miércoles, 25 de diciembre de 2013

LA FAMILIA ES UN PROYECTO DE DIOS



Texto: Génesis 1:26-28
Gen 1:26 “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
 Gen 1:27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Gen 1:28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.”  

Habiendo terminado toda la creación satisfactoriamente, Dios dijo: v. 26“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza;” v. 28 “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” Léase muy bien con atención: VARÓN y HEMBRA los creó. Ya en ese mismo momento Dios tenía en mente la familia. Estaba pensando en la familia como institución básica en la sociedad humana. Por eso la institución más atacada de todos los tiempos es la familia por tener el lugar más importante en los planes de Dios.
Socavar los fundamentos de la familia, es socavar los cimientos de la sociedad; es ir en contra de Dios y en desobediencia a lo establecido por él. Satanás es astuto y sabe muy bien esto, que destruyendo el matrimonio, la familia toda se derrumba.
Todos sabemos que cuando un matrimonio se separa, se produce una ruptura en todo: en los miembros de la familia, la economía, los proyectos familiares, pasar vacaciones juntos, ministerios en la iglesia y en todas aquellas actividades en la comunidad en donde se requiere del aporte de las parejas. Pero de todos los miembros de la familia, los hijos son los más afectados en un divorcio; ellos quedan destrozados emocional, y espiritualmente.

Al divorciarse la pareja, ambos quedan expuestos al adulterio; los hijos quedan abandonados y expuestos a toda clase de abusos y maltratos por un padrastro o una madrastra.
Muchas veces también el estrés y la amargura del padre o madre que queda con ellos es descargado sobre los niños; la inseguridad se apodera de ellos, incluso pueden experimentar sentimientos de culpa por la separación de sus padres; y no hay qué decir, de la manipulación que muchas veces se ejerce sobre los niños por parte de ambos padres, o por el padre que viene de visita o se los lleva y no tiene cuidado con los malos ejemplos que les dan.

Muchos dicen que la separación es de la pareja, y no de los hijos; que si la pareja maneja la separación civilizadamente, los hijos no se verán afectados. Este argumento no es totalmente válido. Puede ser que se les oculte todo y que no haya peleas delante de los niños y que tampoco haya olvido y abandono por parte del que se va de la casa; ciertamente, esto alivia un poco la situación para ellos, pero de todos modos se estarán preguntando por qué se va papá, o por qué se va mamá de la casa, ¿será que ya no nos quieren? Sufren mucho en silencio y muchas veces se sienten culpables por la situación, traduciéndose toda esta tensión  emocional en cambios de comportamiento.
Para un niño de corta edad es muy difícil entender por qué su papá los dejó a ellos y a mamá y se fue a formar otra familia con otra señora, y si esa señora tiene niños, se van a sentir peor y volvemos a lo mismo: “papá ya no nos quiere,” es lo que piensan así usted les diga que todo está bien, que los aman mucho. ¿Entonces por qué nos abandonan?

Los hijos de padres divorciados se vuelven inseguros, de baja autoestima, se tornan agresivos y sienten odio por otros niños que si viven con sus padres; son retraídos, de bajo rendimiento escolar, y algunos adoptan conductas de rebeldía como forma de llamar la atención; otros son  manipuladores y exigentes; todos estos comportamientos se deben a la separación de sus padres y en muchos casos la situación es tan grave, que necesitan atención profesional, y aún así, muchos no logran superarlo totalmente.
No hay mucha diferencia entonces, en que le oculten al niño lo que está pasando entre la pareja, o que el niño se dé cuenta de los pleitos, gritos e insultos entre sus padres ya que para un niño pequeño o adolescente el resultado de la separación de sus padres es el mismo: su seguridad, su confianza y su mundo se les derrumban bajo sus pies.

