Aceptar a Cristo y
convertirnos, implica despojarnos de la vestidura vieja, rota, sucia, gastada y
mal oliente del pecado y vestirnos de la vestidura blanca.
Efe
4:22-24 “En cuanto a la pasada manera de
vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Cuando
venimos a Cristo, dejamos de caminar por aquel camino torcido, de mentira,
oscuridad e incertidumbre, y empezamos a caminar por el camino de la gracia y
la restitución; dejamos de alimentar los cerdos y nos ponemos en camino a la
salvación, a la casa del Padre, quien con amor misericordioso, ordena que nos pongan
el mejor vestido: Lc.15:22 “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el
mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.”
Mejor
vestido, anillo y calzado, son señal de perdón y restauración, señal de autoridad
y de igualdad con el resto de la familia.
El
arrepentimiento del hijo pródigo era genuino, producto de la reflexión, la humildad
para reconocer el pecado y la decisión de cambio: Lc. 15:18-19 “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré:
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu
hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.”
El
Padre pasó por alto el pecado de ignorancia de su hijo y lo perdonó; lo abrazó
y celebró con gran gozo. Éste es un ejemplo perfecto de conversión y arrepentimiento genuino, así como de perdón por parte del Padre.
Aceptar
a Cristo y convertirnos, es dejar esto y tomar aquello; es dejar la oscuridad y
caminar en la luz; es cederle al Señor nuestra voluntad y el control de todo;
es empezar a vivir una nueva vida en Cristo. Es un cambio de mentalidad y de actitud.
Cuando
cambiamos de modo de pensar y de actitud, y cedemos a Cristo el control, es
cuando el Espíritu Santo empieza a decirnos internamente qué está mal, qué tenemos
que cambiar, qué tenemos que abandonar. Él empieza a inspirarnos desde adentro
la Palabra y a redargüirnos y a confrontarnos con ella, pero para ello tenemos
que ser muy dóciles a sus insinuaciones y a su voz.
El
Espíritu Santo nos recuerda y nos hace entender los mandamientos de Dios.
Los
mandamientos de Dios, expresan claramente las cosas que Dios quiere que hagamos,
y las que no quiere que hagamos… vemos que en los dos primeros mandamientos, Dios
nos ordena de manera imperativa amarlo a Él sobre todas las demás cosas y
servirle; Reconocerle como al único Dios eterno y verdadero. Y en el amor de él
amar a nuestros hermanos. El resto de los mandamientos son en sentido negativo,
de restricción, de prohibición y desaprobación: No haga eso…no me agrada…el
mundo impío, ha abolido casi todos los mandamientos y no ven nada de malo en
ello.
Sólo
el Espíritu Santo nos muestra el pecado dándonos la sabiduría para discernir
entre lo bueno y lo malo.
Los
invito a meterse en la oración y en la Palabra, el Espíritu Santo se las revelará,
créanme, inténtelo y lo verán; es una promesa de Cristo: Jn.14:26 “Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” Sólo él
tiene el poder para cambiar nuestra vida de pecado llevándonos al
arrepentimiento.
Un
creyente sin oración y sin Palabra, está postrado en silla de ruedas; no avanza
si no lo empujan. Tiene una fe pobre que no le da ni para levantar la tasa del
café, mucho menos le va a dar para mover
las montañas de los vicios, la enfermedad y las dificultades. Será un creyente
carnal.
Fortalezca
la fe con la oración y el estudio de la Palabra. Ejercítese en ella, y en la
medida que vaya viendo cómo Dios le responde a sus oraciones, más va crecer en
ella.
Pídale
a Dios con confianza y seguridad de que lo va a alcanzar; el Espíritu Santo le
enseña como pedir como conviene: a veces los deseos del corazón chocan con el
plan de Dios y entorpece. Hay que tener sintonía con Dios, de ahí la necesidad
de pedir conforme al propósito de Dios, y eso solo lo podemos hacer en el
Espíritu Santo. Él es el que sabe pedir como conviene. Rom. 8:26 “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero
el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
Cuando
aceptamos a Cristo, nos apartamos de la corriente del sistema mundano y
trabajamos solo para agradar al Señor Jesucristo, quien es ahora el SEÑOR de
nuestra vida, a quien servimos y obedecemos, pues, él es nuestro Salvador.
Todo
lo demás quedó atrás. Nadie tiene derecho a recordarnos nuestro pasado, Cristo
ya pagó por nosotros y el Padre ya nos perdonó.
Les
dejo para reflexión este consejo de Pablo a los Efesios: Ef. 4:17-24
“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que
ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente,
-teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la
ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón;
-los cuales, después
que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con
avidez toda clase de impureza.
-Más vosotros no habéis
aprendido así a Cristo, -si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él
enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. -En cuanto a la pasada
manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los
deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del
nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Que
la paz y el amor de Dios, estén siempre con ustedes. Bendiciones.
Orfilia
Miranda Londoño