lunes, 30 de abril de 2012

PERMANECER Y PERSEVERAR EN CRISTO

En mensajes anteriores, hablamos de las terribles consecuencias que produjo el pecado en el mundo y de la provisión salvadora de Dios: Cristo. Y que  para obtener la salvación, tenemos que arrepentirnos del pecado y aceptar a JESÚS como SEÑOR y SALVADOR de nuestras vidas; y decíamos que para este proceso, Dios nos ofrece el regalo del Espíritu Santo; y vimos también la VIDA NUEVA del creyente en el Espíritu Santo.
Hoy traemos un tema muy interesante sobre los medios por los cuales podamos PERMANECER y PERSEVERAR en esta experiencia maravillosa con el Señor, puesto que la vida cristiana no es para vivirla solamente en el plano de los sentimientos y de las emociones, sino que tenemos que avanzar en fe, respondiendo de la mejor manera al llamado que el Señor nos hace a vivir una vida santa. 
El nos llama a buscar primero su Reino y su Justicia y todo lo demás nos lo dará como añadidura. Mat.6: 33.
Es pues, nuestra responsabilidad, el que este proceso de crecimiento espiritual, que un día comenzamos, continúe en nosotros, y por eso la importancia de que nos formemos en el conocimiento del Señor a través de su Palabra, y que el conocimiento de la misma, desarrolle en nosotros una fe madura y firme, que en el momento de la prueba y cuando nos falten las emociones y nos llegue el desaliento, nos podamos sostener sin volver atrás a la vida de pecado. Una fe madura que nos mantenga con la mirada puesta en Cristo y no en ningún hombre. Los hombres nos pueden fallar pero el Señor no.
Si continuamos en esta disposición, el Señor seguirá sanando nuestro espíritu, mente y cuerpo; seguirá transformándonos y el fruto y los dones del Espíritu Santo, no tardarán en manifestarse en nuestras vidas. 
El proceso del crecimiento espiritual puede ser largo, pero hay que esforzarse en buscar los medios que nos ayuden a permanecer y perseverar en Cristo. Jn.Cap.15.
Así que, amado lector, no hay otra forma de dar buenos frutos y de "permanecer y perseverar" en la vida cristiana, si no estamos unidos a Cristo, el tallo principal de donde recibimos la savia divina de la gracia, que nos nutre espiritualmente. Jn.15:4-6.
Además de la exigencia de permanecer unidos a Cristo, la vida nueva del cristiano tiene que apoyarse en cuatro pilares básicos o fundamentales, que son medios que el Señor nos da para permanecer y perseverar en la vida abundante que él nos ofrece.

1- ORACIÓN: Es la vía de comunicación directa, personal e íntima con el Señor. Debemos anhelar cada día esos encuentros con el Amado, para hablarle a Él y escucharle. Esto nos exige apartarnos un poco del ruido del mundo y sus distracciones y hacer un espacio diariamente para la oración profunda y sosegada. 
Muchos cristianos sacan tiempo para ir al cine y al fútbol, ver televisión y navegar por Internet hasta cuatro y más horas diarias, pero es difícil que puedan dedicar tiempo para la oración. 
Haciendo esto, estamos poniendo otras cosas en primer lugar antes que a Dios, y no estamos obedeciendo el principal mandamiento, que es “Amar a Dios sobre todas las cosas” y este es un pecado grave de idolatría. 
Se trata pues, de manejar bien el tiempo y darle a Dios el primer lugar en todo lo que hagamos. De otro modo no podemos profundizar en nuestra relación con el Señor. 
 
2- PALABRA: El estudio diario de la Palabra, nos permite conocer mejor a Dios y en la medida que le conocemos y nos damos cuenta cuánto nos ama, le amamos más, nos enamoramos más de Él; podemos entender que El nos amó primero, que El nos eligió, no nosotros a Él. 
Es a través de la Palabra que el Señor se sigue revelando al creyente. En ella encontramos los mandamientos y consejos que Dios escribió para nosotros. Allí encontramos las instrucciones para llevar una vida santa de acuerdo con el propósito que él tiene. Debemos ser unos enamorados de la Palabra del Señor.

3- SANTIDAD: Mantener la santidad, implica apartarnos del pecado en todas sus formas y guardarnos para el Señor, puesto que, sólo a él le pertenecemos cuando aceptamos su SEÑORÍO. Y si bien es cierto, que estamos en el mundo físico, no pertenecemos a su sistema libertino y perverso, por eso, el  mundo nos aborrece. Jn. 15:18-19. 
Apartarse del mundo entonces, no significa esconderse y no volver a salir a la calle; es guardarse de todo lo que el mundo me ofrece y que con ello me pueda llevar de nuevo al  pecado, o distraerme de la comunión con el Señor. Hay muchas cosas de las que el mundo ofrece, que en sí, no son ni buenas ni malas, pero nos distraen y nos enfrían en la vida espiritual; impiden que demos fruto y que se manifiesten en nosotros los dones espirituales, y entonces, nos convertimos en cristianos tibios y mediocres: “cristianos domingueros.” No debemos pues, tener amistad ni coqueteos con el mundo, porque nos hacemos enemigos de Dios, dice la Palabra en Santiago 4: 4.
 
