Muchos
creyentes se preguntan todavía: ¿cómo puedo saber cuál es la voluntad de Dios
para mi vida? Si yo conociera la voluntad de Dios me sería más fácil obedecerle
y agradarle.
Pues,
déjeme decirle que si abre la biblia y comienza a leer, de principio a fin,
usted encuentra claramente expresada la voluntad de Dios para los hombres.
“Pues la voluntad de Dios es vuestra
santificación;…Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación.
Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que
también nos dio su Espíritu Santo.” 1ª Tes. 4:3-8.
Santo, significa:
Apartado, Consagrado, Dedicado, Purificado, Separado para Dios, y todos estamos
llamados a ser santos como Dios es Santo.
“Seguid la paz con todos y la santidad, sin
la cual nadie verá al Señor.” Heb.12:14.
Ningún
pecador o inmundo podrá sostenerse delante de Dios, porque la santidad de Dios
es tan grande y tan perfecta que no es compatible con la maldad del hombre. Ni
siquiera a Moisés le fue permitido ver el rostro de Jehová directamente, “Porque no me verá hombre y vivirá,” dice
el Señor. Ex.33:20. De ahí que fue
necesaria una expiación perfecta por medio de una víctima santa y perfecta:
Cristo. Solo por medio de Él, el hombre puede ser purificado de sus pecados y
capacitado para entrar en la presencia santa de Dios. Dios ya no ve nuestras
maldades, sino que nos ve a través de la sangre misericordiosa y redentora del
Cordero inmaculado.
Is.35:8 dice: “Y habrá calzada y camino de santidad y
ningún inmundo pasará por el.” Efectivamente, es una exigencia caminar en
santidad para tener una vida victoriosa aquí, y para poder entrar a la vida
eterna.
Si
usted quiere presentarse delante de Dios, y ser grato delante de sus ojos,
purifíquese primero; pida perdón de sus pecados con sinceridad. Muchas veces
Dios no escucha nuestras oraciones porque salen de un corazón sucio lleno de
mentira, hipocresía, resentimientos y pensamientos sucios; a veces pretendemos
orar con un corazón lleno de envidia y de rencor o enojo. Muchas veces nuestros
ministerios no florecen ni crecen porque no nos hemos limpiado del pecado, no
hemos renunciado totalmente al pecado. Una cosa es ser de condición pecadora, y
otra muy distinta es no renunciar voluntariamente al pecado y a las ocasiones
de caer en el.
Josué
llama al pueblo y le pide santificarse para
poder caminar en la presencia de Jehová. “Y
Josué dijo al pueblo: santificaos porque Jehová hará mañana maravillas entre
nosotros.” Josué 3:5.
Con
toda seguridad el Señor hace maravillas en todo aquel que se acerca a él con un
corazón contrito y humillado. Dios no nos desprecia pero nos pide santidad
delante de él.
La
santidad, pues, es requisito indispensable
para presentar a Dios nuestros sacrificios de alabanza y adoración porque
Jehová es Santo.
Sal. 29:2 “Dad a Jehová la gloria debida a su nombre;
adorad a Jehová en la hermosura de la santidad.”
Miremos
por qué Dios no aceptó de buen agrado el sacrificio que Caín le ofreció y el de
Abel sí: porque el corazón de Caín estaba lleno de envidia, de odio y
resentimiento contra su hermano. La limpieza del corazón es necesaria para
alabar y adorar a Dios.
Así
mismo, para servirle con efectividad debemos vivir procurando esa santidad como
resultado de la obediencia.
Jesús
mismo, conociendo la debilidad humana y la presión que el mundo ejercería sobre
los creyentes, ora al Padre por nosotros, no para que nos saque del mundo, sino
para que nos preserve y nos ayude a vivir en santidad en medio de este sistema
de maldad y de oscuridad; pues los que somos de Cristo ya no pertenecemos al
mundo ni hacemos lo que el mundo nos ordena.
“No ruego que los quites del
mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” Jn.17:15-17.
El
verdadero cristiano no debe participar de las obras infructuosas de las
tinieblas porque la voluntad de Dios es que seamos santos como El es Santo. Es
necesario, pues, limpiarnos de toda contaminación de mundanidad agazapada y
vivir conforme a la palabra de Dios: 2ªCor.7:1
“Así que, amados,…limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios.” Y de esta manera afirmemos el carácter de verdaderos cristianos, con
un corazón decidido a seguir a Cristo con todas las implicaciones que conlleva:
oración, estudio de la palabra, testimonio de vida íntegra, honestidad y
rectitud en todo lo que hagamos, para que seamos luz en las tinieblas del mundo
y al final seamos hallados irreprensibles en santidad delante de Dios en el día
de Cristo. 1ªTes.3:13 “…para que sean afirmados vuestros corazones,
irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de
nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.”
Por
eso cuando usted llega a los pies de Cristo, debe comenzar un proceso de
santificación que durará toda la vida, porque fuimos llamados a ser santos para
formar la congregación de los santos en Cristo Jesús. 1ªCor.1:2 “…a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo…”
Ser
llamado a la salvación, es ser llamado a ser santo. Y ese llamamiento a la
santidad no es teórico; la santidad se tiene que ver reflejada en todos los
estados de nuestra vida. Es un cambio radical, de hombre viejo a hombre nuevo;
de mujer vieja a mujer nueva; y no se refiere al cuerpo físico, a una cirugía
plástica; se refiere a un cambio de
actitud, de mentalidad, a la nueva vida en el Espíritu Santo. Ef.4:22-24 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que
está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el
espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según
Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Cristo
ya nos salvó, ahora nos toca a nosotros hacer la travesía de la santificación. Y
recuerde: sin santidad nadie verá a
Dios. Dios les bendiga.
Orfilia
Miranda Londoño.