Cuando Dios creó la familia no quería este sufrimiento para nosotros. Por eso es bien importante que nosotros como creyentes, comprendamos esta realidad y el propósito de Dios al fundar la familia, así como el valor que ella tiene para Dios, para que la defendamos a toda costa y la fortalezcamos y venga a ser canal del amor de Dios y de sus muchas bendiciones para los miembros que la componen. Pero ante todo, para evitar el fracaso matrimonial debemos pedir a Dios que nos ayude a encontrar a la persona adecuada y que él esté presente siempre en el hogar.

No fue pues, Adán quien pensó en una esposa y en hijos y se lo pidió a Dios. Es Dios quien toma la iniciativa. Varón y hembra, los creó Dios: ya había un propósito claro de Dios cuando los creó hombre y mujer. Una pareja, un matrimonio y más tarde una familia completa: papá y mamá e hijos, hasta formar una comunidad grande. Pues su función principal es la procreación, multiplicarse, Gen 1:28 “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra…” Esto sólo lo puede hacer un hombre y una mujer, al igual que todas las demás especies sobre la tierra. Y para cumplir adecuadamente y con éxito esta noble misión, se necesita la bendición de Dios.
La bendición de Dios en el matrimonio, es el sello de autoridad que Dios les confiere para llenar la tierra, sojuzgar y señorear sobre toda la creación. Gn. 1:28.

Entender que el matrimonio tiene su origen en el corazón mismo de Dios, eso es vital. Tiene que quedar muy claro que el matrimonio no es invento de un hombre ni de la sociedad. Por eso, cuando un hogar se destruye es contristado el corazón de Dios. Esta es la razón básica por la que Satanás ataca a la familia: ¡Odia los planes de Dios!

Cualquier otro tipo de relación matrimonial distinta a la de un hombre y una mujer, no están en el plan ni en la voluntad de Dios.
Pretender matrimonios entre hombres o entre mujeres, es una aberrante abominación a Dios, que solo cabe en las mentes reprobadas de quienes han caído en la inmundicia de sus concupiscencias y han sido abandonados por Dios. Rom. 1:24-27 “…Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos,
V 25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
V 26  Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza,
 V 27  y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.”

La familia actual como se plantea, está muy lejos del plan de Dios y de Dios mismo; en lugar de ser bendición para el hombre, se ha convertido en generadora de múltiples problemas, porque a muchos hombres y mujeres de hoy, no los une un verdadero amor sino el egoísmo. Y muchos no llegan al matrimonio pensando en cómo hacer feliz a mi compañero(a), sino qué me ofrece él o ella para “YO ser feliz”. Por eso vemos toda clase de problemas destruyendo a la familia, como: la infidelidad conyugal o adulterio, desamor, celos entre la pareja, celos entre los hermanos, violencia física y/o verbal entre esposos y de padres a hijos, alcoholismo, drogas, rebeldía de los hijos, desprecio por la autoridad. No hay sometimiento ni respeto. ¿Por qué? Porque Dios no es el centro de la familia. 

Podríamos decir que esto sólo se da es las familias no creyentes, pero no es así, lo vemos también entre las familias de los creyentes, y no es que hayan venido a la iglesia ya destruidas, sino que a la iglesia entró también el divorcio y el abandono de la familia. Vemos pastores y ministros que van ya por el segundo o tercer matrimonio, y desde luego que se convierten en mal ejemplo para el resto de la congregación.
¿Dónde quedó el principio bíblico? Dios no ha cambiado sus planes ni sus principios; son los hombres y mujeres los que se han dejado arrastrar por el mundo y sus concupiscencias.

Dios quiere ser el centro de tu familia y ordenarla, en donde se viva en el temor reverente a Jehová y en la obediencia a sus mandamientos. El promete generación poderosa, bienaventuranza y bendición al hombre y a la mujer que le aman y le obedecen. Sal. 112:1-3. Sólo la presencia de Dios en la familia trae felicidad. La familia que se deleita en guardar los mandamientos es victoriosa, porque la promesa de Dios es esa: descendencia poderosa, bendita y próspera.
De allí la importancia de orar por la pareja que me dará el Señor, teniendo cuidado de que la decisión que hagamos esté dentro de la voluntad perfecta de Dios, porque una equivocación en este asunto la pagaremos caro y de paso arrastraremos también a nuestros hijos inocentes a un sufrimiento que marcará sus vidas para siempre y más adelante reproducirán el mismo patrón.