4-CONGREGACIÓN: Sin congregarse el cristiano no puede mantenerse fervoroso por mucho tiempo; se enfría y muere espiritualmente. Cuántos hay que un día recibieron al Señor con mucha alegría y gozo, pero no volvieron a congregarse, se apartaron y se apagaron y volvieron a ser arrastrados por los atractivos del mundo. 
La vida cristiana se vive en comunidad; el congregarnos nos mantiene vivos, crecemos, nos fortalecemos y nos animamos unos a otros a permanecer y a seguir perseverando en el Señor. 
La congregación es para compartir, celebrar, orar, crecer, alabar y adorar juntos al Señor. Nos gozamos, lloramos con el que llora, estudiamos la Palabra, intercedemos los unos por los otros y nos animamos cuando estamos desanimados. Congregados formamos la iglesia, somos el pueblo escogido de Dios

Revisemos pues, si nuestra vida cristiana está afirmada sobre estos cuatro pilares: ORACIÓN, PALABRA, SANTIDAD y CONGREGACIÓN.
Sólo así podemos PERMANECER y PERSEVERAR en Cristo.   ¡Bendiciones!   
                                                                                                                           Orfilia Miranda L.



La vida nueva en el Espíritu Santo


Cuando somos llenos del Espíritu Santo, se produce en nosotros una transformación asombrosa y experimentamos una vida nueva, veamos:
1- Comienzas a conocer a Dios: ¿Quién en estos tiempos no ha oído hablar de Dios? creo que todos en teoría; con frecuencia escuchamos a la gente decir, Dios le bendiga o Dios le acompañe, sin saber mucho el sentido de lo que se dice y sin que esto signifique que llevan una vida recta delante de Dios. 
Pero cuando recibes al Espíritu Santo, es diferente: empiezas a experimentar la presencia y el amor de Dios en tu vida de una manera diferente como le pasó Job 42:5: De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Aunque Job era recto y temeroso de Dios, pero no había tenido una experiencia real con él.
Cuando somos llenos del Espíritu Santo, Dios se convierte en una realidad en nuestra vida y se establece una relación y una comunión estrechas con El, pues el Espíritu Santo, es el que inspira y guía a los que se abren con corazón dispuesto a su acción renovadora y santificadora.
2- La Palabra de Dios cobra sentido: Cuando somos llenos del Espíritu Santo, la Biblia que es la Palabra de Dios escrita, bajo la inspiración del mismo Espíritu, toma vida y significado en nuestras vidas, porque sólo el Espíritu Santo puede hacernos comprender y amar la Palabra que Él mismo inspiró; El pone en nosotros el deseo de vivir y actuar de acuerdo con Ella; renueva nuestra mente para pensar y sentir de acuerdo con la Palabra. Así, Cristo, que es la Palabra viva, viene a ser una persona real en nosotros. Pues lo que más desea el Espíritu Santo es que seamos transformados en Cristo, y en él, seamos hechos hijos de Dios el Padre, Rom. 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” En resumen, pone en nosotros un grande anhelo por conocer más y más de la Palabra.
 3- Oramos de una manera nueva: Cuando somos llenos del Espíritu Santo, oramos diferente, porque el mismo Espíritu ora en nosotros; Rom.8: 26. El Espíritu Santo nos da el don de alabanza, haciéndonos sentir el amor de Dios manifestándose en palabras, expresiones e himnos de adoración y gratitud. 
Sólo el Espíritu Santo hace real en nosotros esa alabanza que fluye del espíritu, como el salmista: “Alaba alma mía al Señor y todo mi ser bendiga su Santo Nombre.Sal.103:1. “Alabo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca” Sal.34:1
A algunos les es dado también la inspiración para componer y cantar salmos, que son himnos de alabanza y adoración con armonía y belleza de los que habla el Sal.40:3, pone cántico nuevo en nuestra boca, de alabanza a nuestro Dios. Léase  1ª Corintios cap. 14.
4-Recibimos dones y ministerios: palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, discernimiento, consejo, enseñanza y todos aquellos ministerios de servicio a la iglesia. 1ª Cor. 12:4-11.
5- Produce fruto en nosotros: Lo principal que produce el Espíritu Santo en nosotros cuando le recibimos y le entregamos el gobierno de nuestra vida, es el FRUTO. Contrario a los frutos de la carne como impíos: adulterios, fornicación, impurezas, vicios, idolatría, espiritismo, mentira, odios, pleitos, celos, iras, ambiciones, quejas, críticas, falsas doctrinas, envidias, crímenes, orgías, borracheras y cosas semejantes; El fruto que produce el Espíritu Santo en la vida del creyente es: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio”. Gál. 5:19; 23.
Por tanto, por los frutos que mostramos podemos saber cuándo somos guiados por el Espíritu Santo, o por nuestros propios deseos carnales. 
El Espíritu Santo nos ayuda a vivir una vida con propósito y a caminar en la perfecta voluntad del Señor. Así, que sin el Espíritu Santo, en nuestras fuerzas, es imposible vivir en SANTIDAD y agradar a Dios. 
Si como creyentes, todavía estamos actuando y viviendo en la carne, es que el Espíritu Santo no está actuando en nosotros porque aún no le hemos hecho una entrega total. “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de élRom.8:9.
El fruto principal que debe producir el creyente es el AMOR, y Pablo dice: “Busquen pues tener amor y al mismo tiempo deseen los demás dones espirituales,” 1ª Cor.14:1 y 1ª Cor.13:13.
No dejemos apagar el Espíritu. Después de recibir al Espíritu Santo, también lo podemos dejar apagar 1ªTes.5:19. Debemos cuidar y atesorar ese regalo de Dios; muchos cristianos reciben el Espíritu Santo con mucho entusiasmo y gozo, pero en poco tiempo lo dejan apagar por falta de oración, por no leer la Palabra de Dios, y falta de discipulado; y de nuevo vuelven a encontrarse vacíos, desanimados y llenos de amargura. Cuando dejamos apagar el Espíritu Santo, el creyente se enfría en la vida espiritual, se debilita, se aparta y vuelve al pecado.
El Señor quiere que recibamos el don del Espíritu Santo. Es una experiencia maravillosa, muy difícil de explicar a otros, porque es una vivencia personal, íntima entre el Espíritu Santo y el creyente. Dios quiere que seamos su habitación y darnos una vida abundante y gozosa. Solo con Él es posible vivir la vida nueva de SANTIDAD que Dios nos pide, y recordemos, que sin santidad nadie podrá ver a Dios.
Dios les bendiga.          Orfília Miranda L.
                                                                             

