lunes, 12 de marzo de 2012

LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO


Después del hombre reconocer su pecado y saber que hay una provisión de salvación, Cristo, ahora se nos anuncia otro regalo: El regalo del Espíritu Santo. La gran promesa del Padre, para los creyentes, es que el Espíritu Santo viene a morar en nosotros para que podamos experimentar la nueva vida de hijos de Dios, que nos ha sido dada en Cristo.
Ya desde tiempos antiguos, los profetas por revelación divina, venían hablando del Espíritu Santo; y a lo largo del Antiguo Testamento, encontramos varias referencias en donde el Padre promete enviar el Espíritu Santo a su pueblo.
Antes del nacimiento de Cristo, el Espíritu Santo solo era dado a unos pocos, a aquellos a quienes Dios les encomendaba una misión especial, como los profetas, o a alguna persona, en un momento determinado.
 La promesa es, que en el tiempo, el Espíritu Santo será derramado sobre el pueblo para ser transformados, Ez. 36:25-27. El Señor quiere hacer de su pueblo personas nuevas con espíritu y corazón limpio, que le honren, le sirvan y le den la gloria solo a Él; personas con vida abundante, llenos de gozo, con un corazón limpio de toda idolatría, que caminen en sus estatutos. 
Isaías 32:15, registra la misma promesa, que el Espíritu de lo alto será derramado, y el desierto de nuestro corazón se convertirá en un campo fértil. 
La promesa es para todos, para hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños: “Y Yo derramaré mi Espíritu sobre toda carne,” Joel 2:28-29. La promesa del Espíritu Santo es pues, para todos los que crean y reciban el Señorío de Jesús.
Y entonces, la promesa hecha por Dios desde el Antiguo Testamento, por medio de los profetas, acerca del Espíritu Santo, empieza a tener su pleno cumplimiento con la venida del Mesías: El Verbo de Dios, es encarnado por obra del Espíritu Santo mismo; y más adelante, Juan ya se refiere a Jesús, como “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el que bautiza con el Espíritu Santo.Jn.1:29,33. Es decir, tras el Salvador, vendrá el Espíritu Santo afirmando la obra que Cristo hace en nosotros para que permanezca, porque la obra del Espíritu Santo en nosotros es sustentadora, transformadora y santificadora. Es el Espíritu Santo el que nos capacita para vivir la nueva vida en Cristo.
Al cumplirse el tiempo, es Jesús mismo, quien durante su ministerio anuncia a sus discípulos que cuando él se vaya enviará el Espíritu Santo de parte del Padre, para que permanezca con ellos: “Yo pediré al Padre y él les dará un Defensor que permanecerá con ustedes; El Espíritu de la Verdad.”Jn.14:16-17. Y esto es corroborado en el verso 26: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho.” Así que, el Espíritu Santo, es nuestro Abogado Defensor, Consolador y Maestro; nos da sabiduría, nos llena de gozo y paz; nos revela la voluntad del Padre y nos guía a la vida eterna. Y vemos que cada vez hay más referencias a la promesa: Jn. 15:26-27; Mar. 1:8. 
Por último, después de haber padecido y resucitado Jesús, y antes de partir al Padre, vuelve a confirmarles la promesa a sus discípulos diciéndoles: He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto Lc.24:49. Y, Hechos 1:4-5, habla del bautismo que van a recibir en pocos días: “Juan bautizaba con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.”
Vemos, entonces, que en la medida que el tiempo pasa, se hace más insistente la promesa del Espíritu Santo, y se aproxima cada vez más su cumplimiento. 
Los discípulos y todos los que creyeron en Jesús, permanecieron en obediencia en Jerusalén, en oración y alabanza a Dios, gozosos, esperando el cumplimiento de tan anunciada promesa.
Y llegado el día de Pentecostés, como lo relata la biblia, la presencia del Espíritu Santo se manifiesta poderosamente sobre cada uno de los presentes, haciéndose realidad la promesa del Padre anunciada tantas veces y vemos cómo cambia la vida de los apóstoles. Hechos 2:2-4.  Dios les bendiga.    
 Orfilia Miranda L.