Otro aspecto muy importante que no se debe descuidar es, enseñar la Palabra en la familia. Es nuestra responsabilidad como creyentes, defender la unidad familiar de todo ataque externo, aplicando los principios bíblicos, leyendo y estudiando la Palabra y doblando rodillas juntos delante de Dios nuestro Padre y creador. ¡Deja a Dios ser el centro de tu familia! Sin El es imposible la vida familiar amorosa y sosegada.

Cada esposo o esposa, debe permitirle a Dios que comience hoy mismo a cambiar todo aquello que se esté interponiendo en una buena relación de matrimonio.
Como esposos, hoy mismo, deben tomar decisiones firmes cambiando costumbres que no beneficien  o estén dañando la relación de pareja.
La pareja matrimonial debe tener presente que su conyugue y sus hijos son antes que los amigos y todas las demás cosas. Nuestra familia debe ser nuestra primera preocupación.
Como padres, deben mejorar también la relación con los hijos, cambiando rutinas en la vida, que tal vez no estén siendo muy favorables: más tiempo en familia, diálogo y acompañamiento, mejor atención. ¡Usted puede ser ese canal de bendición de Dios en su familia!

Para finalizar no olvidemos estas verdades bíblicas respecto a la familia:

Que la familia es un proyecto de Dios, y como tal, nació en el corazón de Dios.
Que no es una fundación o institución humana y por lo tanto, el hombre y la sociedad o el estado no la pueden cambiar, modificar, o derogar. Mat 19:6 “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”
Que no existe otro matrimonio distinto al que se da entre un hombre y una mujer.
Gen 2:24  Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
Y por lo mismo, dos hombres o dos mujeres no se pueden unir en matrimonio porque:
1- No es el plan ni la voluntad de Dios;
2- Físicamente sus cuerpos NO están capacitados para esa unión en “una sola carne.”  
3- Que Dios confió sólo a la pareja de hombre y mujer la responsabilidad de la procreación y los bendijo y los capacitó para fructificar y multiplicarse.

La familia solo funciona bien si tiene a Dios como centro de todo.
Como pareja humana, como familia, les dio autoridad y señorío sobre toda la creación. Gn. 1:28.

¡Cómo sería de hermoso el universo si el hombre y la mujer se hubieran mantenido en el plan maravilloso y amoroso del Padre!

¡Bendiciones!    
                                                                         Orfilia Miranda L.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿QUÉ ES LA NAVIDAD?

Navidad, natividad o nacimiento de Cristo.

Independientemente de si la fecha del nacimiento de Cristo sea o no la correcta, la época de navidad para los creyentes debe ser tiempo de reflexión, de meditación y de agradecimiento por lo que Dios hizo por nosotros cuando estábamos perdidos en delitos y pecados, sin ninguna esperanza de salvación.
Lo más hermoso de esto es que Dios nuestro Padre ya lo tenía previsto desde tiempos antiguos. Todo el capítulo 53 de Isaías, es un anuncio adelantado de esto que sucedería en el tiempo, a favor de la humanidad caída.
Cristo, el niño que un día nacería en un pesebre, humilde, indefenso y rodeado de circunstancias extraordinarias, vendría con una misión divina de salvación para la humanidad. Ese niño que celebramos en navidad, es el mismo que más tarde sería molido, maltratado, humillado, quebrantado, despreciado y afligido por nuestros pecados.

Los cristianos en vez de estar divididos y enfrascados en discusiones inútiles sobre si la navidad es pagana o no, yo sugiero meditar en Is. 53 y Luc. 2.


Is. 53:10 “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.”
Luc. 2:6 "Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento.
Luc. 2:7 Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.”

¿Merecíamos que Cristo sufriera y muriera en lugar de nosotros? ¡No! Es por pura gracia o favor de Dios.
¡Meditar en esto con agradecimiento, esto sí es navidad y entonces si tenemos un motivo para regocijarnos y celebrar el nacimiento del Salvador! ¡Bendiciones!
 

