos de momentos de tristeza, tribulación y angustia. Por lo tanto, no debemos juzgar mal ni condenar a nadie porque le veamos derrumbado. Más bien, debemos rodearlo de amor y en oración ayudarnos unos a otros hasta que lleguemos a disfrutar de la vida de plenitud y de gozo eterno con Dios en el cielo. De ese Gozo eterno del que habla: Isa 35:10, “Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.”
Sólo allí en la presencia del Señor, no sufriremos tristeza, no habrá llanto ni dolor, todo será perfecto gozo y alegría por los siglos.

En los momentos de tristeza cuando usted no quiere nada, ni orar siquiera, póngase en la presencia del Señor, quieto y en silencio, háblele sólo con el corazón y alábelo; dígale que tenga misericordia de usted, el Señor que conoce sus más íntimos pensamientos, le dará fuerzas y le consolará.

Dios les bendiga.

Orfilia Miranda L.

miércoles, 9 de julio de 2014

EL CONTROL DEL ENOJO



Las emociones son parte de nuestra compleja personalidad, nacen con nosotros y mueren con nosotros. Las emociones en sí mismas, no las podemos calificar como buenas o malas, ni las podemos suprimir. Lo que nos toca a nosotros es vigilar qué control tenemos sobre ellas.
El enojo, del que vamos a hablar hoy, así como la alegría, el gozo o la tristeza, es una reacción anímica que muy pocos saben controlar, aún siendo creyentes.

La Palabra de Dios no nos reprocha por que nos enojemos, pero sí nos da un consejo que debemos tomar muy en serio para no meternos en graves problemas:
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,” Efesios 4; 26
Podríamos traducirlo así: si tienen algún motivo que los enoja, no reaccionen mal, no hieran ni ofendan a nadie y no dejen pasar el día sin reconciliarse. No guarden el enojo, este tiene una capacidad enorme de almacenarse dentro de nosotros, convirtiéndose en rencor, dando lugar al odio y a la venganza. Hay muchos corazones con montañas de rencor dañándose a sí mismos y dañando a los demás.

El enojo como cualquiera otra emoción, en sí, no es ni bueno ni malo.
Airaos, pero no pequéis…” La actitud que tomemos, o lo que hagamos cuando estemos enojados(as) es lo que hace la diferencia.
Podemos mantener la serenidad mientras estemos enojados, o podemos perder el control y reaccionar de manera violenta y cometer actos de los que nos tendremos que arrepentir cuando ya sea demasiado tarde.

En la palabra de Dios, encontramos varios casos de enojo incontrolado y vengativo con terribles consecuencias. Vamos a ver sólo tres de ellos:

*Caín, Gn.4:3-8: Caín se llenó de enojo incontrolado contra su hermano Abel, al saber que su ofrenda no fue aceptada por Dios y la de su hermano sí. V. 5, “…pero no miró (Dios) con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.”
Vemos que Caín guardó por varios días el enojo en su corazón hasta convertirse en rencor.
Decayó su semblante, se volvió amargado y resentido contra su hermano Abel y en su corazón sólo había un pensamiento que alimentaba su deseo de venganza, hasta maquinar la muerte de su hermano. Se ensañó, no pensaba en otra cosa sino en la venganza y la IRA lo cegó.

*Esaú, Gn. 27:41-45Y aborreció Esaú a Jacob…y dijo en su corazón: yo mataré a mi hermano JacobAhora pues, hijo mío, levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán…hasta que el enojo de tu hermano se mitigue; hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti, y olvide lo que le has hecho.” (Leer la historia completa).
El rencor era tan fuerte, que Esaú sólo esperaba que su padre muriera para matar a su hermano y vengarse por haberle quitado la bendición de su primogenitura. Y no lo llevó a cabo por la intervención oportuna de su madre.

*Absalón, el hijo de David, 2ª de Reyes cap. 13.
Esta es otra historia de dolor y muerte, fruto de la ira y el deseo de venganza alimentada. Entendemos que lo que hizo Amnón, violar a su propia hermana, es totalmente condenable y repudiable, pero Absalón albergó tanto enojo e ira en su corazón, que terminó tomando la justicia en sus manos para vengar la deshonra de su hermana Tamar, agravando así más las cosas. Leemos en el verso 22: “…Mas Absalón no habló con Amnón ni malo ni bueno; aunque Absalón aborrecía a Amnón, porque había forzado a Tamar su hermana.
Absalón no habló del problema con Amnón, no le reprochó ni lo amenazó, se guardó todo su enojo en el corazón. Se envenenó con tanto rencor, hasta llevarlo a maquinar y a planear fríamente la forma de venganza contra su hermano Amnón.