La promesa del Espíritu Santo

(Segunda parte)
Después que los discípulos de Jesús, recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés, fueron transformados. Siendo que eran hombres sencillos, de poca instrucción y temerosos, ya no tenían temor. Pedro, que antes había negado a Jesús por miedo a los judíos, ahora, lleno del Espíritu Santo, habla con valentía y con poder de Jesús, delante de 3.000 judíos. Aclara a la multitud que ellos no están borrachos, como algunos están pensando; les dice que lo que está sucediendo es el implemento de la promesa de Dios; y citando la escritura, dice: esto es lo dicho por el Profeta Joel, 2:28-29: "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días."
La promesa se ha cumplido entonces, así como lo anunció Jesús: el Espíritu Santo ha sido derramado en la iglesia.  
Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, empieza a predicar sobre Jesús a la multitud, enseñándoles cuáles son las condiciones para obtener el perdón de los pecados y la nueva vida en Cristo, y les señala dos requisitos importantes para que ellos también puedan recibir el Espíritu Santo: Arrepentíos, y Bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el Espíritu Santo. Hch.2:38.  
Debemos recibir el Espíritu Santo, con un corazón dispuesto sin ponerle obstáculos, recibirlo por fe, dejando que él actúe y se manifieste en nuestra vida. 
El Espíritu Santo, mis hermanos, es otra manifestación del grande amor misericordioso y eterno del Padre, del que habla Jeremías 31:3: “Con amor eterno te he amado; por eso te prolongué mi misericordia.” Solo por pura misericordia y amor, es que el Padre nos envía a su Hijo para darnos salvación y nos da su Espíritu para transformarnos. 
Si estamos dispuestos realmente a dejarnos transformar por el Espíritu Santo, permitamos que haga en nosotros lo que tiene qué hacer; que cambie lo que tenga que cambiar; que nos limpie del pecado y enderece nuestros pasos.
Si usted, amado lector, no ha dado este paso de la conversión, le invito a prepararse, con un arrepentimiento profundo y sincero de sus pecados, pidiéndole a Jesús que entre en su corazón, dígale que usted quiere que él tome el control de su vida y que le de la nueva vida en el Espíritu Santo. 
El Espíritu S. desea y anhela que le recibamos; El quiere santificarnos con su gracia y regalarnos sus dones. Si lo pedimos al Padre con profundo anhelo, él que lo prometió, nos lo dará. Sin la acción del Espíritu Santo en nosotros, es imposible tener una vida plena y renovada, no importa cuántos años llevemos en una iglesia.
No es el pastor, no son los hermanos, ni es el mucho tiempo de congregarnos, el que nos transforma en auténticos cristianos: es el Espíritu Santo, el que en la medida que nos disponemos y le abrimos nuestro corazón, nos hace criaturas nuevas en Cristo y por tanto, hijos de Dios y herederos del reino.
El creyente sin la presencia del Espíritu Santo, no tiene PODER para vencer el pecado, ni para hacer ninguna buena obra y dar testimonio de Cristo.
El Espíritu Santo es, pues, el accionar en la vida de la iglesia y de cada creyente en particular. 
Que Dios les bendiga. 
                                                                                      Afilia Miranda L.

“EL TESTIMONIO DE VERDAD”

  “EL TESTIMONIO DE VERDAD” 1ª de Juan 1 y 2 Si examinamos cuidadosamente la vida de Jesús, encontramos que mucha gente le seguía y escu...