miércoles, 27 de noviembre de 2013

CAMINANDO EN POS DE CRISTO



Damos gracias a Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por habernos llamado a su reino haciéndonos partícipes de la salvación eterna en Cristo Jesús su Hijo.
Y al hacernos partícipes de su salvación, nos hace también partícipes de la vida de Jesús y nos invita a caminar en pos de él, a vivir como él vivió; nos invita a ser sus discípulos.

Para ser un buen discípulo de Jesús, veamos lo que cuesta seguirlo; estos son algunos requisitos:

1° Debemos tener un amor profundo por Jesucristo.
Lucas 14:26, “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.”
Esto no significa literalmente que debemos odiar a nuestros familiares o abandonar a nuestra familia para poder seguir el camino de la fe. Significa que, nuestro amor a Cristo debe ser tan extraordinario y sublime, que debe estar por encima de todo afecto o amor humanos; y el amor a nuestros familiares más bien debe estar afianzado y soportado en el amor a Cristo.

2° Negación del “YO”.
Lucas 9:23, “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”
La negación del yo o negarse así mismo, significa una sumisión total y absoluta de la voluntad al SEÑORÍO de Cristo, en la que el YO no tiene derechos ni autoridad alguna. 
Significa que el yo es destronado de nuestro corazón y en su lugar, Cristo toma el control de nuestra vida, de nuestros sentimientos y emociones. Todo queda bajo la autoridad del Señor. Esto talvez nos parezca muy difícil de comprender y de aceptar, porque sólo puede ser discernido en el espíritu.

3° Elección voluntaria de la cruz.
 Mateo 16:24, “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”  
Tomar la cruz no significa sufrir con paciencia, como enseñan algunos y por eso no se quejan de nada, ni buscan solución a sus problemas porque creen que esa es la cruz que deben llevar con resignación. Piensan que tratar de suprimir los problemas, buscándoles solución, estarían rechazando la cruz. Por ejemplo, muchas mujeres pasan la vida entera soportando las humillaciones y los golpes de un esposo agresor, porque les han enseñado que esa es su cruz y no pueden rechazarla.

La cruz entonces, no es la enfermedad, la pobreza, la angustia, el desempleo, las injusticias, el maltrato o la persecución, puesto que todas estas cosas son comunes a todos los seres humanos.
Tomar la cruz, tampoco es cargar con una cruz de madera a la espalda o colgada del cuello.
Tomar la cruz es una “senda” escogida deliberadamente por amor al Señor Jesucristo.
Tomar la cruz, es un “camino” que el mundo considera locura, deshonra y hasta ridículo a los ojos de muchos; porque el mundo no entiende la locura de la cruz.
1Co 1:18 “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”

 La cruz es el emblema de la persecución, de la vergüenza y el abuso que el mundo cargó sobre Jesucristo el Hijo de Dios, y que el mundo cargará también sobre todos aquellos que se atrevan a tomar la decisión de ir en contra de sus dictados.
Llevar la cruz, es seguir los pasos de Aquel que nos amó hasta la muerte y muerte de cruz; es caminar en contra vía del mundo; es ir contra la corriente; es ir en contra de lo sensato de este mundo.  Por eso es tan difícil ser auténtico cristiano hoy por tanto asedio del mundo.
Los creyentes hoy quieren evitar a toda costa la cruz, conformándose a este sistema y a sus caminos. El creyente hoy piensa más en las cosas materiales, en el éxito del mundo y en las riquezas que en la cruz que Cristo llevó por nuestra salvación. Hoy sólo se predica doctrina de prosperidad material y se ha dejado de lado el evangelio del Señor. Muchos están siendo engañados con estas doctrinas y creen que haciéndose cristianos se les acaban los problemas y consiguen dinero porque, según ellos, “son hijos del Rey” y todos los que son hijos del rey son prosperados. Doctrina totalmente contraria a las palabras de Jesús, si alguno me quiere seguir, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

4° Llevar una vida invertida en Cristo.  
Vimos que después de tomar la cruz, es necesario seguir a Cristo, caminar en pos de él. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”
No podemos pretender seguir las pisadas de Jesús, sin la cruz; tampoco podemos pretender participar de su gloriosa resurrección a la vida eterna, sin haber participado también del dolor, del desprecio, de la humillación, la negación y la muerte. "El discípulo no es mayor que su maestro" dijo Jesús mismo.

