Texto: Juan 20:1-17
“El primer día
de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y
vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón
Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado
del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el
otro discípulo, y fueron al sepulcro…”
Si examinamos cuidadosamente el relato de los cuatro
evangelios, encontramos que difieren en los detalles, pero todos coinciden en
el hecho más importante de la historia de la salvación: la resurrección de Jesús.
En este texto vemos a María Magdalena que va muy de
mañana al sepulcro el día domingo, que ya es el tercer día, para terminar de
ungir el cuerpo de Jesús.
En las
costumbres judías, los rituales funerarios eran muy meticulosos al preparar los
cadáveres para su entierro. Este trabajo era realizado por los familiares y amigos
del difunto, que bañaban el cuerpo y lo impregnaban con especias aromáticas y mucho
aceite y lo envolvían en telas para su sepultura. Juan 19:39-40.
La Ley de Moisés
prohibía a los judíos hacer preparativos funerarios en sábado por ser el día de
reposo, y además, coincidía con la celebración de la Pascua de los judíos. El
reposo empezaba a las seis de la tarde del día viernes. Y Jesús murió tres
horas antes de que comenzara el reposo del sábado; por esta razón, José de
Arimatea y las personas que le ayudaron, lo tuvieron que enterrar muy rápido sin
preparar bien el cuerpo a la costumbre, Lucas 23:50-56.
Esto explica el
que, pasado el día de reposo (el sábado), algunas mujeres discípulas de Jesús madrugaran
el domingo a la tumba a terminar el proceso. Marcos 16:1; Lucas 24:1.
Como vemos, María iba con los ingredientes a buscar
el cadáver de Jesús, al que había muerto, no a Jesús vivo y resucitado. En ningún momento, ella pensó ni se acordó que
él había dicho que después de tres días resucitaría. Al no encontrar el muerto,
corre a dar aviso a Pedro y a Juan para que ellos le ayuden a investigar a
dónde lo han llevado. La tristeza de María, ahora es mayor y hay gran angustia
en su corazón, pues, se ha perdido el cadáver del Maestro.
Mientras los discípulos entran a la tumba a corroborar
la noticia, ella afuera, llora desconsolada, “Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él
resucitase de los muertos.” V. 9.
Aunque María está viendo a los ángeles que le
preguntan por qué llora y ve a Jesús junto a ella, pero por alguna razón, que
la biblia no menciona, ella tiene cerrado el entendimiento y ceguera
espiritual. Aun viendo y oyendo no comprende nada. Tiene una idea fija: ¡No
está, el cuerpo del Maestro!
A la voz de Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella todavía cree que es
el jardinero y sigue sin reconocerle, rogándole que le diga por favor a donde
lo han llevado; es cuando Jesús la llama por su nombre: ¡María! En ese momento se abren sus ojos y su entendimiento y ella
lo reconoce y exclama: ¡Raboni! ¡Maestro!
La presencia de Jesús, la llena de gozo y desaparece
toda tristeza de su corazón. Ella amaba mucho al Maestro y quiso abrazarle,
como si no quisiera perderlo otra vez.
Cuando Cristo viene a nuestra vida, él despeja toda
sombra y toda oscuridad; él quita toda tristeza y nuestros ojos y nuestro
entendimiento se abren y nace un deseo profundo de que él permanezca en
nuestras vidas.
“No me toques,
porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a
mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” V. 17. Estas palabras tienen un significado muy grande para nosotros y
dan una idea de la magnitud y el alcance de la salvación dada por el sacrificio
de Jesús en la cruz.
Todos los que creemos y recibimos a Jesús, pasamos de siervos o amigos, a ser hermanos
de Cristo, hijos del mismo Padre, nuestro Padre y nuestro Dios.
Con estas palabras Jesús deja entre ver que primero
tiene que subir al Padre, ascender al cielo para ser glorificado.
Él había renunciado a todas sus prerrogativas, como
Dios, Filipenses 2:6-8,
“…el cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz.”
