Cuando venimos a Cristo, enfrentamos la vida con sus
vicisitudes desde otra perspectiva: la perspectiva de la fe.
El
no creyente se afana y lucha en la carne, confía en sus propias fuerzas y en
sus conocimientos; y posiblemente obtendrá buenos resultados pero en ocasiones
a un costo muy alto: Preocupaciones, temor, miedo al fracaso y a la pérdida, y todo
esto se verá reflejado en muchas noches sin dormir.
Y
no es que el creyente no tenga que enfrentar los mismos problemas de la vida
diaria, sino que hace la diferencia en que no está luchando solo, tiene el
respaldo y la ayuda de Dios.
La
fe en Dios es confianza y seguridad a la hora de enfrentar las dificultades
diarias.
Pablo
que era un hombre de fe muy probada, llegó a exclamar: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Flp_4:13.
Esa
es la vida de la fe: sentir que descansamos en Cristo, en su poder y en su
gracia para vencer por muy difícil que sea la situación que estemos viviendo.
En Cristo tenemos paz y confianza para enfrentarnos sin temor a los problemas.
Dios
nos dice en Is. 41:10: “No temas, porque
yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre
te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”
Observe
que dice: siempre, lo que significa
que es todo el tiempo y en todas las situaciones; no es en unas sí, pero en
otras no. No. Él dice siempre te ayudaré, siempre te
sustentaré.
A
partir de esta promesa tan poderosa, tenemos la certeza de que Dios estará
siempre con nosotros, venga lo que venga. En esto radica la diferencia, en la
actitud que se asuma frente al sufrimiento: cuando lo vivimos en la carne, en
nuestras propias fuerzas, o cuando lo vivimos en la fe, fortalecidos y
sustentados por el amor y la ayuda del Señor.
El
creyente debe tener la confianza siempre en que Dios le dará las fuerzas; no
desmayemos, él está a nuestro lado para ayudarnos y sostenernos. Ese es el amor
compasivo de Dios nuestro Padre.
¿Por
qué hemos de angustiarnos entonces, si hemos puesto nuestra confianza y
seguridad en él?
Dios
es el Fuerte que no se fatiga con
cansancio como nosotros los seres humanos. Is. 40:28.
Y
las promesas de ayuda no terminan aquí; veamos los versículos siguientes: Is.
40:29-31
“El da esfuerzo al cansado, y multiplica las
fuerzas al que no tiene ningunas.
Los muchachos se
fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová
tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se
cansarán; caminarán, y no se fatigarán.”
Por
eso Pablo no dudó en decir: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece”. Pablo vivió en esa promesa creyéndole a
Dios y por eso pudo soportar hasta el final. Él sufrió persecuciones,
calumnias, falsas acusaciones y la cárcel por causa de la fe, pero no desmayó
porque su confianza estaba puesta en Dios, y no en las circunstancias ni en la
justicia de los hombres. Él iba mirando adelante, hacia la meta, a recibir la
corona de gloria. Pues, todos los trabajos y penalidades de la vida son
temporales; toda preocupación y angustia terminan aquí, pero aun así, el Señor
no nos deja solos en las dificultades de la vida diaria.
Las
personas que se cargan de angustia y demasiadas preocupaciones por problemas
sin solucionar; que piensan y piensan en un mismo asunto, sin encontrar salida,
se exponen a enfermedades coronarias, embolias y hasta infartos al corazón, o
pueden terminar con trastornos mentales, o caer en depresión y algunos hasta
ven el suicidio como la única salida a los conflictos, ya sean familiares,
laborales o económicos.
El
señor no quiere esto para nosotros sus hijos; él quiere que vivamos quieta y
sosegadamente, en paz y con gozo como personas redimidas, que pase lo que pase,
viven con la mirada puesta en Jesús el autor de nuestra salvación, y con la esperanza
de una patria mejor, la celestial.
Cuando
en la cruz del calvario, el hombre que estaba crucificado al lado de Jesús le
dijo: acuérdate de mí cuando estés en tu reino, Jesús le prometió llegar al
Paraíso, pero no le eliminó el sufrimiento de la cruz. La presencia tan cercana
a Jesús y su promesa de ir con él al Paraíso, lo llenó de esperanza y lo llevó
a poner la mirada, ya no en el sufrimiento de la cruz, sino en la salvación que
acababa de recibir. Dice la Palabra, que mientras el otro hombre blasfemaba en
la cruz, este sufría pero con esperanza de vida eterna. Vemos dos situaciones
iguales, pero con actitud diferente.
Como
ya lo dijimos, en esto radica la diferencia entre la vida del hombre alejado de
Dios, y la vida del creyente. Mientras en la vida sin Dios, el hombre está solo
en sus luchas, el creyente tiene toda su confianza puesta en el Señor y vive en
sus promesas. Por eso, enfrentando los mismos problemas o similares, tiene paz;
se siete seguro y confiado porque tiene las promesas de ayuda poderosa de parte
de Dios. Vive por la fe.