Para comprender mejor lo que esto significa, necesariamente tenemos que conocer la vida de Cristo:
La vida de Jesús entre nosotros, fue de total obediencia a la voluntad del Padre; de servicio y amor a los demás; de paciencia y bondad, de mansedumbre y fidelidad. Para ser sus discípulos debemos ser semejantes a él.

5° Un amor ferviente por los hermanos como él nos amó.
Juan 13:35-36, “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
 -En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”
El amor debe ser el principal distintivo del creyente. Sin este amor nuestro discipulado es frío y legalista; es como un címbalo que retiñe. Y dolorosamente, es lo que más se da en las congregaciones; somos demasiado religiosos y legalistas, rigurosos en cumplir las normas fijadas en la iglesia, pero fríos e indiferentes en el trato con los demás hermanos. Poco misericordiosos y compasivos. Hay rivalidades, celos, envidias, crítica malsana o dañina y murmuración; algunos hasta ni saludan a otros; hay discriminación social, de razas y hasta de nacionalidad. Este no es el amor que nos enseña Cristo y espera de nosotros.

6° Permanencia en su Palabra.
Juan 8: 31, “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;”
Creemos en Jesús y recibimos la salvación un día, esto es glorioso, pero el verdadero discípulo se caracteriza por su estabilidad y fidelidad. Es fácil empezar bien y lanzarse a un ministerio en un momento de entusiasmo y de deslumbramiento de gloria; pero la prueba de la madurez cristiana es la resistencia hasta el fin.
La obediencia ocasional o parcial a la Palabra de Dios no sirve. Cristo no fuerza a nadie a seguirle, pero desea que los que tomen esa decisión de seguirle lo hagan obedeciendo en forma constante y continua.
De la manera como nos enamoramos de Jesucristo, es conociéndole, y sólo le podemos conocer, conociendo su Palabra. Sólo estudiando su Palabra podemos saber cuánto hizo por nosotros, cuánto le costó salvarnos y cuánto nos ama. Sólo en su Palabra encontramos la motivación interna y las fuerzas para tomar la cruz y seguirle. Sólo en él lo podemos lograr, porque, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filip. 4:13.

7° Renunciar a todo para seguir a Cristo.
Lucas 14:33, “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Seguramente, esta es la menos aceptada o apreciada de las condiciones para seguir a Cristo, y así mismo, es el texto menos apreciado de la biblia hoy en día cuando sólo se predica doctrina de prosperidad.
Los teólogos y los estudiosos de la biblia pueden dar muchas razones explicativas para probar y demostrar que el versículo no quiere decir lo que parece decir, pero los verdaderos discípulos humildes y sencillos lo reciben con fervor, aceptando que el Señor Jesús, sabía lo que quería decir.
Dejarlo todo, significa el abandono de todas las posesiones materiales que no sean absolutamente necesarias. Era lo que hacían los primeros cristianos. Pero por sobre todo, NO tener el corazón aferrado a ellas.
Esta renuncia o desprendimiento de lo material, no convierte al discípulo en un despreocupado holgazán o indigente. Más bien, trabaja para cubrir las necesidades de su familia y de sí mismo, vivir con dignidad y poder ayudar a otros.
Este estilo de vida, no se logra de la noche a la mañana; es el producto de un permanente esfuerzo y oración, del crecimiento espiritual y de la guianza del Espíritu Santo, y desde luego, que toma su tiempo.

En esencia, la vida cristiana es, vivir agradando a Dios haciendo su voluntad; es vivir para Dios, en un constante avanzar en fe por llegar a vivir como Jesús vivió.  Eso es caminar en pos de Cristo.
¡Bendiciones!

