martes, 19 de junio de 2012

LA INCREDULIDAD


Desde el inicio, el hombre haciendo uso de su libertad, decidió creerle más la mentira al diablo, que creerle a Dios la verdad. Habiendo recibido instrucciones precisas de su Creador, se deja seducir por el enemigo, poniendo en “duda” la advertencia de Dios y esa incredulidad lo lleva a la desobediencia con todas las implicaciones ya conocidas. Gn.2:16-17 y Gn.3:4-5.
En consecuencia, podríamos decir, que el primer pecado fue de desobediencia por incredulidad, puesto que el hombre al aceptar el argumento de la serpiente antigua, pone en segundo plano el consejo de Dios su creador y lo desecha.
*La incredulidad es un pecado aborrecible a los ojos de Dios y hace que el creyente, muchas veces, no reciba la bendición de Dios por la misma incredulidad y esto fue lo que pasó con los coterráneos de Jesús en Mt.13:53-58, “¿De dónde tiene éste ésta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero?... ¿No están todas sus hermanas con nosotros?... Y se escandalizaban de él… Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su incredulidad.”
Cuando cuestionamos a Dios, y lo que Dios hace, se endurece nuestro corazón y nos cuesta creer y por consiguiente, no podemos recibir.
En Mr. 6:6 dice que Jesús, “estaba asombrado de la incredulidad de ellos.”
Sí. Es verdaderamente asombroso, ver cómo muchos cristianos también  hoy, andan de un lado para otro llenando estadios en pos de “hombres famosos” o de “renombre” buscando nuevas revelaciones, olvidando que es el Espíritu Santo quien revela a nuestro corazón la perfecta voluntad de Dios, ya revelada en la Palabra. Al hombre de todos los tiempos, le ha costado creerle a Dios, pero para el creyente, la incredulidad es una barrera, un estorbo para recibir la bendición y el poder de Dios en su vida; Dios no atiende peticiones de un corazón que duda de su poder, como en Nazaret; allí Jesús no quiso hacer mas milagros a causa de la incredulidad de ellos. Mat. 13:58.
Por la incredulidad, muchos creyentes tampoco podemos ver la gloria y el poder de Dios, en toda su manifestación, no solo en nuestra vida personal, sino también en la vida de la iglesia. Muchas veces estamos orando por una situación difícil y al mismo tiempo estamos angustiados preguntándonos, cómo vamos a resolver el asunto en nuestras fuerzas; esa no es fe genuina, pues creer es confiar, y como dice una canción cristiana, hay que confiar con el corazón, no con la mente; es fácil decir yo creo, pero qué difícil es confiarse plenamente y esperar en Dios reposadamente cuando no vemos la salida a los problemas.
El pueblo de Nazaret no pudo ver la gloria de Dios por incredulidad, y el pueblo de Israel no pudo entrar ni poseer la tierra prometida por la incredulidad y la dureza de su corazón, Hb.3:19: “ no pudieron entrar a causa de incredulidad.” Estos son dos casos en los que queda demostrado suficientemente que la incredulidad nos hace perder muchas bendiciones.
Amado lector, ¿hay alguna situación familiar, o personal, en lo espiritual o en lo temporal, en la que su incredulidad no le ha permitido a Dios actuar? Le invito a revisar su fe. Podemos venir a la iglesia, incluso hasta ser servidores, pero aún tener el corazón endurecido por la incredulidad porque nuestra fe ha sido formada más en conceptos intelectuales que vivenciales, es decir, no es la fe que nace de la comunión íntima con el Señor . Nos cuesta creer que Jehová es Dios Todopoderoso, y que siempre tiene soluciones sencillas a la manera de Él, y que usa a quien le place para manifestar su poder y su gloria, aún hoy.
*La incredulidad contrista el corazón de Dios. Al Señor le duele nuestra incredulidad y que no confiemos en Él plenamente, esto no debe sorprendernos, pues, los discípulos de Jesús, también cayeron en incredulidad y el corazón se les endureció al no ver más a su Maestro; pues no entendían nada de lo que había pasado, la muerte de su Maestro fue un golpe emocional muy fuerte para ellos a pesar de que Jesús les había hablado de ello muchas veces, y el evangelio de Marcos 16:11-14, nos ilustra claramente, cómo Jesús les reprochó la incredulidad al no creer a los que le habían visto resucitado: v 11, Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, (María) no lo creyeron.
v 12,  Pero después apareció en otra forma a dos de ellos que iban de camino, yendo al campo. v 13, Ellos fueron y lo hicieron saber a los otros; y ni aun a ellos creyeron.
Y v 14, Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.

