Hace algunos días, le hablaba
a una persona sobre el pecado y la salvación; después de varios
cuestionamientos me dijo: “Yo no soy una persona mala, no mato, no robo, no
adultero, no miento y le hago bien a la gente; ¿De qué me tengo que arrepentir?
yo no tengo pecados.”
¿Entonces, Qué es el pecado?
El Diccionario define el pecado como: Pensamiento, palabra o acción que, en
una determinada religión, se considera que va contra la voluntad de Dios o los
preceptos de esa religión.
Bíblicamente, pecado es: Culpa, Iniquidad, Maldad, Malo, Ofensa,
Prevaricación, Transgresión.
El mundo en que vivimos con
sus avances tecnológicos, ha evolucionado vertiginosamente y ha cambiado el
concepto
de pecado y se
enreda
con frecuencia en
discusiones legalistas sobre el bien y el mal. Con tanta libertad de pensamiento, lo que para unos es
malo, para otros no; pero esto no quiere decir que Dios haya cambiado las
normas.
Cuando
muchos de nosotros pensamos, ¿Qué es el pecado?, inmediatamente pensamos en la violación
a los Diez Mandamientos. Incluso, hemos establecemos categorías de pecados graves y más leves; consideramos
el
asesinato y el adulterio como pecados más graves comparados con mentir,
maldecir, palabras
vulgares
o la idolatría. Pero no nos
engañemos, pecado es todo aquello que
Dios aborrece y le abomina, aunque por la sociedad sea aceptado como normal;
es el caso del adulterio, fornicación, borracheras, homosexualismo y
lesbianismo, frente a la mentira, idolatría, robos menores, etc. que son
aceptados por la sociedad. Dicha aceptación social, no significa que Dios haya
bajado el estándar moral de santidad, sino más bien que la sociedad se ha ido
degradando en la medida que se aleja de Dios su creador.
Pero la
verdad es que el pecado, como se define en las traducciones originales de la
Biblia, significa perder el camino. Desviarse por camino de perdición.
El
camino, en este caso, es el estándar
de perfección establecido por Dios y enseñado por Jesús para que andemos en el. Jesús vino a darnos ejemplo de vida.
Bajo
esa luz, queda claro que todos somos pecadores: Romanos 3:23: “porque todos
pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios,” desde la caída todos nacemos con tendencia al mal. Haciendo esta claridad, por ser creyentes no es bueno compararnos
con otros. No podemos
pensar que no fracasaríamos al tratar de ser justos en nuestras
propias fuerzas. Así lo planeó
Dios,
porque solo cuando entendemos nuestra debilidad, es cuando buscamos apoyarnos en el
sacrificio expiatorio de Cristo.
El pecado está referenciado
cientos de veces en la Biblia, comenzando con el pecado original, cuando Adán y
Eva decidieron morder
el fruto del árbol del conocimiento.
Cuando pensamos en el pecado,
casi siempre, pensamos que es simplemente la violación
o desobediencia de
cualquiera de las leyes de Dios, de los Diez Mandamientos. Sin embargo, Pablo coloca esta
perspectiva en Romanos 3.20,
cuando dice: Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer
las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley tenemos conciencia del pecado.
Dios
quiere pues, que los hombres reconozcan sus
pecados delante de él;
incluso
aquellos que sienten que
no son tan malos porque no han matado, violado o cometido adulterio, se
encontrarían culpables de mentir o de adorar a ídolos falsos quitando a Dios del primer lugar en sus vidas.
Tristemente, el pecado en cualquier
dimensión, nos distancia de Dios:
“Pero la
mano del Señor no es corta para salvar, ni es sordo su oído para oír”, dice Isaías 59:1-2. “Son las iniquidades de ustedes las
que los separan de su Dios y le hacen
ocultar su rostro para no escuchar”. Este capítulo 59 del 1 al 13, nos ilustra muy bien qué
es el pecado y las consecuencias que trae: separarnos de Dios. Y una persona alejada
de Dios está expuesta a cometer toda clase de delitos y perversidades. Es como
alguien sin defensas expuesto a toda clase de gérmenes y bacterias.
Pero volvamos al V.1, ¡Qué maravillosa
es la misericordia de Dios, dispuesta en todo momento para salvarnos! Ese es el
amor del Padre, dispuesto a perdonar a todo aquel que busque al Señor y venga al arrepentimiento.
Por cuanto todos somos pecadores,
debemos
entonces, resistir
la tentación de actuar como si fuéramos justos y creyendo que somos mejores que los demás,
apoyándonos en nuestras buenas obras. Hacemos buenas obras porque
somos salvados; no hacemos obras para salvarnos, no sirven.
“Si
decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros.
Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y
limpiarnos
de toda maldad.” 1ª Juan 1:8-9.
Esta es la
buena noticia de este
mensaje: que
si reconocemos que somos pecadores y necesitados de su gracia, y venimos a él arrepentidos, él nos perdona, nos transforma
y nos da vida eterna.
Dios les bendiga.
Orfilia Miranda L.