Orfilia Miranda L.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

CAMINANDO EN POS DE CRISTO



Damos gracias a Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por habernos llamado a su reino haciéndonos partícipes de la salvación eterna en Cristo Jesús su Hijo.
Y al hacernos partícipes de su salvación, nos hace también partícipes de la vida de Jesús y nos invita a caminar en pos de él, a vivir como él vivió; nos invita a ser sus discípulos.

Para ser un buen discípulo de Jesús, veamos lo que cuesta seguirlo; estos son algunos requisitos:

1° Debemos tener un amor profundo por Jesucristo.
Lucas 14:26, “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.”
Esto no significa literalmente que debemos odiar a nuestros familiares o abandonar a nuestra familia para poder seguir el camino de la fe. Significa que, nuestro amor a Cristo debe ser tan extraordinario y sublime, que debe estar por encima de todo afecto o amor humanos; y el amor a nuestros familiares más bien debe estar afianzado y soportado en el amor a Cristo.

2° Negación del “YO”.
Lucas 9:23, “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”
La negación del yo o negarse así mismo, significa una sumisión total y absoluta de la voluntad al SEÑORÍO de Cristo, en la que el YO no tiene derechos ni autoridad alguna. 
Significa que el yo es destronado de nuestro corazón y en su lugar, Cristo toma el control de nuestra vida, de nuestros sentimientos y emociones. Todo queda bajo la autoridad del Señor. Esto talvez nos parezca muy difícil de comprender y de aceptar, porque sólo puede ser discernido en el espíritu.

3° Elección voluntaria de la cruz.
 Mateo 16:24, “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”  
Tomar la cruz no significa sufrir con paciencia, como enseñan algunos y por eso no se quejan de nada, ni buscan solución a sus problemas porque creen que esa es la cruz que deben llevar con resignación. Piensan que tratar de suprimir los problemas, buscándoles solución, estarían rechazando la cruz. Por ejemplo, muchas mujeres pasan la vida entera soportando las humillaciones y los golpes de un esposo agresor, porque les han enseñado que esa es su cruz y no pueden rechazarla.

La cruz entonces, no es la enfermedad, la pobreza, la angustia, el desempleo, las injusticias, el maltrato o la persecución, puesto que todas estas cosas son comunes a todos los seres humanos.
Tomar la cruz, tampoco es cargar con una cruz de madera a la espalda o colgada del cuello.
Tomar la cruz es una “senda” escogida deliberadamente por amor al Señor Jesucristo.
Tomar la cruz, es un “camino” que el mundo considera locura, deshonra y hasta ridículo a los ojos de muchos; porque el mundo no entiende la locura de la cruz.
1Co 1:18 “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”

 La cruz es el emblema de la persecución, de la vergüenza y el abuso que el mundo cargó sobre Jesucristo el Hijo de Dios, y que el mundo cargará también sobre todos aquellos que se atrevan a tomar la decisión de ir en contra de sus dictados.
Llevar la cruz, es seguir los pasos de Aquel que nos amó hasta la muerte y muerte de cruz; es caminar en contra vía del mundo; es ir contra la corriente; es ir en contra de lo sensato de este mundo.  Por eso es tan difícil ser auténtico cristiano hoy por tanto asedio del mundo.
Los creyentes hoy quieren evitar a toda costa la cruz, conformándose a este sistema y a sus caminos. El creyente hoy piensa más en las cosas materiales, en el éxito del mundo y en las riquezas que en la cruz que Cristo llevó por nuestra salvación. Hoy sólo se predica doctrina de prosperidad material y se ha dejado de lado el evangelio del Señor. Muchos están siendo engañados con estas doctrinas y creen que haciéndose cristianos se les acaban los problemas y consiguen dinero porque, según ellos, “son hijos del Rey” y todos los que son hijos del rey son prosperados. Doctrina totalmente contraria a las palabras de Jesús, si alguno me quiere seguir, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

4° Llevar una vida invertida en Cristo.  
Vimos que después de tomar la cruz, es necesario seguir a Cristo, caminar en pos de él. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”
No podemos pretender seguir las pisadas de Jesús, sin la cruz; tampoco podemos pretender participar de su gloriosa resurrección a la vida eterna, sin haber participado también del dolor, del desprecio, de la humillación, la negación y la muerte. "El discípulo no es mayor que su maestro" dijo Jesús mismo.

