domingo, 20 de abril de 2014

¡El Señor resucitó, Aleluya!

Texto: Juan 20:1-17
“El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro…”

Si examinamos cuidadosamente el relato de los cuatro evangelios, encontramos que difieren en los detalles, pero todos coinciden en el hecho más importante de la historia de la salvación: la resurrección de Jesús.

En este texto vemos a María Magdalena que va muy de mañana al sepulcro el día domingo, que ya es el tercer día, para terminar de ungir el cuerpo de Jesús.

En las costumbres judías, los rituales funerarios eran muy meticulosos al preparar los cadáveres para su entierro. Este trabajo era realizado por los familiares y amigos del difunto, que bañaban el cuerpo y lo impregnaban con especias aromáticas y mucho aceite y lo envolvían en telas para su sepultura. Juan 19:39-40. 
La Ley de Moisés prohibía a los judíos hacer preparativos funerarios en sábado por ser el día de reposo, y además, coincidía con la celebración de la Pascua de los judíos. El reposo empezaba a las seis de la tarde del día viernes. Y Jesús murió tres horas antes de que comenzara el reposo del sábado; por esta razón, José de Arimatea y las personas que le ayudaron, lo tuvieron que enterrar muy rápido sin preparar bien el cuerpo a la costumbre, Lucas 23:50-56.
Esto explica el que, pasado el día de reposo (el sábado), algunas mujeres discípulas de Jesús madrugaran el domingo a la tumba a terminar el proceso. Marcos 16:1; Lucas 24:1.

Como vemos, María iba con los ingredientes a buscar el cadáver de Jesús, al que había muerto, no a Jesús vivo y resucitado. En  ningún momento, ella pensó ni se acordó que él había dicho que después de tres días resucitaría. Al no encontrar el muerto, corre a dar aviso a Pedro y a Juan para que ellos le ayuden a investigar a dónde lo han llevado. La tristeza de María, ahora es mayor y hay gran angustia en su corazón, pues, se ha perdido el cadáver del Maestro.
Mientras los discípulos entran a la tumba a corroborar la noticia, ella afuera, llora desconsolada, “Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.” V. 9.

Aunque María está viendo a los ángeles que le preguntan por qué llora y ve a Jesús junto a ella, pero por alguna razón, que la biblia no menciona, ella tiene cerrado el entendimiento y ceguera espiritual. Aun viendo y oyendo no comprende nada. Tiene una idea fija: ¡No está, el cuerpo del Maestro!
A la voz de Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella todavía cree que es el jardinero y sigue sin reconocerle, rogándole que le diga por favor a donde lo han llevado; es cuando Jesús la llama por su nombre: ¡María! En ese momento se abren sus ojos y su entendimiento y ella lo reconoce y exclama: ¡Raboni! ¡Maestro!
La presencia de Jesús, la llena de gozo y desaparece toda tristeza de su corazón. Ella amaba mucho al Maestro y quiso abrazarle, como si no quisiera perderlo otra vez.

Cuando Cristo viene a nuestra vida, él despeja toda sombra y toda oscuridad; él quita toda tristeza y nuestros ojos y nuestro entendimiento se abren y nace un deseo profundo de que él permanezca en nuestras vidas.
No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.V. 17. Estas palabras tienen un significado muy grande para nosotros y dan una idea de la magnitud y el alcance de la salvación dada por el sacrificio de Jesús en la cruz.
Todos los que creemos y recibimos a Jesús, pasamos de siervos o amigos, a ser hermanos de Cristo, hijos del mismo Padre, nuestro Padre y nuestro Dios.
Con estas palabras Jesús deja entre ver que primero tiene que subir al Padre, ascender al cielo para ser glorificado.
Él había renunciado a todas sus prerrogativas, como Dios, Filipenses 2:6-8, “…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

Cristo, al cumplir la misión redentora en el mundo a favor de los hombres, subió al Padre y fue exaltado y glorificado por él. Dios le dio todo poder y autoridad sobre todo principado; le dio un Nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla y toda lengua lo confiese como el SEÑOR, para la gloria y honra de Dios el Padre: Filipenses 2:9-11:
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”

Dios exaltó a Cristo “hasta lo sumo,” de la misma manera que él se humilló también hasta lo sumo.
Y quien no se somete en fe al Señorío de Jesús, no puede ser salvo. Quien no cree que Jesús murió y resucitó, no obtiene salvación en él. Solo somos justificados por la cruz de Cristo.
Quien no se humilla en arrepentimiento por sus pecados y cree en Cristo, tampoco participa de su salvación gloriosa.

