Jesucristo es el Hijo de Dios,
el Verbo encarnado, la Palabra misma de Dios el Padre, hecha carne.
Jn. 1:14 “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.
Jesucristo ha existido desde
siempre igual que el Padre, en el Padre y en la misma Deidad. En toda la
creación del universo él estaba presente y todas las cosas por él fueron
hechas, sin él nada ha sido hecho. En él estaba también la fuente de la vida
que es la luz de los hombres. Jn. 1:1 “En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
Jn. 1:2 Este era en el principio con
Dios.
Jn. 1:3 Todas
las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho.
Jn. 1:4 En él estaba la vida, y la vida
era la luz de los hombres”.
Cuando Dios dice: hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza, nos está creando con ciertos privilegios y
prerrogativas que no tienen el resto de los seres creados; nos crea
espirituales, con inteligencia, con voluntad para elegir y decidir, con
capacidad de pensamiento y lenguaje; la muerte, la enfermedad y el sufrimiento
no estaban contemplados para nosotros; y nos dio autoridad y dominio sobre la
creación.
“Gén. 1:26 “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar,
en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal
que se arrastra sobre la tierra.”
Todo era bonito y perfecto; el
hombre vivía en total felicidad y no conocía el mal, pero por el pecado de
desobediencia de Adán el hombre se corrompió y se separó de Dios; pierde la
santidad y el paraíso de felicidad, de pureza y de inmortalidad. Queda a expensas
de toda clase de males y calamidades físicas y espirituales. Queda en
tinieblas, dolor y muerte.
Debajo del cielo, en lo
temporal y humano, no hay absolutamente nada ni nadie que pueda sacarlo de este
estado de miseria y restituirle todo lo que perdió por desobediencia a Dios.
Dios que es Padre compasivo de
amor y misericordia, responsable de su creación, provee la solución; solución
que solo puede venir de arriba, de lo alto, de lo santo, de lo puro y perfecto:
JESUCRISTO su Hijo.
El Verbo de Dios, el unigénito
del Padre, el Mesías, el Redentor, el Salvador del mundo, viene a nosotros.
Jesucristo como fuente de vida viene a darnos vida eterna otra vez; como fuente
de la luz verdadera, viene a disipar nuestras tinieblas del pecado y a
restituirnos a la luz de la gracia. ¡Ese es JESUCRISTO!
Jesucristo, es el amor del
Padre revelado a nosotros, él es la imagen misma de su sustancia.
Hebreos 1:1-3 “Dios, habiendo hablado muchas veces y de
muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
y por quien asimismo hizo el universo; 3
EL CUAL, SIENDO EL RESPLANDOR DE
SU GLORIA, Y LA IMAGEN MISMA DE SU SUSTANCIA, y quien sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros
pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas”.
Dios, que ya había hablado
muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los Padres por los profetas, hoy
nos habla por su Hijo Jesucristo. Y este versículo 3 nos revela la esencia de
la divinidad de nuestro Señor Jesucristo: “el
cual (Cristo) siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su
sustancia…”, Jesucristo es Dios, y solo él podía redimir a los hombres de la
esclavitud del pecado.
Durante su ministerio, Jesús
mismo decía quién era, cuando afirmaba:
“Yo soy la luz del mundo; Yo soy la verdad y la vida; yo soy el camino;
nadie viene al Padre sino por mí.” Su mensaje es claro.
Al hacerse partícipe de
nuestra naturaleza humana, participó también de nuestras limitaciones, pobreza,
rechazo, soledad, abandono, críticas, calumnias, golpes, escarnios, tristeza, y
finalmente el martirio de la cruz y la muerte.
Pero lo más grandioso y sublime
de Cristo, como todos sabemos, es que se levantó al tercer día de la sepultura.
¡La muerte no tuvo poder sobre él para retenerlo, y he aquí su VICTORIA,
nuestra victoria!
Finalmente, cumplido su
ministerio, Jesucristo vuelve al cielo y se sienta a la diestra del Padre. Pero
ya no nos deja solos, nos envía el Espíritu Santo, el Consolador.
Sólo el Espíritu Santo nos puede
redargüir y llevar a los pies del Señor Jesucristo.
Pudiéramos seguir hablando de
Jesucristo, de su amor, su bondad… y seguramente no terminaríamos…hablar de
Cristo es precioso; pero más grandioso es experimentarlo en nuestra vida.
¿Para usted, quién es
Jesucristo?
¿Es Jesucristo el Salvador y Señor
de su vida?
Si no lo es todavía, le invito
a recibirlo en su corazón.
Dios les bendiga y
hasta pronto.
Orfilia Miranda
Londoño
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