Para comprender mejor lo que esto significa, necesariamente tenemos que conocer la vida de Cristo:
La vida de Jesús entre nosotros, fue de total obediencia a la voluntad del Padre; de servicio y amor a los demás; de paciencia y bondad, de mansedumbre y fidelidad. Para ser sus discípulos debemos ser semejantes a él.

5° Un amor ferviente por los hermanos como él nos amó.
Juan 13:35-36, “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
 -En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”
El amor debe ser el principal distintivo del creyente. Sin este amor nuestro discipulado es frío y legalista; es como un címbalo que retiñe. Y dolorosamente, es lo que más se da en las congregaciones; somos demasiado religiosos y legalistas, rigurosos en cumplir las normas fijadas en la iglesia, pero fríos e indiferentes en el trato con los demás hermanos. Poco misericordiosos y compasivos. Hay rivalidades, celos, envidias, crítica malsana o dañina y murmuración; algunos hasta ni saludan a otros; hay discriminación social, de razas y hasta de nacionalidad. Este no es el amor que nos enseña Cristo y espera de nosotros.

6° Permanencia en su Palabra.
Juan 8: 31, “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;”
Creemos en Jesús y recibimos la salvación un día, esto es glorioso, pero el verdadero discípulo se caracteriza por su estabilidad y fidelidad. Es fácil empezar bien y lanzarse a un ministerio en un momento de entusiasmo y de deslumbramiento de gloria; pero la prueba de la madurez cristiana es la resistencia hasta el fin.
La obediencia ocasional o parcial a la Palabra de Dios no sirve. Cristo no fuerza a nadie a seguirle, pero desea que los que tomen esa decisión de seguirle lo hagan obedeciendo en forma constante y continua.
De la manera como nos enamoramos de Jesucristo, es conociéndole, y sólo le podemos conocer, conociendo su Palabra. Sólo estudiando su Palabra podemos saber cuánto hizo por nosotros, cuánto le costó salvarnos y cuánto nos ama. Sólo en su Palabra encontramos la motivación interna y las fuerzas para tomar la cruz y seguirle. Sólo en él lo podemos lograr, porque, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filip. 4:13.

7° Renunciar a todo para seguir a Cristo.
Lucas 14:33, “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Seguramente, esta es la menos aceptada o apreciada de las condiciones para seguir a Cristo, y así mismo, es el texto menos apreciado de la biblia hoy en día cuando sólo se predica doctrina de prosperidad.
Los teólogos y los estudiosos de la biblia pueden dar muchas razones explicativas para probar y demostrar que el versículo no quiere decir lo que parece decir, pero los verdaderos discípulos humildes y sencillos lo reciben con fervor, aceptando que el Señor Jesús, sabía lo que quería decir.
Dejarlo todo, significa el abandono de todas las posesiones materiales que no sean absolutamente necesarias. Era lo que hacían los primeros cristianos. Pero por sobre todo, NO tener el corazón aferrado a ellas.
Esta renuncia o desprendimiento de lo material, no convierte al discípulo en un despreocupado holgazán o indigente. Más bien, trabaja para cubrir las necesidades de su familia y de sí mismo, vivir con dignidad y poder ayudar a otros.
Este estilo de vida, no se logra de la noche a la mañana; es el producto de un permanente esfuerzo y oración, del crecimiento espiritual y de la guianza del Espíritu Santo, y desde luego, que toma su tiempo.

En esencia, la vida cristiana es, vivir agradando a Dios haciendo su voluntad; es vivir para Dios, en un constante avanzar en fe por llegar a vivir como Jesús vivió.  Eso es caminar en pos de Cristo.
¡Bendiciones!

