Juan 2:13-16
“Estaba
cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo
a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados.
Y
haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los
bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a
los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi
Padre casa de mercado.”
V.13 Se acerca la celebración de la
pascua de los judíos y Jesús sube a Jerusalén.
En Jerusalén está el templo, en donde los
judíos de todas partes vienen a adorar y
a ofrecer sacrificios a Jehová.
V.14
Cuando Jesús entró al templo y vio aquel espectáculo, el templo lleno de
vendedores de toda clase de cosas: bueyes, ovejas y palomas, y ve a los
cambistas allí sentados, Jesús se enoja y su enojo lo llevó a hacer un azote con cuerdas y sacar
a todo el mundo del templo, volcando mesas y haciendo rodar las monedas del
dinero por el suelo. V.15 “Y haciendo un
azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y
esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas;
V.16
y dijo a los que vendían palomas:
Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.
La biblia registra otras veces en las
que Jesús se ha enojado ante ciertas circunstancias, como en Marcos 10:14
cuando los discípulos prohíben a los niños acercarse a él.
El templo era muy concurrido durante la
celebración de la Pascua por los judíos que venían a adorar a Dios, desde
muchos lugares.
Los líderes religiosos permitían entrar
a todos los cambistas y mercaderes de animales al templo, y no quedaba espacio
para entrar a adorar.
Estos líderes religiosos, parecía que no
le daban importancia a esto, porque lo veían más bién como una forma de tener
una ganancia extra en dinero para el mismo mantenimiento del templo. Muchos venían
de muy lejos y no podían traer los animales para el sacrificio, teniendo que
comprarlos en Jerusalén, además los impuestos del templo debían pagarse con moneda
local y muchos traían moneda extranjera, la cual debían cambiar. Así que esta
era una buena oportunidad que había que aprovechar para ganar dinero.
Habiendo visto esto, entendemos por qué
Jesús estaba tan molesto con los mercaderes del templo que explotaban a los que
venían a adorar. Y no es que Jesús hubiera perdido el control; no, es que la
situación lo ameritaba. Hay situaciones tan graves que no las podemos dejar
pasar sin reaccionar contra ellas. Y aquí había tres razones graves:
La profanación de la casa de Dios por
parte de los mercaderes.
La explotación al pueblo de Dios por los
mismos.
El lucro que obtenían los líderes
religiosos permitiendo este mercado en el templo de Dios.
Imagine usted por un momento el espectáculo
de mercado tan desagradable que daba el templo: los malos olores de orines y
excremento de los animales, los bramidos y chillidos, comida para los mismos,
la habladera y los gritos de los vendedores…etc. ¡Con razón Jesús se enojó! 2.14.
Los cambistas, del templo en general eran
deshonestos e imponían tarifas altas.
Como la gente también tenía que ofrecer
sacrificios por el pecado, como ya dijimos, compraban allí los animales y los
vendedores de animales se aprovechaban con los precios. El precio de los animales
para el sacrificio en el templo era más alto que en cualquier otro lugar.
Jesús se molestó por la deshonestidad y la
voracidad con que los cambistas y mercaderes hacían “negocio” con el pueblo de
Dios. El templo no era para negocios y menos para la injusticia. Esto profanaba
y denigraba el templo, el lugar de adoración a Dios.
En este texto, 2.14ss Juan narra la primera limpieza del templo. Una segunda
limpieza la hizo Jesús a finales de su ministerio, tres años más tarde, y se
relata en Mateo 21.12–17; Marcos 11.12–19; Lucas 19.45–48. Lo que significa que
los líderes religiosos y los mercaderes no hacían caso y les importaban más las
ganancias que el respeto por la casa de Dios.
¿Qué diría Jesús hoy si se presentara
físicamente en muchos templos modernos?
¿Creemos que muchos no están haciendo
lo mismo o peor?
Tal vez hoy no vendamos ovejas, cabras,
bueyes y palomas, pero, ¿qué hay del mercado financiero?
Al igual que aquellos mercaderes, se
venden sanidades, se cambalachan “bendiciones” y se siembra dinero para cosechar
más dinero, y toda clase de prosperidad material en nombre de la fe, así como
discos, camisetas, libros, oraciones de prosperidad y aceites de unción. ¿Quien
dijo que la unción se vende en frascos? Se venden conciertos musicales y
conferencias a altos precios, a los que sólo pueden asistir los más adinerados.
¿Cobró Jesús por la entrada a la orilla
de un rio o en la playa para escuchar su enseñanza?
¿Cuánto cobró Jesús por la
entrada a los cinco mil que se sentaron en un potrero a escucharlo y con cena incluida?
Tres años de ministerio conferenciando
por todas partes, sanando enfermos, resucitando muertos, liberando oprimidos por
demonios y bautizando, hubieran sido suficientes para quedar millonario.
¿Pero cuál fue su paga? Una muerte
cruenta en la cruz por usted y por mí.
Él nos dio todo gratis, hasta la última
gota de su sangre para salvarnos sin pedirnos nada a cambio.
Hoy día, los mercaderes de los templos y
del evangelio, son peores que aquellos del tiempo de Jesús. Aquellos explotaban
al pueblo de Dios vendiéndoles animales para los sacrificios expiatorios
temporales; los mercaderes de hoy negocian con el evangelio, el mensaje mismo
de la salvación eterna en Cristo.
Aquellos usaban mal el templo al
convertirlo en una plaza de mercado; olvidaban o no les importaba, que la casa
de Dios era un lugar de adoración, no un mercado para obtener ganancias.
Hoy, nuestra actitud hacia la iglesia también
puede ser errada si la vemos como un medio para tener amigos y establecer
relaciones personales o para obtener ventajas económicas.
Muchos ven hoy en la fundación de una
iglesia la solución a sus problemas económicos por el desempleo. Que la gente
se arrepienta del pecado, viva en santidad y sea salva, eso es lo que menos
importa; más bien se suaviza el evangelio para que todos estén contentos y nadie
se vaya, así se asegura mayor cantidad de personas diezmando y ofrendando.
-Procure que su vinculación y asistencia
a la iglesia sea solo para adorar a Dios, agradecerle por su salvación y crecer
espiritualmente.
-Que al entregar el mensaje de la
Palabra a otros, su única motivación interna
sea anunciar el reino de Dios para que otros lleguen también al conocimiento de
la verdad y a la salvación en Cristo. Amén.
Dios les bendiga.
Orfilia Miranda Londoño.