Mateo 6:6-13
Cuando los discípulos le dijeron al
Maestro, enséñanos a orar, él no se metió en una larga retórica de términos
raros, extraños y autoritarios de exigencias a Dios como muchos lo hacen hoy
día: Él les enseñó una oración sencilla, humilde y poderosa.
Les habló también de lo repugnante
que era la oración de los hipócritas; cuando oren no se parezcan a ellos.
La oración moderna es muy
parecida a la del tiempo de Jesús, en la gritería, la palabrería y la exigencia;
es casi ordenándole a Dios que haga lo que le pedimos y se torna irreverente.
Los Fariseos con sus oraciones públicas y limosnas buscaban más su exaltación
personal que la de Dios.
En días pasados le escuché decir a
un predicador esto: “En el Antiguo Testamento cuando Dios se movía, el pueblo
se movía; hoy es al revés: Dios se mueve cuando el pueblo se mueve.” Y qué me
dicen de esta otra frase: “Hay que actuar para activar el poder de Dios para
que se mueva en favor nuestro.” Qué tal la irreverencia con el Señor Dios del universo, santísimo y
soberano.
La oración moderna se ha salido del modelo bíblico:
Mat
6:6 “Más
tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que
está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”
Entra en recogimiento. El Señor nos
dio ejemplo de ello; él siempre que iba a orar, se apartaba en soledad, lejos de
la gente, del grupo y de toda distracción, y puesto en la presencia del Padre
oraba.
En la oración, Jesús nunca le exigió
al Padre; oró siempre con humildad y se sometió a su divina voluntad, como
vemos que lo hizo en la oración del Huerto.
Mat
6:7 “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como
los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.”
Mat
6:8 “No os hagáis, pues, semejantes a ellos;
porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le
pidáis.”
Mat
6:9 “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro
que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.”
Lo que vemos aquí en este versículo,
es que toda oración debe ir precedida de exaltación y alabanza al Santo nombre de Dios. Que la oración es para los que son hijos; es la comunión con Dios de los que
han creído en Cristo y le han recibido como SEÑOR, los que ya son hijos de Dios.
Jn.1:12. ¿Cómo podrá decir, “Padre nuestro” un impío que no cree?
Sigamos analizando otros aspectos:
Primero:
En cualquier oración, en primera instancia, debemos reconocer la Santidad de
Dios, su Majestad y su poder, acercándonos a Él con confianza como nuestro
Padre, pero también con respeto y reverencia por ser Él quien es.
Reiterarle que reconocemos su
Soberanía y que estamos dispuestos en todo, a hacer Su voluntad aquí en la
tierra como se hace en el cielo; puesto que la oración y todo lo que pedimos en
ella, debe ser sometido al plan y propósito de Dios para nosotros, y para la
honra y la gloria de Él. Mat 6:10 “Venga
tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Segundo: Confianza Jesús nos enseña a vivir confiadamente en la bondad
del Padre cada día, sin dejarnos sofocar por las dificultades y los problemas
que puedan venir mañana.
Mat. 6:11 “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Dios cada día suple cada necesidad, Él sabe de qué
tenemos necesidad y nos suple antes que se lo pidamos.
Mat
6:12 “Y perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Este último punto es muy importante y el más difícil: cuando pedimos perdón a Dios, queremos ser
perdonados para sentirnos en gracia con Él; pero qué difícil es perdonar a los
que nos ofenden. Cuando recibimos una ofensa nos disgustamos mucho, nos
ofendemos tanto con el otro, que hasta dejamos de hablarle y saludarle. De
buenas a primeras no olvidamos la ofensa, y cada que lo recordamos volvemos a
sentir el mismo malestar, y así la persona nos haya pedido disculpas,
nuestra relación con ella ya no vuelve a ser la misma. Y tristemente aún entre
cristianos se da esto.
Cuando decimos: perdónanos nuestras
deudas u ofensas de la misma manera que nosotros perdonamos a los que nos
ofenden, nos estamos comprometiendo a ser misericordiosos también, y es una
exigencia, pues delante de Dios estamos en la misma condición de necesitados de
la gracia y el perdón.
Mat
6:13 “Y no nos metas en tentación, más líbranos
del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos.” Amén.
Dios no tienta a nadie, pero sí
puede permitir la prueba y quedar expuestos a los ataque de Satanás, como le
ocurrió a Pedro, Luc.22:31-32.
Nuestra petición debe ser para que
el Señor nos ayude a mantenernos alejados del pecado. Y Dios que conoce nuestra
condición, no va a permitir que seamos tentados más allá de lo que podamos
soportar.
Hasta pronto, Dios les bendiga.
Orfilia Miranda Londoño
Por favor deje su
comentario: orfimilondo@gmail.com