Como María Magdalena, seamos sensibles a la voz de Jesús cuando nos llama por nuestro nombre.
Él nos llama muchas veces y de muchas maneras a caminar con él. El quiere que le seamos fieles en el amor y el servicio. El nos llama por nuestro nombre a una vida de santidad, de oración, apartándonos de todo aquello que nos pueda apartar de él. Pues, por amor, él nos compró con su sangre dando su vida por nosotros para que tengamos vida eterna. Jn. 3:16. Por amor a nosotros, él bebió la copa de ira que era para nosotros y nos declaró inocentes y libres de toda culpa delante del Padre. Nos hizo hijos de Dios y herederos de su reino.

Los creyentes, en vez de criticar a otros por sus celebraciones de semana santa, preocupémonos más por vivir, no una semana santa, sino toda una vida santa, conscientes de lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz del calvario, vivamos en permanente alabanza y acción de gracias por la salvación que nos fue dada sin merecerla.
Desde la resurrección de Jesús, los creyentes se reúnen el primer día de la semana para celebrar y recordar la resurrección del Señor, Hc.20:7. Al domingo también se le llama “día del Señor.” ¡Es el día de la VICTORIA de Cristo! Por eso los cristianos ya no celebran el día de reposo el sábado.

En Jesús todas las cosas son hechas nuevas. 2ª Cor.5:17 “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
 Jesucristo nos ha reconciliado con el Padre por su sacrificio y muerte en la cruz, suprimiendo así el grande abismo que separaba a los hombres de Dios por el pecado.
2 Cor.5:18 “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;”

TESTIGOS Y EVIDENCIAS DE LA RESURRECCIÓN:

La resurrección de Jesús en sí, no tiene testigos; nadie vio a Jesús levantarse y salir de la tumba; pero son muchas las evidencias de ella que la comprueban:
*El testimonio de los ángeles a las MUJERES. Lucas 24:4-6 “Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes;
y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.”
*El sepulcro vacío y las vendas y el sudario.
*Los cuatro evangelistas coinciden en el testimonio.
*Los soldados, los sacerdotes y las autoridades romanas lo  reconocen, y pagan para mantenerlo en secreto.
Este es el primer paso para el reconocimiento de la Resurrección; Juan 20:18 dice:
Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó."
*Las apariciones de Jesús resucitado en persona, finalmente son las que confirman la resurrección del Señor.
En ellas está la base firme para sustentar el argumento que afirma la resurrección: Cristo no se apareció en visiones. Sus apariciones fueron a muchas personas, en distintos lugares, fueron hechos reales, objetivos, históricos. Los relatos de los últimos capítulos de los evangelios, confirman su presencia real y física; Jesús come con ellos, camina con ellos, se deja tocar y habla con ellos. Finalmente les da las últimas instrucciones y lo ven ascender al cielo.
Todos estos hechos están consignados en los evangelios y constituyen la base sólida de la fe en la Resurrección de JESUCRISTO. Él está vivo y un día volverá en gloria y majestad, y todos le veremos. Amén.

¡¡¡Aleluya, Jesús resucitó, Aleluya!!!

  Orfilia Miranda L.







lunes, 7 de abril de 2014

QUÉ ES LA IGLESIA



A esta pregunta podríamos dar varias respuestas:

*La iglesia es la hermandad, la comunidad de creyentes o grupo de personas que han hecho su elección por Cristo.
*La iglesia es la congregación de creyentes bautizados que forman el cuerpo de Cristo.
*La iglesia es la asamblea de los creyentes en Cristo.

Cualquiera de las tres respuestas la podemos tomar como acertada, puesto que se refieren al pueblo de Dios, a los que por la fe han creído en Jesucristo para salvación. Sin embargo, mucha gente todavía, piensa en la iglesia como el edificio de reunión. Esta no es la definición bíblica de la iglesia del Señor.

Iglesia viene de la palabra griega “Ekklesia” que significa “una asamblea.” La raíz del significado de la palabra “iglesia” no es un edificio, sino las personas, en este caso, los convertidos congregados.
Sin embargo, cuando le preguntamos a la gente a cuál iglesia asisten, normalmente responden dando el nombre de la denominación: Metodista, Bautista, Pentecostal…o dando el nombre del edificio de tal lugar. Casi siempre se refieren  a la denominación o al edificio. Cuando en Romanos 16:5 Pablo dice, “Saludad también a la iglesia de su casa....” Se está refiriendo a la iglesia que se reúne “en su casa,” - no al edificio, sino al grupo de los creyentes.

La iglesia también es el cuerpo de Cristo. Efesios 1:22-23 dice, “Y sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” El Cuerpo de Cristo está formado por todos los creyentes desde el tiempo de Pentecostés (Hechos 2) hasta que la iglesia sea levantada en el Arrebatamiento.

