jueves, 14 de noviembre de 2013

¿Por qué el cristiano no crece?



¿Por qué un cristiano no crece? es una pregunta que a menudo muchos hacen.
Cuando los cristianos no crecen, tampoco llegan a la madurez y se quedan infantiles en la vida espiritual de la iglesia. Analizaremos varios aspectos, como causas responsables de esa situación:

Falta deseo de formación:
Una vez que las personas llegan a los pies del Señor, sienten un deseo grande de conocer más sobre su salvación, pero pasado algún tiempo, pierden el interés por la formación espiritual y se conforman con asistir al culto cada domingo.
Falta de oración:
La oración es el principal medio de comunicación con el Señor, si la descuidamos nos enfriamos en nuestra relación con él.
Falta de estudio de la Palabra:
Al igual que la oración, el estudio de la Palabra de Dios es el alimento del creyente y es básica para conocer el plan amoroso de Dios para mi vida y la salvación en Cristo.
Falta de discipulado por parte de la iglesia:
La iglesia local, tiene como principal responsabilidad predicar sana doctrina y consistente; y tan pronto como sea posible, se les debe de iniciar en un curso de crecimiento o discipulado a los nuevos creyentes.

Es muy importante entonces, el interés que ponga cada nuevo creyente y la motivación que reciba de la iglesia y los demás hermanos, para recibir formación espiritual.
Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.” 1ª Ts. 3:12-13

Para todos aquellos que no hemos nacido en el evangelio, hay un antes y un después:
Antes de creyentes y después como creyentes.

Un día, por la gracia de Dios, recibimos el llamado y llegamos a los pies de Cristo, y todo fue hermoso y diferente para nosotros. Es difícil describir la experiencia maravillosa y gozosa que comenzamos a vivir.
Nos enamoramos de la palabra y había un gran deseo de leerla toda de una vez.
Hacíamos muchas preguntas y queríamos todas las respuestas.
Queríamos estar en todas las reuniones y con qué facilidad y rapidez nos aprendimos los cantos y en especial aquel que tocó nuestro corazón. Nos sentíamos personas nuevas y todo para nosotros era nuevo. Pero lamentablemente…, para muchos, esto hoy es sólo un recuerdo: se les apagó el fuego y descuidaron la oración y la lectura de la palabra; se desanimaron por algún mal testimonio y dejaron de congregarse, se enfriaron y volvieron al mundo y el mundo los atrapó y los absorbió de nuevo.

El recién convertido es semejante a un niño recién nacido: el niño recién nacido empieza alimentándose con leche materna y en la medida que va creciendo y desarrollándose, se le empiezan a agregar otros alimentos que él va requiriendo para alcanzar un desarrollo normal. Por el contrario, si el niño no se alimenta adecuadamente, se atrasa en su desarrollo físico y sicomotor, será un niño desnutrido, con muchos otros problemas de salud que incluso, lo pueden llevar un retardo mental y a la muerte temprana.
Así mismo, cuando el recién convertido no recibe el alimento adecuado para su crecimiento, se va desnutriendo y debilitando espiritualmente y muere.

Cuando la iglesia no les da la asistencia adecuada y formación a los recién nacidos en la fe, a través del discipulado, pueden pasar varias cosas:
1) En su búsqueda, inicialmente pueden caer en la red de falsas doctrinas y desviarse de la verdad y del camino de la salvación.
2) Cuando les pasa el entusiasmo del primer amor, se vuelven a encontrar con los problemas y las dificultades y al no tener una fe formada y madura, no tienen fuerzas para enfrentarse y se desaniman y vuelven al mundo.

