Padre, si es
posible, pasa de mí esta copa
Texto: Lucas
22:41-44
“Y él se
apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas
oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo
para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y
era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.”
Por este
tiempo en que la iglesia grande celebra en todo el mundo la semana santa, (que
tiene muy poco de santa), nos inundan de películas, teatro y dramatizados sobre
la pasión y muerte de Jesús.
Nos muestran a
un Jesús llagado, escupido, flagelado y ensangrentado, tratando con esto de
mover nuestras emociones para despertar en nosotros compasión y lástima por él.
Al revés: esto
no es lo que nos debe producir la reflexión en la pasión y muerte de Jesús,
como tampoco era lo que Jesús buscaba con su sacrificio y muerte en la cruz. Más
bien, a las mujeres que lloraban por él, y le seguían en el camino al Gólgota,
Jesús les dijo: “Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.” Lc.23:28. Jesús no necesita nuestra
lástima.
El Maestro
sabía lo que decía: si realmente comprendiéramos qué fue lo que hizo Jesús por
nosotros, por la humanidad caída, no lloraríamos por él, sino por nosotros mismos,
por nuestros pecados y caeríamos de rodillas en arrepentimiento y
agradecimiento a Dios.
Nosotros no
alcanzamos a entender lo que pasó en el Huerto de Los Olivos, y posteriormente
en la cruz del calvario: Jesús no tenía miedo de la crueldad del ejército
romano; no tenía miedo de ser azotado y maltratado; no tenía miedo de la cruz
ni de los clavos, ni de la muerte misma: ¡Jesús sabía que todo el ardor de la copa de la ira de Dios por
nuestros pecados, sería derramada sobre él! El castigo horrendo por el
pecado de toda la humanidad iba a ser derramado sin medida sobre él. Jesús, el
Hijo amado, iba a ser separado del Padre y él y el Padre son “uno” “así como nosotros somos uno.” Juan 17:22. La profundidad de este
misterio no lo podemos discernir con el entendimiento humano.
La copa es el símbolo de la ira divina contra el
pecado. Todo el pecado y la maldición que había sobre nosotros, Jesús lo
tomaría sobre sí en la cruz, haciéndose abominable y sufriría el desprecio y el
abandono del Padre porque en su santidad y justicia, el pecado no puede estar
delante de sus ojos.
Jesús es el
Hijo de Dios, es Dios, revestido de naturaleza humana y por tanto, tenía alma
humana; esto hacía que fuera comprensible y normal en él esa manifestación
humana de angustia, de profunda tristeza y de querer evitar la copa. “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa;
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” V.42. La copa era abominable para él, pero la acepta por amor a
nosotros, porque esa era la misión a la que él venía, y era la voluntad del
Padre.
En la oración
del huerto, Jesús se somete totalmente a la voluntad del Padre, libre y consciente,
con todos sus sentimientos y sus deseos humanos y su voluntad. Por eso dice: no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Fue tan
terrible ese momento que Cristo experimentó de dolor, de angustia, de tristeza
y agonía en el huerto, que sus vasos capilares se reventaron y sudaba
copiosamente, un sudor mezclado con sangre que caía hasta la tierra. Y dice la
palabra que cada vez oró más intensamente y exclamó: “mi alma está triste hasta la muerte. Mt. 26:36. Aquí, él demuestra que es verdadero Dios y verdadero
hombre; y se entristeció tanto, que vino un ángel
del cielo a fortalecerlo, pues, de allí en adelante él estaría totalmente solo sin
ningún auxilio enfrentando el castigo divino que era para nosotros.
El daño que el
pecado causó en la creación fue tan horrible, que no había nada debajo del
cielo que pudiera remediarlo. Y fue tan terrible lo que pasó entre el cielo y
la tierra, entre Dios y su Hijo, que no lo podemos discernir en la carne.
Fue Dios mismo,
en su Hijo, ofreciéndose y pagando por nosotros, por nuestra salvación, porque no había víctimas ni sacrificios
suficientes, ni capaces de quitar el pecado del mundo.
Los sacrificios
antiguos, solo apaciguaban por un tiempo la ira de Dios por el pecado, pero no
lo quitaban. JESÚS fue, pues, el CORDERO de Dios, inmaculado para el sacrificio
perfecto, para ser inmolado por nuestros pecados; sobre El en la cruz, fueron
cargados todos los pecados del mundo; el suyo y el mío y el de todas las
generaciones.
Él sufrió el
desprecio y la humillación y se hizo maldito por nuestra maldición. Todo el
peso del pecado estaba sobre él; sufrió la burla, el insulto, la soledad y el abandono;
tuvo sed y le dieron a beber vinagre con hiel.
Desangrado y
deshidratado totalmente, como a la hora sexta Jesús clama con gran voz al
Padre:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” Mateo 27:46.
Pero el Padre no
podía mirarle porque estaba hecho pecado sin ser él pecador. Perdió su belleza,
coronado de espinas dolorosas, ensangrentado y llagado, estaba afeado por la
inmundicia y Dios aborrece el pecado porque El es Santo y justo.
Todo
está consumado, dice Jesús; es
decir, todo está cumplido. Apuró toda la copa. Finalmente, con las pocas
fuerzas que le quedan, grita a gran voz: “¡Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y expiró. Lucas 23:46.
En los
versículos 43 y45, dice que hubo
oscuridad y el velo del templo se rasgó por la mitad dándonos así entrada libre
al Lugar Santísimo. Ya no eran necesarios más sacrificios de animales por
nuestros pecados. ¡Jesucristo ya lo había hecho de una vez para siempre! ¡Gloria
al Señor!
Solo en nuestro
espíritu, y por la fe, podemos discernir el sacrificio de Jesús en la cruz por
nosotros.
Estábamos
perdidos y muertos en delitos y pecados.
Ef.2:1. Al morir y resucitar, Cristo
nos dio vida eterna.
Ahora, “¿cómo
escaparemos nosotros, si descuidamos esa salvación tan grande?” Heb.2:3.
Hay siete copas
de ira listas para ser derramadas sobre el mundo, Ap. 16:1, sobre todos aquellos que rechacen esa salvación tan grande, y persistan en vivir impíamente. No habrá piedad de Dios para aquellos
que hayan hecho derramar la sangre de su Hijo en vano, rechazando la salvación.
Amado lector: no
descuide ni arriesgue su salvación porque ya no hay, ni habrá más sacrificio.
Meditemos en
esto siempre: Cristo fue el único sacrificio de expiación perfecto, suficiente
y para siempre.
ÉL ES EL ÚNICO Y SUFICIENTE SALVADOR, NO HAY OTRO.
Si usted todavía
no le ha rendido su vida a Cristo de verdad, arrepiéntase y recíbale como su
Señor y Salvador y viva en obediencia a su palabra si quiere ser salvo. Dios le
bendiga.
Orfilia Miranda
L.