Mat. 16;13-24
Jesús ya
casi termina el tiempo de su ministerio y se aproxima el fin de su misión que
culminaría con su sacrificio en la cruz.
Mientras
tanto, su fama se ha regado por todas partes y en todo lugar se habla de él,
unos a favor, y otros en contra, generando confusión entre la gente que lo
escucha: desconcierto en unos y esperanza en otros, pero también mucha
incredulidad y rechazo por parte de los
Escribas y Fariseos, que eran los principales enemigos de Jesús, porque los
confrontaba con la Palabra. Ya hasta se hablaba de planes para matarlo.
Después
de atender a la multitud, Jesús se aparta un poco con sus discípulos para
hablar con ellos.
Ya es
tiempo de que sus discípulos sepan y entiendan claramente, quien es él y cuál
es su misión en la tierra.
Entre sus
seguidores hay sentimientos y actitudes diversas: unos lo admiran, lo elogian,
se maravillan de sus palabras, algunos lo adoran y otros lo siguen para criticarlo.
¿Pero qué sabe la gente de él? ¿Saben quién es él?
Lo han
visto convertir agua en vino, multiplicar panes y peces, levantar paralíticos,
dar vista a ciegos, sanar toda clase de enfermedad incurable, expulsar demonios,
perdonar los pecados y resucitar muertos.
Pero lo
que más los desconcierta es la sabiduría y la autoridad con que habla, que
hasta la tempestad le obedece. ¿Será este el Mesías prometido? ¿Será un
profeta? Nadie lo sabe, pero por el momento le llaman “El Maestro” o
Señor.
Con todo
este panorama de dudas, Jesús quiere asegurarse de que sus discípulos no estén
confundidos y tengan claridad acerca de él. Entonces les hace dos preguntas:
Primero, qué se oye decir entre
la multitud sobre él.
Segundo, quien creen ustedes
que soy yo. Lo que diga y piense la multitud, por ahora no es tan importante; ahora
quiere escuchar qué piensan, qué dicen sus cercanos, sus íntimos amigos y
discípulos. Mat. 16:13-16:
“…, preguntó a sus discípulos, diciendo:
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? 14 Ellos dijeron: Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
15 Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo? 16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente.”
La
respuesta de Pedro fue inmediata, sin elaborarla ni pensarla, casi irreflexiva,
podríamos decir que apresurada; porque cuando el Espíritu Santo nos inspira,
viene de Él, no de nuestro raciocinio. “Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Aquí no hay ninguna sombra de
duda en su respuesta, que también era la del grupo.
Al
escuchar Jesús la respuesta de Pedro, lo confirma y lo elogia por la revelación
divina que acaba de confesar y le da un nuevo nombre, una nueva identidad, al
mismo tiempo que le hace un anticipo de la responsabilidad y autoridad que les
serán conferidas como seguidores de Cristo.
17 “…Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”
Quedando
ya claros en esto, Jesús quiere que quede en secreto todavía para la demás
gente.
V 20 “Entonces mandó a sus discípulos que a nadie
dijesen que él era Jesús el Cristo.”
La
presencia del Hijo de Dios en la tierra ya había sido revelada; el tiempo de la
REDENCIÓN había llegado.
Pero a pesar de haber sido anunciado desde tiempos antiguos
por los profetas, y haber tanto anhelo por la salvación tan esperada, Cristo
vino y habitó entre el pueblo escogido pero no lo reconocieron ni le recibieron.
Jn.1:11 “A lo suyo vino,
y los suyos no le recibieron.”
La
confianza entre Jesús y sus discípulos crece:
V 21 “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a
sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los
ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar
al tercer día.”
Desde
aquel día que Jesús tuvo esta charla con sus discípulos, estando ya claros de
quien era él, Jesús hablaba más a menudo y más claro con ellos. Quería
prepararlos para su muerte.
Todo este
tiempo andando con el Maestro, hablando y comiendo juntos; viendo todo lo que
él hacía y oyendo sus largos mensajes sobre el reino de Dios, ya debían estar
más preparados y era tiempo de que supieran todas las cosas.
Les habló
de su muerte y de lo que tenía que padecer en Jerusalén, aunque ellos todavía
no le entendieron bien, a juzgar por la respuesta de Pedro, en Mat. 16:22.
La
presencia permanente de Jesús en nuestra vida es la que nos transforma y nos
hace crecer en la gracia y el conocimiento de él; el diálogo constante con él
en la oración privada nos permite recibir la revelación de los planes que él tiene
para nosotros, así como su santa voluntad.
Sin
intimidad con él, vamos a estar divagando inseguros, con una fe inmadura
respecto de quien es Jesucristo y qué vino a hacer por nosotros. Dios no habla
en el rudo y la distracción. Dios te habla en medio de la meditación y la
contemplación. Cuando hay mucho ruido que exalta las emociones y muchas voces, fácilmente
nos podemos confundir: creer que el Señor habló cuando no ha hablado.
V 14
Ellos dijeron: Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
Los Escribas
y Fariseos eran profundos estudiosos de las Escrituras y no reconocieron a Jesús.
El mucho
estudio y el mucho conocimiento sin la Sabiduría de Dios, es vano de nada
sirve, nos infla la cabeza pero no llena el corazón, nos convierte en religiosos
intelectuales nada más.
Hoy, al
igual que en aquel tiempo, muchos, aún que se dicen creyentes, tienen ideas
falsas de Jesucristo y su salvación: algunos dan más importancia a las imágenes, otros es el dinero, el
futbol, la TV, el celular o el Facebook….Para los creyentes hoy podría surgir también
la pregunta: ¿Quién es Jesucristo realmente….?
Muchos
predicadores modernos y también grandes estudiosos de las Escrituras, evitan hablar
de la cruz de Cristo, de su salvación, del pecado y el infierno, de la
necesidad del arrepentimiento, de la misericordia y la justicia de Dios. Ignorando
que si Dios no escatimó a su propio Hijo y lo envió a morir por nosotros, es
porque nuestra situación espiritual es extremadamente grave.
Se está
perdiendo el tiempo precioso de la gracia, la oportunidad que tienen muchos de
salvarse todavía si se les predicara el verdadero evangelio de la salvación.
Es más
fácil hablar de las riquezas, la prosperidad material, de sembrar para cosechar
el doble, de la “súper fe”, y de todo aquello que te establezca bien aquí sin
sufrimiento, enfermedad ni muerte.
Estos
están siendo “estorbo” a muchos, para que se acerquen a Jesucristo, le conozcan
como Señor y se arrepientan de sus pecados y reciban la salvación.
Estos
predicadores han puesto la mirada es en las cosas de la tierra y no en las del
cielo; en las temporales y no en las eternas.
Mat 16:23
“Pero él, volviéndose, dijo a Pedro:
!Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira
en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.”
Cualquiera
que quiera seguir a Cristo con fidelidad, independientemente si es rico o
pobre, tiene que desprender el corazón del exagerado gusto por los placeres, la
codicia y la vana gloria de la vida y aferrarse a las cosas del cielo.
Después
de esta reflexión, ¿quién dice usted que es Jesucristo?
Si no
tenemos un concepto claro de quien es JESUCRISTO, no podremos valorar su
presencia ni la salvación en su plenitud.
15 “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?16
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
“Señor, Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo que vino a
salvarme.”
Te recibo como mi SEÑOR y Salvador y te entrego mi vida.
Amén.
Orfilia Miranda Londoño