Orfilia Miranda L.

jueves, 14 de noviembre de 2013

¿Por qué el cristiano no crece?



¿Por qué un cristiano no crece? es una pregunta que a menudo muchos hacen.
Cuando los cristianos no crecen, tampoco llegan a la madurez y se quedan infantiles en la vida espiritual de la iglesia. Analizaremos varios aspectos, como causas responsables de esa situación:

Falta deseo de formación:
Una vez que las personas llegan a los pies del Señor, sienten un deseo grande de conocer más sobre su salvación, pero pasado algún tiempo, pierden el interés por la formación espiritual y se conforman con asistir al culto cada domingo.
Falta de oración:
La oración es el principal medio de comunicación con el Señor, si la descuidamos nos enfriamos en nuestra relación con él.
Falta de estudio de la Palabra:
Al igual que la oración, el estudio de la Palabra de Dios es el alimento del creyente y es básica para conocer el plan amoroso de Dios para mi vida y la salvación en Cristo.
Falta de discipulado por parte de la iglesia:
La iglesia local, tiene como principal responsabilidad predicar sana doctrina y consistente; y tan pronto como sea posible, se les debe de iniciar en un curso de crecimiento o discipulado a los nuevos creyentes.

Es muy importante entonces, el interés que ponga cada nuevo creyente y la motivación que reciba de la iglesia y los demás hermanos, para recibir formación espiritual.
Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.” 1ª Ts. 3:12-13

Para todos aquellos que no hemos nacido en el evangelio, hay un antes y un después:
Antes de creyentes y después como creyentes.

Un día, por la gracia de Dios, recibimos el llamado y llegamos a los pies de Cristo, y todo fue hermoso y diferente para nosotros. Es difícil describir la experiencia maravillosa y gozosa que comenzamos a vivir.
Nos enamoramos de la palabra y había un gran deseo de leerla toda de una vez.
Hacíamos muchas preguntas y queríamos todas las respuestas.
Queríamos estar en todas las reuniones y con qué facilidad y rapidez nos aprendimos los cantos y en especial aquel que tocó nuestro corazón. Nos sentíamos personas nuevas y todo para nosotros era nuevo. Pero lamentablemente…, para muchos, esto hoy es sólo un recuerdo: se les apagó el fuego y descuidaron la oración y la lectura de la palabra; se desanimaron por algún mal testimonio y dejaron de congregarse, se enfriaron y volvieron al mundo y el mundo los atrapó y los absorbió de nuevo.

El recién convertido es semejante a un niño recién nacido: el niño recién nacido empieza alimentándose con leche materna y en la medida que va creciendo y desarrollándose, se le empiezan a agregar otros alimentos que él va requiriendo para alcanzar un desarrollo normal. Por el contrario, si el niño no se alimenta adecuadamente, se atrasa en su desarrollo físico y sicomotor, será un niño desnutrido, con muchos otros problemas de salud que incluso, lo pueden llevar un retardo mental y a la muerte temprana.
Así mismo, cuando el recién convertido no recibe el alimento adecuado para su crecimiento, se va desnutriendo y debilitando espiritualmente y muere.

Cuando la iglesia no les da la asistencia adecuada y formación a los recién nacidos en la fe, a través del discipulado, pueden pasar varias cosas:
1) En su búsqueda, inicialmente pueden caer en la red de falsas doctrinas y desviarse de la verdad y del camino de la salvación.
2) Cuando les pasa el entusiasmo del primer amor, se vuelven a encontrar con los problemas y las dificultades y al no tener una fe formada y madura, no tienen fuerzas para enfrentarse y se desaniman y vuelven al mundo.

