La
gloria de Jesús
Ven
y subamos al “monte” con el Señor y contemplemos su gloria.
Se
aproxima el fin de su misión y Jesús empieza a “retirarse” un poco del
ministerio público para pasar más tiempo con sus discípulos, para hablar con
ellos y prepararlos para lo que va a ocurrir dentro de muy poco tiempo en
Jerusalén.
Les
enseña sobre la necesidad de la oración, que en los momentos más difíciles de
la vida y del ministerio es cuando hay que intensificar la oración si queremos
salir victoriosos de cualquier situación y les da el ejemplo él mismo.
Sabiendo que el
tiempo con sus discípulos está para terminar, Jesús quiere escuchar de boca de
ellos, qué escuchan decir a la gente de él y viene esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista;
otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.” Mateo 16:13-14. Esto es lo que
sus discípulos han escuchado decir a la gente de Jesús mientras ministraban.
Como podemos
ver, había muchos rumores sobre él y Jesús no quería que los doce discípulos tuvieran
la misma opinión de la multitud, sino más bien una convicción personal de quién
era él. Entonces viene aquí otra pregunta más directa de Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” v 15, Jesús quería escucharlos a ellos, y es cuando Pedro se
adelanta y responde: “Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios viviente.” V 16.
“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque
no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” V 17.
Esa respuesta no deja lugar a ninguna duda en Pedro, “Tu eres el Hijo del Dios viviente.”
Pedro acaba de confesar por revelación divina que sólo hay un Dios: El Dios vivo y verdadero,
el Dios eterno.
Jesús quería que su confesión fuera una
experiencia espiritual con el Padre.
Hasta hoy, Jesús, nunca antes había
revelado completamente su identidad a sus discípulos, pero Dios había abierto
los ojos de Pedro en este momento al completo significado de esta declaración
de fe, quedando así revelado quien era Jesús en relación con el Padre.
Pedro no habló producto del conocimiento
humano, sino por revelación divina. Y habiendo aclarado su confesión de fe,
ahora los discípulos podrían entender mejor toda la información que iban a
recibir, acerca del sufrimiento y la muerte de Cristo que está próxima a suceder.
Pero aún así, el anuncio sobre su muerte es tan fuerte, que Pedro confundido se
opone y le dice al Maestro que no vaya a Jerusalén, Mt. 16:21-23, por lo que Jesús tuvo que reprender a Pedro y explicarle
a los doce el significado de la cruz.
Saber ya que su amado Maestro, va a
morir, le da un vuelco totalmente distinto a la relación de sus discípulos con
Jesús; el ánimo de ellos se vuelve sombrío y Jesús pasa más tiempo a solas con
ellos dándoles instrucciones en privado.
Una semana
después, vuelven a estar animados cuando tuvieron la experiencia maravillosa de
poder contemplar por un momento la gloria de Jesús en el monte:
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a
Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su
rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando
con él.
Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para
nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para
ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió;
y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia; a él oíd.” Mateo
17:1-5.
Allí en el monte
de la transfiguración, los tres discípulos escogidos vieron la gloria de Jesús
y entendieron que el sufrimiento lleva a
la gloria; este mensaje Pedro lo recalca más adelante en su primera
epístola. 1ª Ped. 1:6-8.
Moisés representa la ley y Elías los profetas; y ambos se cumplieron en
Jesucristo. Hebreos 1:1-3. La
palabra “partida” en Lucas 9:31, se
refiere a la culminación total del ministerio del Señor Jesucristo en
Jerusalén: su muerte, su resurrección y ascensión a los cielos.
Como
Moisés condujo al pueblo judío de la esclavitud de Egipto, hacia la libertad en
la tierra prometida, así Jesús guía a los pecadores que creen en él a la
libertad de la esclavitud del pecado y a la salvación eterna.
Pedro
al ver a Jesús en el resplandor de su
gloria, se entusiasmó y quería perpetuar ese momento glorioso, pero el
Padre le interrumpe su discurso para recordarle que primero debe escuchar a
Jesús: “Este es mi Hijo amado; a él
escuchadle.”
Pedro
aprendió de esta experiencia a confiar en la inmutable Palabra de Dios, 2ª Ped. 1:16-21, y a saber que el
glorioso reino de Dios vendrá a pesar de todo lo que los hombres puedan hacer
para desvirtuar su santa Palabra. 2ª
Ped. 3.
El creyente tiene que tener
una clara visión de la gloria del Señor por cuatro razones:
1-La
gloria de Cristo nos debe desalentar el interés por la gloria del mundo, ya que
la gloria de su obra redentora, debe ser la meta de cada uno de nosotros los
creyentes. 1ª Ped. 2:21. Esto es,
gloriarnos solamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Gál. 6:14.
2-Teniendo
esta clara noción de “Su Gloria,” nos motiva a ser “santos” en conducta recta
ante Dios y los hombres, es decir, en
toda nuestra manera de vivir, 1ª
Ped. 1:15.
3-Al
ver la gloria de Cristo en el “monte”, entendemos que debemos oír y obedecer el
mandamiento del Padre: “A El oíd” y
así, en consecuencia, obedecer en todo al Señor, siendo “amados por el Padre” Jn.
14:21; “morada del Padre y del Hijo,
en el Espíritu” Jn. 14:23.
El
amor a Cristo, solo se refleja en la medida de la obediencia de la Palabra o
“mandato” del Padre Jn. 14:24, y de
esta manera, al guardar su mandato y enseñanza, permanecemos en él, y somos
bendecidos por su presencia permanente en nuestras vidas. Mt. 28:20.
4-Tenemos
una promesa: Aún en medio de las pruebas, angustias y lágrimas, el Soberano, El
Dios Altísimo, estará a nuestro lado librándonos de todo mal. Sal. 91:15.
No
busquemos pues, en nada nuestra propia gloria; busquemos en todo dar gloria sólo
a Aquel que nos sacó de las tinieblas a la luz admirable.
Jesús
es el Señor de la gloria y es “nuestro Señor,” por tanto, recordemos siempre
cuando estemos en pruebas y sufrimientos, que “reinaremos con Él” eternamente. 2ª Timoteo 2:12 y Ap. 5:10.
Mientras
tanto, subamos ahora con El al “monte santo después de los seis días…” y en la
quietud de su amor, experimentemos su presencia y veamos un anticipo del
resplandor de su gloria. Dios les bendiga.
Orfília Miranda L.
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