Después del hombre reconocer su pecado y saber que hay una provisión de salvación, Cristo, ahora
se nos anuncia otro regalo: El regalo del Espíritu Santo. La gran promesa del Padre, para
los creyentes, es que el Espíritu Santo viene a morar en nosotros para que
podamos experimentar la nueva vida de hijos de Dios, que nos ha sido dada en
Cristo.
Ya desde tiempos antiguos,
los profetas por revelación divina, venían hablando del Espíritu Santo; y a lo largo del Antiguo
Testamento, encontramos varias referencias en donde el Padre promete enviar el
Espíritu Santo a su pueblo.
Antes del nacimiento de Cristo, el Espíritu
Santo solo era dado a unos pocos, a aquellos a quienes Dios les encomendaba una
misión especial, como los profetas, o a alguna persona, en un momento determinado.
La promesa es, que
en el tiempo, el Espíritu Santo será derramado sobre el pueblo para ser
transformados, Ez. 36:25-27. El
Señor quiere hacer de su pueblo personas nuevas con espíritu y corazón limpio,
que le honren, le sirvan y le den la gloria solo a Él; personas con vida
abundante, llenos de gozo, con un corazón limpio de toda idolatría, que caminen en sus estatutos.
Isaías 32:15, registra la misma promesa, que el Espíritu de lo alto
será derramado, y el desierto de nuestro corazón se convertirá en un campo
fértil.
La promesa es para todos, para hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y
niños: “Y Yo derramaré mi Espíritu sobre
toda carne,” Joel 2:28-29. La
promesa del Espíritu Santo es pues, para todos los que crean y reciban el
Señorío de Jesús.
Y entonces, la promesa hecha
por Dios desde el Antiguo Testamento, por medio de los profetas, acerca del
Espíritu Santo, empieza a tener su pleno cumplimiento con la venida del Mesías:
El Verbo de Dios, es encarnado por obra del Espíritu Santo mismo; y más adelante, Juan ya se
refiere a Jesús, como “El Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo, y el que bautiza con el Espíritu Santo.” Jn.1:29,33. Es decir, tras el Salvador, vendrá el Espíritu
Santo afirmando la obra que Cristo hace en nosotros para que permanezca, porque la
obra del Espíritu Santo en nosotros es sustentadora, transformadora y santificadora. Es el Espíritu Santo el que nos capacita para vivir la nueva vida en Cristo.
Al cumplirse el tiempo, es Jesús mismo,
quien durante su ministerio anuncia a sus discípulos que cuando él se vaya enviará
el Espíritu Santo de parte del Padre, para que permanezca con ellos: “Yo pediré al Padre y él les dará un Defensor
que permanecerá con ustedes; El Espíritu de la Verdad.”Jn.14:16-17. Y esto es corroborado en el verso 26: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a
quien el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todas las cosas, y os
recordará todo lo que Yo os he dicho.” Así que, el Espíritu Santo, es nuestro Abogado Defensor, Consolador
y Maestro; nos da sabiduría, nos llena de gozo y paz; nos revela la voluntad
del Padre y nos guía a la vida eterna. Y vemos que cada vez hay más referencias a la
promesa: Jn. 15:26-27; Mar. 1:8.
Por
último, después de haber padecido y resucitado Jesús, y antes de partir al Padre, vuelve a confirmarles la
promesa a sus discípulos diciéndoles: “He
aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos en la
ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” Lc.24:49.
Y, Hechos 1:4-5, habla del
bautismo que van a recibir en pocos días: “Juan
bautizaba con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.”
Vemos, entonces,
que en la medida que el tiempo pasa, se hace más insistente la promesa del
Espíritu Santo, y se aproxima cada vez más su cumplimiento.
Los discípulos y
todos los que creyeron en Jesús, permanecieron en obediencia en Jerusalén, en
oración y alabanza a Dios, gozosos, esperando el cumplimiento de tan anunciada promesa.
Y llegado el día de
Pentecostés, como lo relata la biblia, la presencia del Espíritu Santo se manifiesta poderosamente sobre cada uno de los presentes,
haciéndose realidad la promesa del Padre anunciada tantas veces y vemos cómo cambia la vida de los apóstoles. Hechos 2:2-4. Dios les bendiga.
Orfilia Miranda L.