Pecado,
justicia y juicio de Dios.
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las
aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se
arrastra sobre la tierra.” Gen 1:26.
Como bien lo relata la Palabra de Dios, el
hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y lo puso en el huerto como
señor, con autoridad sobre toda la creación.
El hombre junto
con su mujer, eran felices, no conocían el sufrimiento, ni la tristeza, ni el
dolor, ni la enfermedad ni la muerte. Esto no estaba en el plan divino de Dios
para el ser humano. Estas son las consecuencias de la desobediencia a Dios, o
del “pecado” como también se le llama.
El hombre cayó
en la mentira y la trampa del “malo,” que lleno de envidia, buscó el momento
propicio para tentarle y ponerle en enemistad contra el Creador, “porque el diablo peca desde el principio.” 1Juan
3:8.
El hombre se apartó del consejo de Dios y voluntariamente
aceptó el consejo del diablo permitiendo que le fuera sembrada la semilla de la
iniquidad en su corazón; y por más que intente revertir esta situación, nunca
podrá lograrlo por sí mismo; quedó atado al pecado y a sus consecuencias
eternas. El Profeta Isaías 5:18
dice: “!Ay de los que traen la iniquidad
con cuerdas de vanidad, y el pecado como con coyundas de carreta!”
Y vemos que a lo largo del tiempo, en el transcurrir de
los siglos, esta historia de desobediencia y rebeldía contra Dios, se sigue
repitiendo de generación en generación. La naturaleza caída del hombre es
heredada de nuestros primeros padres, Adán y Eva; es una inclinación o
tendencia al mal que viene en nuestros genes, y hace que el hombre practique
fácil el pecado y no el bien. Salmo 51:5,
“He aquí, en maldad he sido formado, y en
pecado me concibió mi madre.”
El pecado trae consigo enfermedades, dolor y muerte; el
pecado afea el alma, y el rostro pierde las facciones de paz, dulzura y
amabilidad; el pecado produce tristeza, falsa alegría, amargura, odio, rencor y
desesperación. Isaías 3:9: “La apariencia de sus rostros testifica
contra ellos; porque como Sodoma publican su pecado, no lo disimulan.”
El hombre en pecado, cada día
quiere estar más lejos de Dios; desprecia su consejo y sus mandamientos
haciendo que su corazón se endurezca y se aparte cada vez más de él. Isaías 30:1. !!Ay de los hijos
que se apartan, dice Jehová, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con
cubierta, y no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado!
En medio de tanta perversidad, Dios escogió a un hombre,
Abraham, con el cual hizo pacto y le dio descendencia, y formó un pueblo
escogido para sí, que le sirviera y le fuera fiel; pero con el tiempo, siendo
ya un pueblo numeroso y habiendo visto las maravillas y prodigios de Dios, también
se rebelaron contra él y se descarriaron. Isaías
53:6 “Todos nosotros nos descarriamos
como ovejas, cada cual se apartó por su camino;…” El hombre sigue sin
reconocer su pecado delante de Dios su Creador, persistiendo cada vez más en su
maldad; Dios se queja de ellos y les advierte por boca del Profeta que va a
entrar en juicio contra ellos. Jeremías
2:35, “… He aquí yo entraré en juicio contigo, porque dijiste: No he pecado.”
Dice el Señor, contristado con un pueblo que le ofende y no da muestras de
arrepentimiento.
Dios nos llama pues, a reconocer nuestro pecado delante
de él, porque “todos” somos pecadores, Romanos
3:10, “Como está escrito: No hay
justo, ni aun uno;” y Romanos 3:23: “por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios.” Significa que, el hombre necesita volverse a
Dios y aceptar la salvación que él le viene ofreciendo para recuperar su estado
de gracia.
Cumplido el tiempo,
Jesucristo viene a reconciliarnos con el Padre:
Cumplido el tiempo
de la redención, Dios manifiesta una vez más su amor por los hombres y envía a
su propio Hijo a rescatarnos, con el sacrificio de la CRUZ; Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.”
Dios ya no está pensando en castigar y condenar al hombre,
sino en salvarlo. Juan 3:17, “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” Si bien
es cierto, la salvación viene de Jesús, la condenación no, Jesús no condena a
ninguna persona: Juan 3:18 “El que
en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque
no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.”
Usted y yo tenemos la opción de recibirle o rechazarle;
de creer en él o no creer; tenemos libertad de escoger la salvación o la
condenación eterna.
Jesucristo, es pues, la provisión del cielo para los
hombres; su misión sublime es SALVAR al hombre y reconciliarlo con el Padre.
Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Con su
sacrificio y muerte en la cruz, su sangre es derramada en expiación por todos
los pecados del mundo.
Pero la misión de Jesús no era nada fácil, debía
enfrentarse con un pueblo religioso, muy estricto en la observancia de leyes y
normas, pero muy duro de corazón e incrédulo: su mismo pueblo judío. Pese a los
muchos milagros y prodigios que hizo entre su pueblo, fue cuestionado, criticado
y hasta llamado hijo del diablo. Les molestaba que los confrontara con el
pecado, que les enrostrara las injusticias que hacían con los pobres y
desvalidos, y cada día oponían más resistencia hacia Jesús y a su doctrina y empezaron
a planear cómo matarlo.
Jesús les dice: “Si
yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no
tienen excusa por su pecado.” Juan
15:22.