3) Otros podrán seguir congregándose y asistiendo a las actividades de la iglesia, pero no hay un verdadero cambio en ellos, no crecen ni maduran en la fe, son dados a poner la mirada en los servidores de la iglesia, no estudian la palabra, les aburre la predicación, y por lo mismo, no son personas de vida de oración. Al descuidar la oración y el estudio de la palabra, no crecen espiritualmente, se vuelven “religiosos de domingo” y se quedan niños espirituales ávidos de emociones nuevas.
Son inestables espiritualmente y van y vienen como las olas: desaparecen de la iglesia por tiempos; se dan una vuelta por el mundo y vuelven cuando tienen otra situación difícil para que oren por ellos.

Otras características de los niños espirituales: 
No asisten a los estudios bíblicos, no los ven tan importantes, no asisten a las vigilias de oración y les cuesta ayunar. Les gusta mucho el entretenimiento y el emocionalismo.
No distinguen entre el bien y el mal; porque al no conocer la palabra, en ellos no hay discernimiento.
No se distinguen de la gente carnal y mundana en sus actuaciones, ni en su modo de hablar, de vestir y de conducirse. No son sanos emocionales y son presa de amargura y resentimiento. Son los que describe muy bien Gálatas 5:19-21.

Ahora, para que haya crecimiento, tiene que haberse dado un nacimiento en Cristo, una conversión genuina y un firme propósito de abandonar la vida antigua de pecado. Aquí la persona pasa de las tinieblas a la luz; de la muerte a la vida; del reino de Satanás al reino de Dios. Por eso es bien importante que el recién convertido no se quede en la primera experiencia, porque la conversión es sólo el comienzo de todo un proceso de crecimiento espiritual. Y así como el recién nacido, debe de alimentarse al principio con leche materna, también el recién convertido debe desear como niño recién nacido, la leche espiritual no adulterada, de la palabra, para que por ella crezca para salvación. 1ª Pedro. 2:2.
Jesús mismo, siendo Dios, se sometió a un proceso de crecimiento y desarrollo físico-intelecto-mental-espiritual, Lc. 2:40: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre el.” V.52: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, para con Dios y los hombres.” 
Estos versículos 40 y 52 de Lucas nos indican ampliamente que Jesús crecía sano físicamente, en inteligencia, sabiduría y espiritualmente, y desde niño recibía formación en la sinagoga de su localidad, Nazaret. Lucas 4:16 “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.”

Y si él, siendo el Hijo de Dios, se sometió al proceso de formación al lado de sus padres y fue instruido en las Escrituras y la Ley judía, mayormente, el creyente debe someterse a un proceso de crecimiento permanente y constante, “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;” Ef. 4:13.

Crecer en la fe es crecer en el conocimiento de Jesucristo, sometiéndose a su Señorío y a la acción renovadora del Espíritu Santo, para ser moldeados y llenos del poder y la unción, que lleve al nuevo creyente al deseo de ser transformado cada día de sus imperfecciones y pecados.
Esto sólo se logra a través de la oración diaria en una estrecha comunión con el Señor y la lectura de la Palabra, y de un discipulado constante y gradual.
El estudio de la Palabra debe hacerse en oración, con entendimiento, pidiendo al Espíritu Santo nos revele su Palabra. No debe leerse con espíritu de curiosidad, sino en oración y meditación sobre aquello tan grande que Cristo hizo en la cruz por nosotros.
No es pues, comprensible, que un creyente que haya entregado su vida a Cristo, lleve varios años en una congregación, sin crecimiento espiritual y que no esté siendo transformado.  

Finalmente, aunque se puede discipular también individualmente, en la congregación es la iglesia quien debe discipular y acompañar a los nuevos creyentes en este proceso para que lleguen a ser cristianos adultos y maduros. Y los creyentes deben buscar y aprovechar todos los medios que la iglesia les brinde para continuar creciendo y así alcanzar la plenitud en Cristo. 
Entendemos que el crecimiento espiritual es progresivo, pero tiene que irse manifestando día a día en la vida del creyente. 
Si una congregación se estanca, es porque no está recibiendo el alimento sólido de la Palabra, y no está abierta a la acción renovadora del Espíritu Santo.
Que el Señor les bendiga.

                 Orfilia Miranda L.

“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

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