La iglesia de Cristo la podemos ver desde dos dimensiones: Universal y local.

La iglesia universal la componen todos los que han creído y son bautizados, viven bajo el SEÑORÍO de Jesucristo y tienen una relación personal con él en todo el mundo: 1ª Corintios 12:13-14, “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.” Así que, cualquiera que ponga su fe en Jesucristo y se someta a su Señorío, es miembro del Cuerpo de Cristo, así viva en otro continente. Por lo tanto, la iglesia de Dios, fundada por Jesucristo, no es un edificio material o una denominación.
La iglesia universal de Dios, está formada por todos los creyentes en todos los lugares del mundo que han recibido la salvación por la fe en Jesucristo y el llamado a la santidad. 1ª Cor. 1:2 “A la iglesia de Dios que está en Corinto, santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, y á todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar, Señor de ellos y nuestro.
La iglesia local: Es de la que habla Pablo en Gálatas 1:1-2, “Pablo, apóstol... y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia:” Aquí vemos que en la provincia de Galacia había varias iglesias, a estas es que llamamos iglesia local. Cada denominación en particular, llámese como se llame, no es LA IGLESIA; es una iglesia local.
En los Hechos encontramos que después de la dispersión, la iglesia se extendió rápidamente, formando varias pequeñas comunidades en muchos lugares, pero todas recibían la misma instrucción apostólica; vivían en mucha unidad y todo lo que describe aquí Pablo en 2ªCorintios 13:11-14: “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros. 12Saludaos unos a otros con ósculo santo. 13Todos los santos os saludan. 14La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.”
Citaremos algunas de estas iglesias: Romanos, Efesios, Gálatas, Corinto, Antioquía, Asia… y muchas otras. Esta red de pequeñas congregaciones o iglesias, forman la gran familia de los creyentes, el cuerpo de Cristo, LA IGLESIA UNIVERSAL. La verdadera iglesia de Jesucristo.

La iglesia entonces, no es el edificio ni la denominación. Bíblicamente,  la iglesia es el Cuerpo de Cristo; la congregación de los creyentes que han depositado su fe en Jesucristo para salvación. 1Co 12:12-13, “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. -Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”
No tiene sentido que haya tantas denominaciones y tantas divisiones hasta con distinto credo, dentro de la iglesia del Señor. No hablo aquí de la división de un grupo por grande, sino de la división por contienda o rebeldía. Debería de haber más unidad entre denominaciones, puesto que todas dicen seguir a Cristo. La iglesia de JESUCRISTO es una sola, así como el evangelio es uno solo.
Tristemente, hoy cualquiera abre una iglesia a su manera argumentando que está obedeciendo a un sueño o a una supuesta revelación y así el mundo se ha llenado de sectas que se apartan de la verdad.
Cristo antes de morir oró por la unidad de los creyentes, previendo que esto sucedería. Juan 17:20-21:
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, -para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
Este no ha sido un buen testimonio para los nuevos creyentes.
   
 La iglesia, Plan de Dios, como solución para el hombre.

Desde el principio, Dios tiene un plan maravilloso, un gran proyecto, un misterio que se va revelando en la historia: hacer de la humanidad -hombres y mujeres- una gran familia, que como hijos suyos vivieran en armonía entre sí y con toda la creación. Que como hermanos en Cristo e hijos de Dios, participáramos de su misma vida por la gracia del Espíritu Santo. Por esto Dios creó todo el universo a la perfección, como lo relata el Génesis 1.
Pero al entrar el pecado en el mundo, el plan de Dios parece quedar arruinando, y no es porque Dios no quiera cambiar esa situación, sino porque el hombre mismo así lo decidió.
En Génesis, capítulos 3 al 11, se nos narra todo el desastre que trajo el pecado: la muerte entra en el mundo y se da el primer asesinato; Caín mata a su hermano Abel, Gn. 4; la naturaleza se vuelve contra la humanidad y viene el diluvio, Gen 6-9; los hombres se dispersan por toda la tierra en la Torre de Babel, Gen 11. La humanidad rebelada contra Dios, quiere vivir según su propio proyecto de vida apartados de Dios.
Pero Dios quiere, a pesar de todo, llevar adelante su plan; y para cumplirlo, en su soberanía, llama a un hombre y lo constituye por padre de un pueblo; este hombre de nombre Abram, tiene la misión de llevar adelante el plan de Dios. Así que, después de esa etapa oscura y triste de la historia, en Abram empieza una etapa nueva de luz y de esperanza:
Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. -Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. -Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.” Gen 12, 1-3.