3) Otros podrán seguir congregándose y asistiendo a las actividades de la iglesia, pero no hay un verdadero cambio en ellos, no crecen ni maduran en la fe, son dados a poner la mirada en los servidores de la iglesia, no estudian la palabra, les aburre la predicación, y por lo mismo, no son personas de vida de oración. Al descuidar la oración y el estudio de la palabra, no crecen espiritualmente, se vuelven “religiosos de domingo” y se quedan niños espirituales ávidos de emociones nuevas.
Son inestables espiritualmente y van y vienen como las olas: desaparecen de la iglesia por tiempos; se dan una vuelta por el mundo y vuelven cuando tienen otra situación difícil para que oren por ellos.

Otras características de los niños espirituales: 
No asisten a los estudios bíblicos, no los ven tan importantes, no asisten a las vigilias de oración y les cuesta ayunar. Les gusta mucho el entretenimiento y el emocionalismo.
No distinguen entre el bien y el mal; porque al no conocer la palabra, en ellos no hay discernimiento.
No se distinguen de la gente carnal y mundana en sus actuaciones, ni en su modo de hablar, de vestir y de conducirse. No son sanos emocionales y son presa de amargura y resentimiento. Son los que describe muy bien Gálatas 5:19-21.

Ahora, para que haya crecimiento, tiene que haberse dado un nacimiento en Cristo, una conversión genuina y un firme propósito de abandonar la vida antigua de pecado. Aquí la persona pasa de las tinieblas a la luz; de la muerte a la vida; del reino de Satanás al reino de Dios. Por eso es bien importante que el recién convertido no se quede en la primera experiencia, porque la conversión es sólo el comienzo de todo un proceso de crecimiento espiritual. Y así como el recién nacido, debe de alimentarse al principio con leche materna, también el recién convertido debe desear como niño recién nacido, la leche espiritual no adulterada, de la palabra, para que por ella crezca para salvación. 1ª Pedro. 2:2.
Jesús mismo, siendo Dios, se sometió a un proceso de crecimiento y desarrollo físico-intelecto-mental-espiritual, Lc. 2:40: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre el.” V.52: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, para con Dios y los hombres.” 
Estos versículos 40 y 52 de Lucas nos indican ampliamente que Jesús crecía sano físicamente, en inteligencia, sabiduría y espiritualmente, y desde niño recibía formación en la sinagoga de su localidad, Nazaret. Lucas 4:16 “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.”

Y si él, siendo el Hijo de Dios, se sometió al proceso de formación al lado de sus padres y fue instruido en las Escrituras y la Ley judía, mayormente, el creyente debe someterse a un proceso de crecimiento permanente y constante, “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;” Ef. 4:13.

Crecer en la fe es crecer en el conocimiento de Jesucristo, sometiéndose a su Señorío y a la acción renovadora del Espíritu Santo, para ser moldeados y llenos del poder y la unción, que lleve al nuevo creyente al deseo de ser transformado cada día de sus imperfecciones y pecados.
Esto sólo se logra a través de la oración diaria en una estrecha comunión con el Señor y la lectura de la Palabra, y de un discipulado constante y gradual.
El estudio de la Palabra debe hacerse en oración, con entendimiento, pidiendo al Espíritu Santo nos revele su Palabra. No debe leerse con espíritu de curiosidad, sino en oración y meditación sobre aquello tan grande que Cristo hizo en la cruz por nosotros.
No es pues, comprensible, que un creyente que haya entregado su vida a Cristo, lleve varios años en una congregación, sin crecimiento espiritual y que no esté siendo transformado.  

Finalmente, aunque se puede discipular también individualmente, en la congregación es la iglesia quien debe discipular y acompañar a los nuevos creyentes en este proceso para que lleguen a ser cristianos adultos y maduros. Y los creyentes deben buscar y aprovechar todos los medios que la iglesia les brinde para continuar creciendo y así alcanzar la plenitud en Cristo. 
Entendemos que el crecimiento espiritual es progresivo, pero tiene que irse manifestando día a día en la vida del creyente. 
Si una congregación se estanca, es porque no está recibiendo el alimento sólido de la Palabra, y no está abierta a la acción renovadora del Espíritu Santo.
Que el Señor les bendiga.

                 Orfilia Miranda L.

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