Texto: Jn. 3:1-15
¿Quién era Nicodemo?
Nicodemo era un fariseo
destacado y miembro del sanedrín, la
principal entidad gubernamental de los judíos, “un principal entre los judíos”,
que en algún momento llegó a creer en Jesús y arriesgó su reputación y su
propia vida al colaborar para que Jesús tuviera una sepultura digna. Jn. 19, 39.
¿Quiénes eran los fariseos?
Los fariseos eran una secta
judía no muy numerosa, legalista y conocida por su rigidez y apego al cumplimiento
de los más mínimos detalles de las ceremonias ordenadas en la ley. Su nombre
significa “los apartados”. Se dedicaban al estudio minucioso de la ley y a
hacer que se cumpliera cabalmente, aun cometiendo injusticia. Por esta causa, los
encuentros de Jesús con los fariseos, siempre fueron conflictivos. El los
desaprobó porque usaban la tradición humana para anular las Escrituras y por su
manifiesta hipocresía.
Ellos se consideraban eruditos
o expertos en el conocimiento de la ley, y consideraban al resto de los
mortales como “ignorantes”; pero poco
escudriñaban las Escrituras en lo tocante a los tiempos y señales acerca de la
venida del Mesías el Salvador.
Ignoraban el significado de
las señales de los tiempos porque tenían ceguera espiritual. Por eso en otra
oportunidad Jesús los recriminó diciéndoles que eran “ciegos guiando a otros
ciegos”.
Nicodemo vino a Jesús de noche
Nicodemo sentía una simpatía
hacia Jesús y una inquietud por todo lo que escuchaba hablar de él, de las
cosas que Jesús decía y hacía; quería acercarse a él, pero tenía temor, pues, un encuentro público
con Jesús lo dejaría muy mal con sus colegas fariseos y perdería la buena
reputación que tenía entre ellos; por eso vino a Jesús de noche.
Nicodemo aunque estudiaba las
Escrituras, no tenía idea de quién era Jesús, pero sí estaba seguro de una sola
cosa: este hombre tenía que haber venido de Dios para hablar con tanta sabiduría
y actuar con ese poder. Esto no es de alguien terrenal:
Jn. 3:2 “Este vino a Jesús de noche, y le
dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede
hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.”
En ningún momento se le
ocurrió pensar en relacionarlo con el Mesías prometido.
La ceguera espiritual de los
fariseos no les había permitido entender las Escrituras; no habían entendido
los repetidos anuncios de los profetas que tanto anunciaron al Mesías. Es así que cuando llegó el Mesías no lo
reconocieron. En eso eran completamente ignorantes y ciegos.
No habían entendido nada
acerca de la misión de Jesús ni del Espíritu Santo. Eran tan instruidos, y no
entendían las palabras de Jesús, las parábolas, ni lo reconocieron como el Hijo
de Dios, ni reconocieron los tiempos.
Todo estaba delante de sus
ojos pero ellos no lo veían ni lo entendían. Se quedaron solo con la ley, con
el “legalismo”, con lo religioso e ignoraron las palabras de los profetas sobre
este acontecimiento tan importante como era la venida del Mesías el Salvador
tan esperado por todos.
Los creyentes hoy debemos
estar atentos sobre qué clase de conocimiento es el que tenemos de Dios el
Padre, de Jesús el Salvador, del Espíritu Santo en la vida de los creyentes.
Como los fariseos, podemos
caer en una rutina de religiosidad nada más, sin hacer una entrega y
consagración genuinas al Señor.
Como los fariseos, podemos
llenarnos de conocimiento, saber muchos versículos bíblicos de memoria, y hasta
tener profundos estudios teológicos pero no tener una experiencia real con
Jesús.
Finalmente, podemos caer en el
emocionalismo, y hasta hacer la oración de fe y creer que hemos nacido de nuevo
y no ser así, porque aún no hemos nacido del Espíritu y del lavamiento del
pecado por el arrepentimiento de nuestros pecados.
Podemos estar creyendo que ya
somos salvos, cuando en realidad esa aparente entrega fue solo una emoción, y
las emociones pasan rápido y quedamos vacíos, viviendo una religiosidad y en la
misma vida carnal.
Podemos estar ciegos y tener
el entendimiento tan cerrado a la revelación de la Palabra, y aceptar cualquier
doctrina liviana o herética que no nos va a transformar ni a producir
crecimiento sino confusión; porque si no tenemos al Espíritu Santo, él es el
que nos da el discernimiento para saber diferenciar el bien y el mal.
Es el Espíritu Santo el que
nos santifica, nos transforma, nos anima, nos consuela y nos revela la Palabra
del Señor.
Nicodemo no soportó las dudas
acerca de Jesús, y decidió venir a él de noche.
Como Nicodemo, vengamos a
Jesús y pidámosle que se revele a nosotros; que quite la venda de nuestros ojos
para que le podamos ver.
Y si no hemos recibido a Jesús
todavía, aceptémoslo como El Salvador
personal y el Señor de nuestras vidas.
Y los que ya le hemos recibido,
renovemos nuestra entrega y consagración a él, y salgamos de la indiferencia,
mediocridad y religiosidad.
No tengamos miedo ni temor, y
mucho menos vergüenza de que nuestros compañeros de trabajo, amigos y
familiares no creyentes, sepan que amamos y seguimos a Cristo.
Amado lector: no importa
cuánto tiempo tenga usted viniendo a una iglesia, o tal vez no asista a ninguna:
-¿Sabe usted quién es Jesús?
-¿Ya le recibió como su SEÑOR
y Salvador personal, invitándole a entrar en su corazón?
-Según Jn.3:5, ¿usted ha
nacido de nuevo, del agua y del Espíritu?
¿Siente que su mente está
siendo renovada por la Palabra de Dios?
Les dejo con esta reflexión,
Dios les bendiga.
Orfilia Miranda Londoño