Orfilia Miranda L.

jueves, 14 de noviembre de 2013

¿Por qué el cristiano no crece?



¿Por qué un cristiano no crece? es una pregunta que a menudo muchos hacen.
Cuando los cristianos no crecen, tampoco llegan a la madurez y se quedan infantiles en la vida espiritual de la iglesia. Analizaremos varios aspectos, como causas responsables de esa situación:

Falta deseo de formación:
Una vez que las personas llegan a los pies del Señor, sienten un deseo grande de conocer más sobre su salvación, pero pasado algún tiempo, pierden el interés por la formación espiritual y se conforman con asistir al culto cada domingo.
Falta de oración:
La oración es el principal medio de comunicación con el Señor, si la descuidamos nos enfriamos en nuestra relación con él.
Falta de estudio de la Palabra:
Al igual que la oración, el estudio de la Palabra de Dios es el alimento del creyente y es básica para conocer el plan amoroso de Dios para mi vida y la salvación en Cristo.
Falta de discipulado por parte de la iglesia:
La iglesia local, tiene como principal responsabilidad predicar sana doctrina y consistente; y tan pronto como sea posible, se les debe de iniciar en un curso de crecimiento o discipulado a los nuevos creyentes.

Es muy importante entonces, el interés que ponga cada nuevo creyente y la motivación que reciba de la iglesia y los demás hermanos, para recibir formación espiritual.
Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.” 1ª Ts. 3:12-13

Para todos aquellos que no hemos nacido en el evangelio, hay un antes y un después:
Antes de creyentes y después como creyentes.

Un día, por la gracia de Dios, recibimos el llamado y llegamos a los pies de Cristo, y todo fue hermoso y diferente para nosotros. Es difícil describir la experiencia maravillosa y gozosa que comenzamos a vivir.
Nos enamoramos de la palabra y había un gran deseo de leerla toda de una vez.
Hacíamos muchas preguntas y queríamos todas las respuestas.
Queríamos estar en todas las reuniones y con qué facilidad y rapidez nos aprendimos los cantos y en especial aquel que tocó nuestro corazón. Nos sentíamos personas nuevas y todo para nosotros era nuevo. Pero lamentablemente…, para muchos, esto hoy es sólo un recuerdo: se les apagó el fuego y descuidaron la oración y la lectura de la palabra; se desanimaron por algún mal testimonio y dejaron de congregarse, se enfriaron y volvieron al mundo y el mundo los atrapó y los absorbió de nuevo.

El recién convertido es semejante a un niño recién nacido: el niño recién nacido empieza alimentándose con leche materna y en la medida que va creciendo y desarrollándose, se le empiezan a agregar otros alimentos que él va requiriendo para alcanzar un desarrollo normal. Por el contrario, si el niño no se alimenta adecuadamente, se atrasa en su desarrollo físico y sicomotor, será un niño desnutrido, con muchos otros problemas de salud que incluso, lo pueden llevar un retardo mental y a la muerte temprana.
Así mismo, cuando el recién convertido no recibe el alimento adecuado para su crecimiento, se va desnutriendo y debilitando espiritualmente y muere.

Cuando la iglesia no les da la asistencia adecuada y formación a los recién nacidos en la fe, a través del discipulado, pueden pasar varias cosas:
1) En su búsqueda, inicialmente pueden caer en la red de falsas doctrinas y desviarse de la verdad y del camino de la salvación.
2) Cuando les pasa el entusiasmo del primer amor, se vuelven a encontrar con los problemas y las dificultades y al no tener una fe formada y madura, no tienen fuerzas para enfrentarse y se desaniman y vuelven al mundo.