Juan 15:24, “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no
tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.”
Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, nos hacemos
responsables de ella, ya no tenemos excusa en el día del juicio. La Palabra
misma nos juzgará: Juan 12:48, “El que me
rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he
hablado, ella le juzgará en el día postrero.”
Arrepentimiento
No debemos confundir el arrepentimiento con el
remordimiento:
Judas
sintió remordimiento de haber vendido a su Maestro, cuando entendió las
consecuencias de lo que había hecho, fue a devolver el dinero creyendo con esto
atenuar un poco la culpa y dijo: “Yo he
pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a
nosotros? !Allá tú!” Mateo 27:4; esta
respuesta lo llevó a la desesperación
y acosado por el remordimiento y la culpa, se ahorcó, se suicidó, porque la paga del pecado
es muerte. Rom. 6:23.
El arrepentimiento
te lleva al cambio de actitud y a la fe en Cristo. Te lleva a dejar el camino
equivocado en que andas para seguir el Camino del evangelio; el reconocer tu
maldad, no te lleva a la desesperación, sino que te induce a humillarte a los
pies del Señor y pedirle perdón por los pecados, como el caso del hijo pródigo
que narra Lucas 15:18: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti.” Hay arrepentimiento con esperanza y
confianza en el amor del Padre.
El Perdón
El perdón hay que suplicarlo con humildad, reconociendo
nuestro pecado delante de Dios, sabiendo que, sea cual sea el pecado, la
misericordia de Dios es más grande que toda la inmundicia que haya en nosotros.
El pueblo de Israel había llegado a un nivel muy alto de pecado
en el tiempo del Profeta Isaías, cuando les dice estas palabras tan fuertes: ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación
de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de
Israel, se volvieron atrás.” Isaías 1:4. Y aunque el
juicio de Dios se veía venir, todavía por boca del Profeta, los llama al
arrepentimiento diciéndoles: “Lavaos y
limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad
de hacer lo malo;” v 18 “Venid luego, dice Jehová, y estemos a
cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos;
si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” Isaías 1:16,18.
¡Qué paciencia,
qué amor y misericordia tan grande de Dios con los hombres!
Más adelante, Dios vuelve a estar airado con el pueblo y
el castigo se venía por tanta abominación; el profeta Jeremías nos da un
ejemplo de cómo suplicar el perdón de Dios:
Jer. 14:7, “Aunque nuestras
iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre;
porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado.”
Y más abajo, 14:20,
“Reconocemos, oh Jehová, nuestra
impiedad, la iniquidad de nuestros padres; porque contra ti hemos pecado.”
El empieza reconociendo la maldad; y en ningún momento el
Profeta justifica al pueblo diciendo: “pobrecitos, es que han sufrido mucho y
están traumatizados, entiéndelos Dios;” como tampoco el Profeta se cree libre
de pecado y se excluye, observemos que dice: “nuestras iniquidades” “reconocemos
nuestra impiedad.”
El arrepentimiento sincero
nos alcanza el perdón; y el perdón produce en nosotros paz interior, alegría,
gozo y libertad del pecado: “De cierto,
de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” Juan 8:34. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo
obedezcáis en sus concupiscencias;” Rom.
6:12.
El hombre salvado que ya es libre del pecado,
vive como siervo de Dios, produciendo y mostrando frutos de santidad y su meta
es la vida eterna. Rom. 6:22 “Mas
ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis
por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.”
Como ya dijimos antes, todos los seres
humanos son pecadores, de naturaleza pecadora, “hacedores de maldad,” Lucas
13:27; pero todo el que ha nacido de Dios, ya no puede pecar voluntariamente
porque es simiente de Dios; 1Jn 3:9 “Todo
aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Es decir, el
pecado ya no tiene dominio sobre nosotros.
Sólo Jesucristo el Hijo de Dios, Santo y puro, en quien
no hay sombra de maldad, podía librarnos y limpiarnos del pecado. El Cordero
Inmaculado, perfecto, para el sacrificio perfecto, que quitara el pecado del
mundo definitivamente.
Jesús llevó a la cruz todos los pecados del mundo sin ser
él pecador y sufrió la vergüenza por nosotros: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Juan 8:46. Sólo Jesús
tiene autoridad sobre el pecado y victoria sobre la muerte.
Un verdadero creyente entonces, que ha sido salvado
mediante el sacrificio de la cruz, ya no practica el pecado, así su naturaleza
caida permanezca en él, porque el que practica el pecado es del diablo y
el diablo peca desde el principio; y para esto vino Jesús a destruir las obras
del diablo; 1Jn 3:8.
Jesús ya ha cumplido su misión redentora y debe volver a
su trono, a la diestra del Padre.
Él sabe que Satanás no descansará y nos va a estar
acechando, si lo tentó a él, qué hará contra nosotros. No nos deja solos en la
batalla: Nos envía al Espíritu Santo, prometiendo que estará con nosotros hasta
el fin del mundo.
Espíritu Santo, continuará la obra en la iglesia, “cuando él venga, convencerá al mundo de pecado,
de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por
cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de
este mundo ha sido ya juzgado.” Juan
16:8-11.
¡Bendiciones!
Orfilia Miranda L
.
Si este mensaje le ha sido de bendición, por favor deje su comentario. Gracias.
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