Y
en el caso de Tomás, en Juan 20:27, Jesús va más allá del reproche y le enseña las heridas de sus manos y de su costado y le invita a tocar, a ver si así puede creer.
*La incredulidad lleva a la infidelidad, aparta al hombre de Dios y le puede hacer perder la salvación, porque le impide aceptar genuinamente al Señor y recibir su salvación: Heb.3:12: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.” 
Cuando a usted como creyente, le cuesta obedecer a Dios en su palabra; a su pastor, a sus padres, a sus superiores y a cualquier forma de autoridad, usted ha entrado en rebeldía y seguidamente su corazón se va endureciendo hasta perder la fe completamente, entonces el diablo está listo para tirarlo de nuevo al mundo de donde ya le será más difícil intentar volver a salir porque ya le dio una victoria. La Biblia nos dice, cuál es el fin de los incrédulos en Ap. 21:8.
Hermanos, hoy la Palabra nos invita a poner nuestra mirada en Jesús, a creer en él y en su Palabra. Sólo en él tenemos la salvación eterna. Juan 3:16.  
Atendamos el consejo de Dios y pidámosle que arranque de nuestro corazón toda raíz de incredulidad. Bendiciones.                                                  Orfília Miranda L.

¡Qué maravillosa es tu Palabra Señor!


¡Por tu Palabra SEÑOR fueron creadas todas las cosas!
Tu Palabra Señor es la verdad y en ella estoy segura(o).
Tu Palabra Señor aleja de mí toda duda y disipa las tinieblas;
Ella es lumbrera en mi camino para no perder el sendero.
El guardar tu Palabra me purifica y limpia mis pecados.
Ella es mi fuerza y mi sostén en todo momento de mi vida.
Ella me llena de esperanza en la incertidumbre de la vida.
Ella es la fuente de la sabiduría y de todo conocimiento.
Ella está muy cerca de mí, dentro de mí, en mi corazón y en mi boca.
Ella es el tesoro más preciado que debo guardar.
Ella es el alimento de mi espíritu y la delicia de mi paladar;
Ella me es más dulce que la miel del panal.
Ella es la llenura y la saciedad de mi alma.
Ella es la buena noticia de mi salvación.
Ella me transmite y me llena del amor de mi Salvador.
Ella rompe las cadenas del pecado y me da libertad.
Ella es la paz de mi alma y el gozo de mi corazón.
Ella es el sosiego de mi espíritu y consuelo en la tristeza.
Ella es la fuente inagotable y siempre fresca que sacia mi sed.
Ella es el bálsamo que sana todas mis heridas.
Ella me levanta y me sostiene en las horas de desaliento.
Ella es la alegría y el gozo de mi salvación.
En tu Palabra tengo comunión contigo, mi amado Señor.
En ella encuentro concejo y revelación.
El guardar tu Palabra guarda puro mi camino,
Cuando de corazón te busco, ¡Señor mío y Dios mío!
Porque tu Palabra, es fuente de amor y vida eterna.
Señor, quiero ser tu discípula(o) y escucharte cada día;
Y hacer de tu Palabra, la norma que me guíe por la vida.
Quiero hacer de tu palabra cada día,  mi placer y mis delicias.
Abre mis ojos, Señor, a la luz y a la verdad de tu Palabra.
Que en ella esté puesta mi esperanza día y noche;
Pues mi mayor anhelo, es hacer siempre tu voluntad, Señor,
Y hacer que mis caminos coincidan siempre con los tuyos, Señor.
Que tu Palabra me aleje del camino de la mentira,
Y me conduzca siempre por sendas de verdad.
Yo creo en tu Palabra mi Señor, y ella alimenta mi fe.
¡Que tu Palabra, Dios mío! sea siempre el norte en de mi vida,
Porque ella, mi Señor, es pura y permanece para siempre.
Bienaventurado el que se deleita en ella cada día y la obedece.
Amén
Les invito a que seamos unos enamorados de la Palabra.
Orfília Miranda L.

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