Prov. 4:23 “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”.
El RESENTIMIENTO es una herida profunda,
gangrenada, fétida y permanente en el corazón del individuo resentido, que
sangra todo el tiempo. Isaías 1:6 Por allí se nos va la vida, si no aplicamos
medicina, pues la vida está en la sangre.
Todos a lo largo de nuestra vida, y
con alguna frecuencia hemos sido lastimados, menospreciados, heridos, ofendidos
y rechazados; esto no debería de ser así, pero es la condición humana, efecto
de nuestra naturaleza caída.
-Yo no mando en el corazón del otro.
Los demás pueden pensar lo que quieran de mí, pero yo decido si recibo eso, lo
creo y le permito que me dañe.
El resentimiento está abajo del rencor a una escala nada más; de allí sigue el plan y la ejecución de la venganza.
El resentimiento es un malestar
constante, un disgusto por todo, o hacia personas o situaciones, etc. etc.
El resentimiento es pecado: en un
corazón resentido no hay amor, perdón, paz ni arrepentimiento.
De un corazón herido, resentido y
amargado no puede fluir la adoración y la alabanza ni la gratitud.
El resentimiento endurece el corazón,
el no perdonar es soberbia, orgullo y altivez.
Hebreos 12:15 dice: “Mirad bien, no
sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de
amargura, les estorbe, y por ella muchos sean contaminados.”
El resentimiento y la amargura son
muy perversos: tienen un poder de contaminación terrible. No hay que prestar
oído a los comentarios de las personas amargadas y resentidas para no terminar
envueltos en conflictos y rumores.
La amargura y el resentimiento son
muy dañinos, son más contagiosos, y peores que el Covid-19.
Así que, la Palabra de Dios nos
recomienda atender el consejo de Prov.4:23:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón; porque de él mana la vida”.
Como cristianos, ¿qué hacemos? ¿cómo
manejamos estos sentimientos en nuestro corazón?
*¿Los rechazamos cuando los identificamos, los sacamos de
nosotros, o, los albergamos en nuestro corazón, permitiéndoles que nos
conviertan en resentidos y amargados?
¿Permitimos que se forme una montaña
tan alta de conflictos sin resolver hasta que dañen nuestra salud espiritual y
física?
El resentimiento nos aleja de Dios, deteriora
y rompe relaciones de todo tipo, a todos los niveles. Nos enferma, es causa de
muchos trastornos de salud; por salud nada más, debiéramos de perdonar siempre.
Hoy hay personas que, sin ser cristianos, han optado por perdonar y mantenerse
en paz solo por salud.
El resentimiento es indicio de un corazón no arrepentido, que
no perdona las ofensas, las va guardando y las deja enraizar.
Síntomas: El resentido vive enojado; se queja constantemente y murmura de todo. Manifiesta
un malestar permanente y no enfrenta los problemas con calma.
El pueblo de Israel es un típico ejemplo de personas
ingratas, desagradecidas y amargadas que solo miraban lo que no tenían y lo
malo; nada les agradaba. Todos los esfuerzos de Moisés eran motivo de queja y murmuración.
Veían las maravillas de Dios todos los días a favor de ellos, y se quejaban de
él. Hasta Dios mismo, los quería eliminar a todos porque ya no los soportaba.
Es triste ver que en las
congregaciones se den casos de hermanos que no se saludan ni se hablan entre sí
porque no se quieren. Esto dice mucho del nuevo nacimiento de estos cristianos;
son creyentes, pero no obedientes.
*¿Dónde queda Jn.13:34-35? “Amaos
los unos a los otros, como yo os he amado. “En esto conocerán todos que sois
mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”
¿Estamos dando ese testimonio de amor
a nuestros familiares, vecinos y a los que tratamos todos los días?
¿Qué hacer con el resentimiento? Entendemos que pueden haber heridas
muy profundas difícil de sanar y en nuestras fuerzas solos no podemos; pero dispongámonos,
Jesús ya lo hizo en la cuz del calvario.
Busquemos al Señor, pidámosle perdón,
pidámosle ayuda fortalezcámonos en él.
En 1 de Samuel 30:6 David se
fortaleció en Dios.
Efesios 4:31 dice: “Quítese de vosotros toda amargura
y enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.” Malicia es todo lo
que se dice o se hace con una segunda intención.
Para entrar al reino de los cielos
debemos tener un corazón puro: Salmo 24:4
Dicho de otra forma, mostrar con
actos que es una persona convertida, que ha sido transformada, que vive una
nueva vida en el Espíritu Santo.
*El arrepentimiento trae sanidad al corazón herido:
Jeremías 33:6 “He aquí que yo les traeré sanidad
y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad.”
Luc. 4:18, “El espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha
enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos;”
Sal. 51:10 “Crea en mí, oh, Dios, un corazón
limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.”
El resentimiento va formando en
nosotros un muro difícil de derribar y nos aísla de los demás.
Prov.18:19. “El hermano ofendido es más tenaz
que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de
alcázar”.
Hebreos 12:14-15 “Seguid la paz con todos, y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor:
Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe,
y por ella muchos sean contaminados;”
Si hay algo que se riega como un
polvorín es la murmuración. Y producto del resentimiento es la murmuración, y
en la iglesia, esta produce contiendas, celos, envidias y divisiones.
Finalmente, perdonar no es una opción:
es un imperativo. (No tenemos derecho a retener el perdón habiendo sido
perdonados sin merecerlo).
Solo si perdonamos seremos también
perdonados por nuestro Padre, dice el Señor:
Mat. 6:14-15 “Pues si perdonáis a los hombres
sus ofensas, os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; más si no
perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.”
Solo la gracia y el amor perdonador
del Señor, puede limpiarnos, liberarnos del resentimiento y sanar las heridas
de nuestro corazón.
Juan 14:15 “Si me amáis, guardad mis
mandamientos.” Amor y obediencia.
David, tantos años perseguido por Saul
para matarlo, lo tuvo en sus manos y no lo mató, lo perdonó.
Pero el acto de perdón más grande y sublime
es el de Jesucristo en la cruz del calvario.
Orfilia Miranda Londoño