Las emociones
son parte de nuestra compleja personalidad, nacen con nosotros y mueren con
nosotros. Las emociones en sí mismas, no las podemos calificar como buenas o malas,
ni las podemos suprimir. Lo que nos toca a nosotros es vigilar qué control tenemos
sobre ellas.
El enojo, del
que vamos a hablar hoy, así como la alegría, el gozo o la tristeza, es una reacción
anímica que muy pocos saben controlar, aún siendo creyentes.
La Palabra de
Dios no nos reprocha por que nos enojemos, pero sí nos da un consejo que
debemos tomar muy en serio para no meternos en graves problemas:
“Airaos, pero no
pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,” Efesios 4; 26
Podríamos
traducirlo así: si tienen algún motivo que los enoja, no reaccionen mal, no
hieran ni ofendan a nadie y no dejen pasar el día sin reconciliarse. No guarden
el enojo, este tiene una capacidad enorme de almacenarse dentro de nosotros, convirtiéndose
en rencor, dando lugar al odio y a la venganza. Hay muchos corazones con
montañas de rencor dañándose a sí mismos y dañando a los demás.
El enojo como
cualquiera otra emoción, en sí, no es ni bueno ni malo.
“Airaos, pero no pequéis…” La actitud que
tomemos, o lo que hagamos cuando estemos enojados(as) es lo que hace la diferencia.
Podemos mantener la serenidad mientras estemos enojados, o podemos
perder el control y reaccionar de manera violenta y cometer actos de los que nos
tendremos que arrepentir cuando ya sea demasiado tarde.
En la palabra de Dios, encontramos varios casos de enojo incontrolado
y vengativo con terribles consecuencias. Vamos a ver sólo tres de ellos:
*Caín, Gn.4:3-8: Caín se llenó de enojo incontrolado contra su hermano Abel,
al saber que su ofrenda no fue aceptada por Dios y la de su hermano sí. V. 5, “…pero no miró (Dios) con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se
ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.”
Vemos que Caín guardó por varios días el enojo en su corazón hasta
convertirse en rencor.
Decayó su semblante, se
volvió amargado y resentido contra su hermano Abel y en su corazón sólo había
un pensamiento que alimentaba su deseo de venganza, hasta maquinar la muerte de
su hermano. Se ensañó, no pensaba en
otra cosa sino en la venganza y la IRA lo cegó.
*Esaú, Gn. 27:41-45 “Y aborreció Esaú a Jacob…y dijo en su
corazón: yo mataré a mi hermano Jacob… Ahora
pues, hijo mío, levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán…hasta que el enojo de tu hermano se
mitigue; hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti, y olvide lo
que le has hecho.” (Leer la historia completa).
El rencor era tan fuerte, que Esaú sólo esperaba que su padre muriera
para matar a su hermano y vengarse por haberle quitado la bendición de su
primogenitura. Y no lo llevó a cabo por la intervención oportuna de su madre.
*Absalón, el hijo de David, 2ª de Reyes cap. 13.
Esta es otra historia de dolor y muerte, fruto de la ira y el deseo de
venganza alimentada. Entendemos que lo que hizo Amnón, violar a su propia
hermana, es totalmente condenable y repudiable, pero Absalón albergó tanto
enojo e ira en su corazón, que terminó tomando la justicia en sus manos para
vengar la deshonra de su hermana Tamar, agravando así más las cosas. Leemos en
el verso 22: “…Mas Absalón no habló con
Amnón ni malo ni bueno; aunque Absalón aborrecía a Amnón, porque había forzado
a Tamar su hermana.”
Absalón no habló del problema con Amnón, no le reprochó ni lo amenazó,
se guardó todo su enojo en el corazón. Se envenenó con tanto rencor, hasta llevarlo
a maquinar y a planear fríamente la forma de venganza contra su hermano Amnón.
Tristemente, estos tres casos de enojo incontrolado, de ira y venganza
alimentada, se dan justamente en el seno de la familia; no eran particulares,
no eran enemigos antes.
Tres familias destruidas y divididas a causa del enojo irracional. El
enojo les hizo perder la cordura y la razón y no les permitió ver las futuras
consecuencias personales, familiares y sociales.
David, padre de Absalón, no sólo tuvo que pasar por el dolor de su
hija violada, sino también por el dolor de un hijo muerto y otro convertido en
asesino y fugitivo.