lunes, 5 de marzo de 2012

Reconociendo a Jesucristo como Señor


Antes de ser salvados, estábamos en el reino de las tinieblas, del pecado y de la muerte. Al ser salvos, somos rescatados, redimidos y libres; ahora le pertenecemos a Jesucristo, porque hemos sido comprados al precio de su sangre. Mas, ahora, pasamos de las tinieblas a la luz de Cristo; de la muerte eterna, a la vida abundante en Cristo. Ser salvos, es pasar del reino de Satanás, al reino de Dios y aceptar el SEÑORIO de Cristo en nuestras vidas, que es: Autoridad, Dominio, Poder y Potestad de Cristo sobre nosotros.
Al reconocer a Jesús como SEÑOR, le estamos diciendo que somos suyos, que le pertenecemos y estamos dispuestos a obedecerle.
Para que el Señorío de Cristo se instaure en nosotros debemos:
-RENUNCIAR A SATANAS: A todos sus engaños, y a todas sus obras: prácticas de magia, adivinación y hechicería; espiritismo, control mental, a toda religión e ideologías que abran las puertas a los espíritus malignos; debemos renunciar a todo aquello que nos aparte de la oración y la palabra; finalmente, debemos renunciar a todo aquello que, con apariencia de bueno, nos aparte de Dios, y nos pueda volver a llevar a la vida de pecado.
-RENUNCIAR A LA IDOLATRIA. Idolatría es todo aquello que le quite el primer lugar a Dios en nuestro corazón. Recordemos que el primer mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas y con todo tu ser.” Mar.12:29-30. Dios, es Dios celoso, que no comparte su gloria con nadie más. Ex.34:14.
Recordemos que el pueblo de Israel cayó en el pecado de la idolatría y esa desobediencia fue la causa de que no pudieran entrar en la tierra prometida.
-RENUNCIAR Al APEGO AL PECADO y a toda situación de pecado, pidiendo al Espíritu Santo que nos guíe a una conversión total, profunda, sincera, y verdadera, cediéndole todas las áreas de nuestra vida para que sean transformadas por el Espíritu Santo. No caigamos en la mentira de Satanás, que ya hoy al pecado no se le llama pecado, sino errores, imperfecciones humanas, y apoyados en esto nos damos licencia para pecar. Is.5:20 dice: ¡Hay de los que a lo malo le llaman bueno y a lo bueno le llaman malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz! 
Conversión es cambiar de actitud; dejar la vida de pecado y de malas costumbres que llevamos y volvernos al Señor; es cambiar de mentalidad, renovar nuestra mente, y eso incluye también un cambio exterior: la moda que usamos, la forma de vestir, cómo hablamos, cómo nos conducimos, las amistades y lugares que frecuentamos, todo esto habla de nuestro testimonio. Conversión es una transformación total del individuo, es decir, nos despojamos del viejo hombre, y nos revestimos de un hombre nuevo y una mujer nueva, Ef.4:22-24. “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente,….” La conversión exige pues, un cambio total de la persona, un cambio en todas las áreas de su vida. No acepte la creencia de que no es necesario cambiar por fuera porque Dios solo mira el corazón. Sí, Dios mira la sinceridad del corazón, pero la transformación debe ser integral y nuestro aspecto exterior debe reflejar nuestra vida de santidad. La apariencia y el comportamiento de los creyentes, debe distinguirse en todo, de los impíos. No podemos andar como cristianos impíos, o como impíos que se dicen cristianos, haciendo que con nuestro mal testimonio otros blasfemen del evangelio del Señor.
Conversión es, entregarse a Dios y creer en Jesús, reconociéndole como el SEÑOR de nuestra vida, dándole libertad al Espíritu Santo para transformarnos y plantar en nosotros la vida de oración y alabanza, “Pues,…nadie puede llamar a Jesús SEÑOR sino es por el Espíritu Santo”. 1ª Cor. 12:3.
-ENTREGA PERSONAL. Esto implica, como ya dijimos, una entrega total y decidida al Señor de cada área de nuestra vida: voluntad, sentimientos, emociones, espíritu, mente y cuerpo; pasado, presente y futuro.
El Padre ha dado a Jesucristo su Hijo, todo poder y autoridad, constituyéndole El SEÑOR de todo. Pues, teniendo la misma naturaleza que el Padre, se despojó de Sí mismo, se humilló y se ofreció por nosotros a una horrenda muerte de cruz; por ello, el Padre lo exaltó y le dio un nombre que está por sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua proclame que “JESUCRISTO ES EL SEÑOR” para gloria de Dios Padre. Fil.2:6-11.
Para ser salvos, pues, es necesario creer en Jesús, y recibirle como SEÑOR. “Si confiesas con tu boca que JESUS es el SEÑOR, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo”. Ro.10:9-10.
Tu, que lees este mensaje, si aún no has recibido a Cristo, te invito a que lo hagas ahora mismo. ¡No arriesgues tu salvación! ¡Bendiciones!
                                                                                                           Orfilia Miranda L

“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

  “EL TESTIMONIO DE VERDAD” 1ª de Juan 1 y 2 Si examinamos cuidadosamente la vida de Jesús, encontramos que mucha gente le seguía y escu...