Cristo, al cumplir la misión redentora en el mundo a
favor de los hombres, subió al Padre y fue exaltado y glorificado por él. Dios
le dio todo poder y autoridad sobre todo principado; le dio un Nombre que es
sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla y toda
lengua lo confiese como el SEÑOR, para la gloria y honra de Dios el Padre: Filipenses 2:9-11:
“Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
Dios exaltó a
Cristo “hasta lo sumo,” de la misma manera que él se humilló también
hasta lo sumo.
Y quien no se somete en fe al Señorío de Jesús, no
puede ser salvo. Quien no cree que Jesús murió y resucitó, no obtiene salvación
en él. Solo somos justificados por la cruz de Cristo.
Quien no se humilla en arrepentimiento por sus
pecados y cree en Cristo, tampoco participa de su salvación gloriosa.
Como María Magdalena, seamos sensibles a la voz de
Jesús cuando nos llama por nuestro nombre.
Él nos llama muchas veces y de muchas maneras a
caminar con él. El quiere que le seamos fieles en el amor y el servicio. El nos
llama por nuestro nombre a una vida de santidad, de oración, apartándonos de
todo aquello que nos pueda apartar de él. Pues, por amor, él nos compró con su
sangre dando su vida por nosotros para que tengamos vida eterna. Jn. 3:16. Por amor a nosotros, él bebió la copa de ira que era para
nosotros y nos declaró inocentes y libres de toda culpa delante del Padre.
Nos hizo hijos de Dios y herederos de su reino.
Los creyentes, en vez de criticar a otros por sus
celebraciones de semana santa, preocupémonos más por vivir, no una semana
santa, sino toda una vida santa,
conscientes de lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz del calvario, vivamos en
permanente alabanza y acción de gracias por la salvación que nos fue dada sin
merecerla.
Desde la resurrección de Jesús, los creyentes se reúnen el primer día
de la semana para celebrar y recordar la resurrección del Señor, Hc.20:7. Al domingo también se le llama
“día del Señor.” ¡Es el día de la VICTORIA de Cristo! Por eso los cristianos ya
no celebran el día de reposo el sábado.
En Jesús todas las cosas son hechas nuevas. 2ª Cor.5:17 “De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas.”
Jesucristo nos ha reconciliado con el
Padre por su sacrificio y muerte en la cruz, suprimiendo así el grande abismo
que separaba a los hombres de Dios por el pecado.
2 Cor.5:18 “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;”
TESTIGOS Y EVIDENCIAS DE LA RESURRECCIÓN:
La resurrección
de Jesús en sí, no tiene testigos; nadie vio a Jesús levantarse y salir de la
tumba; pero son muchas las evidencias de ella que la comprueban:
*El testimonio
de los ángeles a las MUJERES. Lucas 24:4-6 “Aconteció
que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos
varones con vestiduras resplandecientes;
y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra,
les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino
que ha resucitado.”
*El sepulcro
vacío y las vendas y el sudario.
*Los cuatro
evangelistas coinciden en el testimonio.
*Los soldados, los sacerdotes y las autoridades
romanas lo reconocen, y pagan para
mantenerlo en secreto.
Este es el primer paso para el reconocimiento de la
Resurrección; Juan 20:18 dice:
“Entonces entró
también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó."
*Las apariciones
de Jesús resucitado en persona, finalmente son las que confirman la
resurrección del Señor.
En ellas está la base firme para sustentar el
argumento que afirma la resurrección: Cristo no se apareció en visiones. Sus
apariciones fueron a muchas personas, en distintos lugares, fueron hechos
reales, objetivos, históricos. Los relatos de los últimos capítulos de los
evangelios, confirman su presencia real y física; Jesús come con ellos, camina
con ellos, se deja tocar y habla con ellos. Finalmente les da las últimas
instrucciones y lo ven ascender al cielo.
Todos estos hechos están consignados en los
evangelios y constituyen la base sólida de la fe en la Resurrección de
JESUCRISTO. Él está vivo y un día volverá en gloria y majestad, y todos le
veremos. Amén.
¡¡¡Aleluya, Jesús resucitó, Aleluya!!!
Orfilia
Miranda L.