Generalmente, cuando una persona se deja llevar por el enojo y comete
una locura, inmediatamente reacciona pero ya es muy tarde. Ya no se puede
deshacer lo hecho.
¿Qué hace usted
cuando se enoja? ¿Deja que el enojo lo controle o controla usted su enojo?
El
enojo, o la ira, es una emoción muy fuerte y explosiva que destruye la vida de
las personas, la familia y la sociedad, como ya lo dijimos.
Médicos,
psiquiatras y psicólogos, aceptan hoy que muchas de las enfermedades emocionales
y físicas que padece la gente, la mayoría de ellas tienen su origen en el enojo
y el rencor.
El enojo
permanente vuelve a las personas irritables y amargadas, y en muchas ocasiones
estas son causa de enfermedades como: diabetes, hipertensión, infartos,
artritis, colitis, úlcera gástrica y problemas de piel.
Durante el enojo hay
fuertes descargas de hormonas en el torrente sanguíneo que producen trastornos
en la salud.
Por lo tanto, la
explosión del enojo, destruye la felicidad, destruye los hogares, las amistades
y las buenas relaciones con nuestros semejantes.
Dios no nos creó
para ser controlados por el enojo, ni para ser víctimas de sus consecuencias.
El enojo es una fuerza que debemos controlar si no
queremos que ella nos domine y nos destruya. Es como un río caudaloso cuando se
desborda, se lleva todo a su paso.
Dice en Efesios 4:31-32, “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia,
y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos
unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”
Así que, Nacer de nuevo en Cristo Jesús, es
tener la naturaleza de Jesús que fluye de adentro hacia afuera. Y esta nueva
naturaleza en Cristo, se demuestra en la forma como el creyente maneja el
enojo.
Tres aspectos que
debemos considerar y que nos ayudan a dominar el enojo:
1-Reconocerlo como pecado: Cualquier enojo no justificado, y que nos lleve a
alimentar rencor, es un serio pecado que nos expone al juicio de Dios, porque
para Dios es inaceptable esa clase de reacción emocional. El enojo pues, no
sólo daña nuestra relación con los demás, sino con Dios mismo, por cuanto nos
arrastra al odio, a la venganza y hasta al asesinato. Un viejo corito dice:
“Cómo puedo yo
orar,
Enojado con mí hermano;
Dios no escucha
la oración,
Dios no escucha
la oración
Si no me he
reconciliado.”
Ciertamente, es difícil orar con el corazón lleno de resentimiento.
2-El perdón: la biblia nos manda perdonar
inmediatamente a quien nos haya ofendido. “Padre
perdónalos porque no saben lo que hacen.” Estas palabras de Jesús siguen
siendo nuestro modelo a seguir. Esta dimensión
del perdón hacia otros no debe ser de labios para afuera, sino de lo más
profundo de nuestro corazón para que haya sanidad.
3-No dirigir el enojo hacia la persona que lo
causa: si lo hacemos así, no podremos resolver inteligentemente el
problema.
Como cristianos
estamos llamados a vivir bajo la dirección del Espíritu Santo, para que fluya
su sabiduría en nosotros y podamos tener dominio propio como hijos de Dios.
El enojo como
cualquier otra emoción, se convierte en fuerza de maldad cuando pasamos los límites
que Dios ha establecido para nuestra buena conducta.
Si pasamos estos
límites, debemos arrepentirnos, confesar nuestro pecado, pedir perdón a Dios,
sacando el enojo de nuestro corazón y de nuestra mente.
Sigamos el
consejo de Pablo: si nos enojamos, que el enojo no permanezca dentro de nosotros
mucho tiempo y no dejemos que termine el día sin reconciliarnos. Es decir, no
permitir que el enojo se instale en nuestro corazón en forma de rencor; entreguemos
este sentimiento al Señor expresándole nuestro
dolor, permitiéndole que sane nuestro corazón.
Si queremos
quedar libres de toda atadura, debemos buscar la reconciliación con la otra persona
mientras sea posible y esté de nuestra parte. Digo esto porque muchas veces buscamos
a una persona para pedirle perdón y salimos más heridos y lastimados; en este caso
lo recomendable es orar por esa persona sin maldecirla y dejar que Dios actúe.
¡Soy yo quien decide
no ser esclavo del enojo, la ira y el rencor!
¡Liberémonos, tenemos
el poder del Espíritu Santo para lograrlo!
“No te
apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios.”
Eclesiastés 7:9
Dios le bendiga.
Orfilia Miranda
Londoño
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