Cuando
le entregamos a Dios el control de nuestras circunstancias, él se encarga de
todas nuestra añadiduras: nos abre puertas que para otros no existen o están
cerradas; nos puede sanar de la enfermedad, provee trabajo y sustento, etc.
Nos
guarda de las preocupaciones dañinas: la desesperación no está con nosotros, ni
el temor ni el miedo. Dios guarda nuestra mente de pensamientos tenebrosos
durante la noche para que no nos perturben el sueño y podamos descansar
adecuadamente, él guarda también nuestro corazón de temores y de toda angustia.
En
general, el creyente tiene una actitud totalmente distinta ante los problemas
que son comunes a todos los humanos, sabiendo que tenemos quien se encargue de
ellos.
El
creyente acude al Señor en oración y súplica confiado teniendo estas promesas: Fil.4:6-7
“Por nada estéis afanosos, sino sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con
acción de gracias.
Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús.”
Jos.
1:5 “Nadie te podrá hacer frente en todos
los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni
te desampararé.” Es la promesa de Dios para los que le aman y le sirven.
Jos.
1:7 “Solamente esfuérzate y sé muy
valiente,…” Dios se hace cargo del creyente que le ama y le sirve, pero le
pide también que sea valiente y esforzado, no un holgazán. Algunos creen que
vivir en la fe, es no hacer nada y dejárselo todo a Dios. No. Dios sólo actúa
en lo imposible; lo posible le toca a usted. Use sus capacidades y todos los
recursos que él le da, esfuércese y sea valiente para encarar o enfrentar los
retos que se le presenten diariamente, actuando siempre en el nombre del Señor con
responsabilidad, pero dejándole a él los resultados finales, Jos. 1:9.
“Mira que te mando que te esfuerces y seas
valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en
dondequiera que vayas”.
Tampoco
debemos olvidar, que muchas veces nuestros pensamientos y planes, no son los de
Dios, ni Dios vive en el tiempo que
nosotros vivimos. Esto a veces es la causa de que muchos se desaniman y
dejan las cosas a mitad de camino y se impacientan; hoy están arriba y mañana
están abajo en la fe, como las olas.
Hay
que confiar todo el tiempo, en oración y acción de gracias. Cuando en una
situación así, no se ve la respuesta y entra el desánimo, busque fortaleza en la
oración y la lectura de la Palabra, apóyese en las promesas del Señor y pida
revelación. Ore con la Palabra recordándole a Dios las promesas, él es fiel. Si
el Señor lo prometió, créale, él lo hará. Espere. Alguna cosa él va a hacer,
quizás, no lo que usted quiere, cuando y como usted lo quiere, pero en todo
caso será lo mejor para usted, desde el punto de vista de Dios, del propósito
que él tiene para su vida.
Un
padre o una madre, no le da el cuchillo al niño de dos años para que juegue por
mucho que llore y se revuelque.
Recuerde:
ahora Dios tiene el control de todas las cosas que usted le ha cedido y
entregado, déjelo actuar.
A
Josué Dios le entregó continuar con la misión de Moisés; era una misión
compleja y difícil, y seguramente esto lo tenía muy preocupado, pero Dios lo
llama y le dice que se arme de valor; que ponga todo su empeño y esfuerzo, que
él no lo va a dejar solo, se va a encargar de que todo le salga bien; lo va a
respaldar y a asistir a donde quiera que vaya.
Es
una promesa de respaldo y ayuda extendida sin límite de tiempo, ni lugar, ni
circunstancia. Jos. 1:5 “Nadie te podrá
hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré
contigo; no te dejaré, ni te desampararé.”
¡Tremendo
compromiso el de Dios con Josué! ¡Ese es nuestro Dios! Josué hizo conforme el
Señor le mandó y le obedeció en todo, nunca se apartó de sus mandamientos ni su
ley; esa fue la única exigencia que Dios le hizo para mantenerle la promesa.
Jos.
1:7 “Solamente
esfuérzate y sé muy valiente,…no te apartes de la ley ni a diestra ni a
siniestra, para que seas prosperado en
todas las cosas que emprendas. Jos 1:8
Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de
noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él
está escrito; porque entonces harás
prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.”
En
la obediencia irrestricta a Dios, radica la victoria. En la obediencia en fe.
Prosperar,
aquí equivale a avanzar seguro con éxito en la misión, a ir por buen camino
acertadamente, con sabiduría hasta el final, logrando y alcanzando el objetivo
que nos habíamos propuesto.
Como
conclusión, si somos personas redimidas que vivimos en fe, le creemos a Dios. Vivimos
en sus promesas confiando en él.
En
los momentos difíciles de duda o de desánimo, busquemos la fuerza y el consuelo
en la oración y en su Palabra, y una vez obtenida la victoria, demos siempre
gracias a Dios.
Fil.4:6-7
“Por nada estéis afanosos, sino sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con
acción de gracias.
Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús.” Amén.
Que
el Señor les siga bendiciendo.
Orfilia Miranda Londoño