sábado, 27 de abril de 2013

La gloria de Jesús



La gloria de Jesús

Ven y subamos al “monte” con el Señor y contemplemos su gloria.
Se aproxima el fin de su misión y Jesús empieza a “retirarse” un poco del ministerio público para pasar más tiempo con sus discípulos, para hablar con ellos y prepararlos para lo que va a ocurrir dentro de muy poco tiempo en Jerusalén.

Les enseña sobre la necesidad de la oración, que en los momentos más difíciles de la vida y del ministerio es cuando hay que intensificar la oración si queremos salir victoriosos de cualquier situación y les da el ejemplo él mismo.

Sabiendo que el tiempo con sus discípulos está para terminar, Jesús quiere escuchar de boca de ellos, qué escuchan decir a la gente de él y viene esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.Mateo 16:13-14. Esto es lo que sus discípulos han escuchado decir a la gente de Jesús mientras ministraban.
Como podemos ver, había muchos rumores sobre él y Jesús no quería que los doce discípulos tuvieran la misma opinión de la multitud, sino más bien una convicción personal de quién era él. Entonces viene aquí otra pregunta más directa de Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” v 15, Jesús quería escucharlos a ellos, y es cuando Pedro se adelanta y responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” V 16. “Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” V 17.
Esa respuesta no deja lugar a ninguna duda en Pedro, “Tu eres el Hijo del Dios viviente.” Pedro acaba de confesar por revelación divina que sólo hay un Dios: El Dios vivo y verdadero, el Dios eterno.
Jesús quería que su confesión fuera una experiencia espiritual con el Padre.
Hasta hoy, Jesús, nunca antes había revelado completamente su identidad a sus discípulos, pero Dios había abierto los ojos de Pedro en este momento al completo significado de esta declaración de fe, quedando así revelado quien era Jesús en relación con el Padre.
Pedro no habló producto del conocimiento humano, sino por revelación divina. Y habiendo aclarado su confesión de fe, ahora los discípulos podrían entender mejor toda la información que iban a recibir, acerca del sufrimiento y la muerte de Cristo que está próxima a suceder. Pero aún así, el anuncio sobre su muerte es tan fuerte, que Pedro confundido se opone y le dice al Maestro que no vaya a Jerusalén, Mt. 16:21-23, por lo que Jesús tuvo que reprender a Pedro y explicarle a los doce el significado de la cruz.
Saber ya que su amado Maestro, va a morir, le da un vuelco totalmente distinto a la relación de sus discípulos con Jesús; el ánimo de ellos se vuelve sombrío y Jesús pasa más tiempo a solas con ellos dándoles instrucciones en privado.

Una semana después, vuelven a estar animados cuando tuvieron la experiencia maravillosa de poder contemplar por un momento la gloria de Jesús en el monte:
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;  
y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.
Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.”  Mateo 17:1-5.

Allí en el monte de la transfiguración, los tres discípulos escogidos vieron la gloria de Jesús y entendieron que el sufrimiento lleva a la gloria; este mensaje Pedro lo recalca más adelante en su primera epístola. 1ª Ped. 1:6-8.

Moisés representa la ley y Elías los profetas; y ambos se cumplieron en Jesucristo. Hebreos 1:1-3. La palabra “partida” en Lucas 9:31, se refiere a la culminación total del ministerio del Señor Jesucristo en Jerusalén: su muerte, su resurrección y ascensión a los cielos.

Como Moisés condujo al pueblo judío de la esclavitud de Egipto, hacia la libertad en la tierra prometida, así Jesús guía a los pecadores que creen en él a la libertad de la esclavitud del pecado y a la salvación eterna.

Pedro al ver a Jesús en el resplandor de su gloria, se entusiasmó y quería perpetuar ese momento glorioso, pero el Padre le interrumpe su discurso para recordarle que primero debe escuchar a Jesús: “Este es mi Hijo amado; a él escuchadle.”

Pedro aprendió de esta experiencia a confiar en la inmutable Palabra de Dios, 2ª Ped. 1:16-21, y a saber que el glorioso reino de Dios vendrá a pesar de todo lo que los hombres puedan hacer para desvirtuar su santa Palabra. 2ª Ped. 3.

El creyente tiene que tener una clara visión de la gloria del Señor por cuatro razones:

1-La gloria de Cristo nos debe desalentar el interés por la gloria del mundo, ya que la gloria de su obra redentora, debe ser la meta de cada uno de nosotros los creyentes. 1ª Ped. 2:21. Esto es, gloriarnos solamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Gál. 6:14.

2-Teniendo esta clara noción de “Su Gloria,” nos motiva a ser “santos” en conducta recta ante Dios y los hombres, es decir, en toda nuestra manera de vivir, 1ª Ped. 1:15.
 
3-Al ver la gloria de Cristo en el “monte”, entendemos que debemos oír y obedecer el mandamiento del Padre: “A El oíd” y así, en consecuencia, obedecer en todo al Señor, siendo “amados por el PadreJn. 14:21; morada del Padre y del Hijo, en el Espíritu Jn. 14:23.  
El amor a Cristo, solo se refleja en la medida de la obediencia de la Palabra o “mandato” del Padre Jn. 14:24, y de esta manera, al guardar su mandato y enseñanza, permanecemos en él, y somos bendecidos por su presencia permanente en nuestras vidas. Mt. 28:20.

4-Tenemos una promesa: Aún en medio de las pruebas, angustias y lágrimas, el Soberano, El Dios Altísimo, estará a nuestro lado librándonos de todo mal. Sal. 91:15.

No busquemos pues, en nada nuestra propia gloria; busquemos en todo dar gloria sólo a Aquel que nos sacó de las tinieblas a la luz admirable.
Jesús es el Señor de la gloria y es “nuestro Señor,” por tanto, recordemos siempre cuando estemos en pruebas y sufrimientos, que “reinaremos con Él” eternamente. 2ª Timoteo 2:12 y Ap. 5:10.
Mientras tanto, subamos ahora con El al “monte santo después de los seis días…” y en la quietud de su amor, experimentemos su presencia y veamos un anticipo del resplandor de su gloria. Dios les bendiga.
                                          Orfília Miranda L.

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