Tristemente, estos tres casos de enojo incontrolado, de ira y venganza alimentada, se dan justamente en el seno de la familia; no eran particulares, no eran enemigos antes.
Tres familias destruidas y divididas a causa del enojo irracional. El enojo les hizo perder la cordura y la razón y no les permitió ver las futuras consecuencias personales, familiares y sociales.

David, padre de Absalón, no sólo tuvo que pasar por el dolor de su hija violada, sino también por el dolor de un hijo muerto y otro convertido en asesino y fugitivo.

Generalmente, cuando una persona se deja llevar por el enojo y comete una locura, inmediatamente reacciona pero ya es muy tarde. Ya no se puede deshacer lo hecho.

¿Qué hace usted cuando se enoja? ¿Deja que el enojo lo controle o controla usted su enojo? 
El enojo, o la ira, es una emoción muy fuerte y explosiva que destruye la vida de las personas, la familia y la sociedad, como ya lo dijimos.

Médicos, psiquiatras y psicólogos, aceptan hoy que muchas de las enfermedades emocionales y físicas que padece la gente, la mayoría de ellas tienen su origen en el enojo y el rencor.

El enojo permanente vuelve a las personas irritables y amargadas, y en muchas ocasiones estas son causa de enfermedades como: diabetes, hipertensión, infartos, artritis, colitis, úlcera gástrica y problemas de piel. 
Durante el enojo hay fuertes descargas de hormonas en el torrente sanguíneo que producen trastornos en la salud.
Por lo tanto, la explosión del enojo, destruye la felicidad, destruye los hogares, las amistades y las buenas relaciones con nuestros semejantes.
Dios no nos creó para ser controlados por el enojo, ni para ser víctimas de sus consecuencias.
El enojo es una fuerza que debemos controlar si no queremos que ella nos domine y nos destruya. Es como un río caudaloso cuando se desborda, se lleva todo a su paso.
Dice en Efesios 4:31-32,Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”
Así que, Nacer de nuevo en Cristo Jesús, es tener la naturaleza de Jesús que fluye de adentro hacia afuera. Y esta nueva naturaleza en Cristo, se demuestra en la forma como el creyente maneja el enojo.

Tres aspectos que debemos considerar y que nos ayudan a dominar el enojo: 

1-Reconocerlo como pecado: Cualquier enojo no justificado, y que nos lleve a alimentar rencor, es un serio pecado que nos expone al juicio de Dios, porque para Dios es inaceptable esa clase de reacción emocional. El enojo pues, no sólo daña nuestra relación con los demás, sino con Dios mismo, por cuanto nos arrastra al odio, a la venganza y hasta al asesinato. Un viejo corito dice:
“Cómo puedo yo orar,
Enojado con mí hermano;
Dios no escucha la oración,
Dios no escucha la oración
Si no me he reconciliado.”
Ciertamente, es difícil orar con el corazón lleno de resentimiento. 

2-El perdón: la biblia nos manda perdonar inmediatamente a quien nos haya ofendido. “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen.” Estas palabras de Jesús siguen siendo nuestro modelo a seguir. Esta dimensión del perdón hacia otros no debe ser de labios para afuera, sino de lo más profundo de nuestro corazón para que haya sanidad.

3-No dirigir el enojo hacia la persona que lo causa: si lo hacemos así, no podremos resolver inteligentemente el problema.

Como cristianos estamos llamados a vivir bajo la dirección del Espíritu Santo, para que fluya su sabiduría en nosotros y podamos tener dominio propio como hijos de Dios.

El enojo como cualquier otra emoción, se convierte en fuerza de maldad cuando pasamos los límites que Dios ha establecido para nuestra buena conducta.
Si pasamos estos límites, debemos arrepentirnos, confesar nuestro pecado, pedir perdón a Dios, sacando el enojo de nuestro corazón y de nuestra mente.
Sigamos el consejo de Pablo: si nos enojamos, que el enojo no permanezca dentro de nosotros mucho tiempo y no dejemos que termine el día sin reconciliarnos. Es decir, no permitir que el enojo se instale en nuestro corazón en forma de rencor; entreguemos este sentimiento  al Señor expresándole nuestro dolor, permitiéndole que sane nuestro corazón.
Si queremos quedar libres de toda atadura, debemos buscar la reconciliación con la otra persona mientras sea posible y esté de nuestra parte. Digo esto porque muchas veces buscamos a una persona para pedirle perdón y salimos más heridos y lastimados; en este caso lo recomendable es orar por esa persona sin maldecirla y dejar que Dios actúe.

                         ¡Soy yo quien decide no ser esclavo del enojo, la ira y el rencor!
                         ¡Liberémonos, tenemos el poder del Espíritu Santo para lograrlo!

 No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios.” Eclesiastés 7:9                   
                                           Dios le bendiga.

                                            Orfilia Miranda Londoño

“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

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