lunes, 30 de abril de 2012

La promesa del Espíritu Santo

(Segunda parte)
Después que los discípulos de Jesús, recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés, fueron transformados. Siendo que eran hombres sencillos, de poca instrucción y temerosos, ya no tenían temor. Pedro, que antes había negado a Jesús por miedo a los judíos, ahora, lleno del Espíritu Santo, habla con valentía y con poder de Jesús, delante de 3.000 judíos. Aclara a la multitud que ellos no están borrachos, como algunos están pensando; les dice que lo que está sucediendo es el implemento de la promesa de Dios; y citando la escritura, dice: esto es lo dicho por el Profeta Joel, 2:28-29: "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días."
La promesa se ha cumplido entonces, así como lo anunció Jesús: el Espíritu Santo ha sido derramado en la iglesia.  
Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, empieza a predicar sobre Jesús a la multitud, enseñándoles cuáles son las condiciones para obtener el perdón de los pecados y la nueva vida en Cristo, y les señala dos requisitos importantes para que ellos también puedan recibir el Espíritu Santo: Arrepentíos, y Bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el Espíritu Santo. Hch.2:38.  
Debemos recibir el Espíritu Santo, con un corazón dispuesto sin ponerle obstáculos, recibirlo por fe, dejando que él actúe y se manifieste en nuestra vida. 
El Espíritu Santo, mis hermanos, es otra manifestación del grande amor misericordioso y eterno del Padre, del que habla Jeremías 31:3: “Con amor eterno te he amado; por eso te prolongué mi misericordia.” Solo por pura misericordia y amor, es que el Padre nos envía a su Hijo para darnos salvación y nos da su Espíritu para transformarnos. 
Si estamos dispuestos realmente a dejarnos transformar por el Espíritu Santo, permitamos que haga en nosotros lo que tiene qué hacer; que cambie lo que tenga que cambiar; que nos limpie del pecado y enderece nuestros pasos.
Si usted, amado lector, no ha dado este paso de la conversión, le invito a prepararse, con un arrepentimiento profundo y sincero de sus pecados, pidiéndole a Jesús que entre en su corazón, dígale que usted quiere que él tome el control de su vida y que le de la nueva vida en el Espíritu Santo. 
El Espíritu S. desea y anhela que le recibamos; El quiere santificarnos con su gracia y regalarnos sus dones. Si lo pedimos al Padre con profundo anhelo, él que lo prometió, nos lo dará. Sin la acción del Espíritu Santo en nosotros, es imposible tener una vida plena y renovada, no importa cuántos años llevemos en una iglesia.
No es el pastor, no son los hermanos, ni es el mucho tiempo de congregarnos, el que nos transforma en auténticos cristianos: es el Espíritu Santo, el que en la medida que nos disponemos y le abrimos nuestro corazón, nos hace criaturas nuevas en Cristo y por tanto, hijos de Dios y herederos del reino.
El creyente sin la presencia del Espíritu Santo, no tiene PODER para vencer el pecado, ni para hacer ninguna buena obra y dar testimonio de Cristo.
El Espíritu Santo es, pues, el accionar en la vida de la iglesia y de cada creyente en particular. 
Que Dios les bendiga. 
                                                                                      Afilia Miranda L.

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