Abram creyó y obedeció a Dios; dejó su tierra y se fue a un país desconocido con su esposa, sin saber a dónde iba. Y Dios constituyó a Abraham, cabeza de un nuevo pueblo, el pueblo de Israel, y el padre de todos los creyentes.
En Abraham se personifican todos aquellos que dejan todo y obedecen a Dios; dejan atrás el mundo de muerte, de odios y división y caminan hacia Cristo a una tierra nueva de esperanza de vida eterna.
Con Abraham comienza una historia de bendición para la humanidad. El plan de Dios sigue en marcha y con él se inicia una era de fe en Dios, de vida y de comunión con él.

 De este pueblo escogido es que viene más tarde, en el tiempo de Dios, Jesucristo el Salvador. Y Cristo es quien funda la iglesia para que en ella, hombres y mujeres vuelvan a vivir en comunión con él y los demás creyentes.
Muchos dicen que la iglesia nació el día de Pentecostés, otros dicen que fue antes, pero mientras los estudiosos de la biblia se ponen de acuerdo, veamos estos detalles:
En Mat 16:18, Jesús hace la primera referencia al proyecto de fundar la iglesia. “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Es Cristo la Roca sobre la cual se establecerá y se edificará la iglesia. Claramente lo dice en tiempo futuro.
Luego en Mat 18:17, “Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.” Aquí Jesús está dando instrucciones sobre la disciplina en la iglesia que ya está establecida, y de la cual, él mismo es la cabeza. Col.1:18 “…y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia,…
Lo que sigue de allí ya es la Redención, el lavamiento y purificación con su sangre en la cruz, y la venida del Espíritu Santo que le dará poder y la regalará con sus dones.

Durante los tres años de su ministerio, Jesús anuncia el mensaje de salvación con grandes señales que dicen que él es el Hijo de Dios, y capacita a doce hombres y los prepara, para dejarlos al frente de la iglesia recién establecida, para que cuando él se vaya continúen la obra evangelizadora empezada por él. Y aunque uno desertó del grupo y lo traicionó, porque así debía de cumplirse, los once, después que recibieron el poder del Espíritu Santo, es como si se hubieran multiplicado y llevaron el mensaje del evangelio a todas partes.
Después de Pentecostés, Jesús ya está sentado a la diestra de Dios el Padre, pero el Espíritu Santo está a cargo de la iglesia, en el corazón de cada creyente dándole poder a la Palabra que se anunciaba.
A la predicación de los hermanos que vinieron de Chipre y de Cirene a Antioquía, mucha gente creía y la iglesia crecía rápidamente, aumentando el número de los creyentes. Dice la Palabra que la noticia de todo esto que estaba sucediendo en Antioquía llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén y les enviaron refuerzos para ayudarlos. Hechos 11:20-22.
En estos relatos de los Hechos, vemos que la iglesia se movía por todos lados, no era estática, y su única misión era llevar el anuncio del evangelio, caminando muchas horas y días para alcanzar a muchos  con el anuncio evangélico.
La Palabra de Dios no dice que los discípulos al ver a tanta gente convertida, hubieran parado la evangelización y se pusieran a construir enormes templos. Los grupos eclesiales se reunían en casas, en aposentos altos (salones) y sinagogas donde les permitían. El lugar era lo de menos, la mayoría de las iglesias se reunían en casas y por eso había iglesias por todas partes. Col. 4:15 “Saludad a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia que está en su casa

La iglesia como pueblo de Dios, debe ser muy celosa en guardar la Palabra de VERDAD, el mensaje de Cristo. Pues, desde los primeros años de la iglesia, muchos ya estaban cambiando y pervirtiendo la doctrina. Unos lo hacían por ignorancia, pero otros lo hacían maliciosamente. De allí la imperiosa necesidad que tenían los apóstoles de escribir cartas a las iglesias en varios lugares, con principios doctrinales claros para los creyentes que estaban en formación y para todas las iglesias en general, dada la dificultad que tenían para visitarlas con frecuencia y discipularlas. 1Tim.3:14-16
Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, 15para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad. 16E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria”.
Este texto de la 1ª carta a Timoteo es una muestra de esa preocupación apostólica por mantener la sana doctrina en la iglesia. Ella contiene un resumen de ciertas verdades que tienen que estar bien claras y fundamentadas en los creyente acerca de la persona de Cristo.

En conclusión: La iglesia del Señor, son todos aquellos hombres y mujeres que creen en Cristo y comparten la misma fe de la salvación.
La iglesia puede ser local o universal, es decir, en el lugar donde vivo o en todo el mundo donde se encuentren creyentes en Cristo.
La iglesia es: “…un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5un Señor, una fe, un bautismo, 6un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.” Efesios 4:4-6. Amén.
Bendiciones a todos.

Orfilia Miranda Londoño.

“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

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