3) Otros podrán seguir congregándose y asistiendo a las actividades de la iglesia, pero no hay un verdadero cambio en ellos, no crecen ni maduran en la fe, son dados a poner la mirada en los servidores de la iglesia, no estudian la palabra, les aburre la predicación, y por lo mismo, no son personas de vida de oración. Al descuidar la oración y el estudio de la palabra, no crecen espiritualmente, se vuelven “religiosos de domingo” y se quedan niños espirituales ávidos de emociones nuevas.
Son inestables espiritualmente y van y vienen como las olas: desaparecen de la iglesia por tiempos; se dan una vuelta por el mundo y vuelven cuando tienen otra situación difícil para que oren por ellos.

Otras características de los niños espirituales: 
No asisten a los estudios bíblicos, no los ven tan importantes, no asisten a las vigilias de oración y les cuesta ayunar. Les gusta mucho el entretenimiento y el emocionalismo.
No distinguen entre el bien y el mal; porque al no conocer la palabra, en ellos no hay discernimiento.
No se distinguen de la gente carnal y mundana en sus actuaciones, ni en su modo de hablar, de vestir y de conducirse. No son sanos emocionales y son presa de amargura y resentimiento. Son los que describe muy bien Gálatas 5:19-21.

Ahora, para que haya crecimiento, tiene que haberse dado un nacimiento en Cristo, una conversión genuina y un firme propósito de abandonar la vida antigua de pecado. Aquí la persona pasa de las tinieblas a la luz; de la muerte a la vida; del reino de Satanás al reino de Dios. Por eso es bien importante que el recién convertido no se quede en la primera experiencia, porque la conversión es sólo el comienzo de todo un proceso de crecimiento espiritual. Y así como el recién nacido, debe de alimentarse al principio con leche materna, también el recién convertido debe desear como niño recién nacido, la leche espiritual no adulterada, de la palabra, para que por ella crezca para salvación. 1ª Pedro. 2:2.
Jesús mismo, siendo Dios, se sometió a un proceso de crecimiento y desarrollo físico-intelecto-mental-espiritual, Lc. 2:40: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre el.” V.52: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, para con Dios y los hombres.” 
Estos versículos 40 y 52 de Lucas nos indican ampliamente que Jesús crecía sano físicamente, en inteligencia, sabiduría y espiritualmente, y desde niño recibía formación en la sinagoga de su localidad, Nazaret. Lucas 4:16 “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.”

Y si él, siendo el Hijo de Dios, se sometió al proceso de formación al lado de sus padres y fue instruido en las Escrituras y la Ley judía, mayormente, el creyente debe someterse a un proceso de crecimiento permanente y constante, “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;” Ef. 4:13.

Crecer en la fe es crecer en el conocimiento de Jesucristo, sometiéndose a su Señorío y a la acción renovadora del Espíritu Santo, para ser moldeados y llenos del poder y la unción, que lleve al nuevo creyente al deseo de ser transformado cada día de sus imperfecciones y pecados.
Esto sólo se logra a través de la oración diaria en una estrecha comunión con el Señor y la lectura de la Palabra, y de un discipulado constante y gradual.
El estudio de la Palabra debe hacerse en oración, con entendimiento, pidiendo al Espíritu Santo nos revele su Palabra. No debe leerse con espíritu de curiosidad, sino en oración y meditación sobre aquello tan grande que Cristo hizo en la cruz por nosotros.
No es pues, comprensible, que un creyente que haya entregado su vida a Cristo, lleve varios años en una congregación, sin crecimiento espiritual y que no esté siendo transformado.  

Finalmente, aunque se puede discipular también individualmente, en la congregación es la iglesia quien debe discipular y acompañar a los nuevos creyentes en este proceso para que lleguen a ser cristianos adultos y maduros. Y los creyentes deben buscar y aprovechar todos los medios que la iglesia les brinde para continuar creciendo y así alcanzar la plenitud en Cristo. 
Entendemos que el crecimiento espiritual es progresivo, pero tiene que irse manifestando día a día en la vida del creyente. 
Si una congregación se estanca, es porque no está recibiendo el alimento sólido de la Palabra, y no está abierta a la acción renovadora del Espíritu Santo.
Que el Señor les bendiga.

                 Orfilia Miranda L.

“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

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